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Los rostros de los 'soldados desconocidos' recuperan su identidad a 37 años de la Guerra de Malvinas

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En un nuevo aniversario del Conflicto del Atlántico Sur entre Argentina y Reino Unido, las historias y reclamos de familiares y ex combatientes aún persisten.
Los rostros de los 'soldados desconocidos' recuperan su identidad a 37 años de la Guerra de Malvinas

La Guerra de Malvinas cumple este martes un nuevo aniversario. A 37 años del conflicto bélico entre Argentina y Reino Unido por la soberanía territorial de una península ubicada al sur del país sudamericano, diversos reclamos de familiares y ex combatientes todavía persisten. 

Actualmente, los acuerdos entre el presidente Mauricio Macri y la primera ministra británica, Theresa May, han permitido avanzar en cuestiones como el entendimiento de ambos gobiernos para el reconocimiento de ex combatientes argentinos que fueron enterrados como desconocidos y el aumento en la frecuencia de vuelos comerciales desde el territorio continental hasta el insular.

Pero hay temas pendientes. La cuestión de la soberanía, un tópico recurrente en los gobiernos de Argentina, no es un tema prioritario para la gestión conducida por Macri. May, por su parte, ha dejado claro que no piensa negociar el asunto.

Sin embargo, más allá de los acuerdos bilaterales, el paso de los años ha permitido rescatar historias y reivindicar reclamos. Por ejemplo, el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense para identificar 111 restos de combatientes le dio la oportunidad a las familias de viajar hasta el cementerio Darwin y visitar las tumbas de sus seres queridos.

'Soldado solo conocido por Dios'

El 2 de abril de 1982, una fuerza militar argentina desembarcó en Malvinas e izó la bandera nacional. La acción provocó que Reino Unido enviara una poderosa flota a reconquistar las islas y detonó una guerra de 74 días, que culminó con la rendición de Buenos Aires, precipitó la caída de la junta militar que gobernaba el país sudamericano y ayudó a Margaret Thatcher a reelegirse como primera ministra en 1983.  

En marzo del 2017, desde la Secretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de Argentina empezó el procedimiento de localización de tumbas en el cementerio militar Darwin, ubicado en Malvinas, y construido por Reino Unido tras finalizar la guerra. Allí se encuentran enterrados los restos de 237 soldados argentinos, de los cuales 122 fueron sepultados sin ningún tipo de identificación, solo con una inscripción en su lápida: "Soldado solo conocido por Dios".

Esta iniciativa, que cuenta con la participación de la Cruz Roja Internacional, se basa en un acuerdo celebrado entre Argentina y Reino Unido, y tiene como objetivo saldar una deuda histórica con los familiares de los combatientes caídos.

Es una misión de estricto carácter humanitario y confidencial, y se trata de un procedimiento opcional, que se aborda caso por caso y con el consentimiento de los familiares interesados, quienes aportan pruebas de ADN para llevar adelante el trabajo.

Actualmente, según el Equipo Argentino de Antropología Forense, solo restan por reconocer 10 soldados. El pasado 13 de marzo, 62 familiares provenientes de distintos puntos del país, llegaron a las Islas para visitar por primera vez el cementerio y encontrarse con las tumbas de sus seres queridos.

Historias detrás de los soldados anónimos 

Es mayo de 1982, iluminado por el fuego de los bombardeos, Mario Ramón Luna intenta llegar hasta sus compañeros de trinchera y abastecerlos de municiones. Esa es su tarea en medio de Pradera de Ganso, zona de enfrentamiento activo contra los ingleses en el archipiélago de Malvinas. Paro eso fue obligado a viajar más de 3.500 kilómetros desde Santiago del Estero, la provincia más calurosa de su país, hasta un área donde el viento punzante rasguña la piel a cada soplido.

Las calles de tierra árida en el barrio donde jugaba al fútbol junto a sus hermanos, en medio del sol, son imágenes lejanas. Con 18 años, Mario Ramón Luna, el "negrito" ─como le decían sus amigos─, escucha los estruendos cada vez más cerca.

A su izquierda, compañeros desperdigados y tiesos; a su derecha, las señas urgentes para que se acerque con más balas. Luna se acomoda el casco y enfila con paso errático hacia sus compatriotas, mientras pierden cada vez más su posición.

"Mi hermano cayó abatido en pleno campo de batalla. Le había tocado su número de documento en el sorteo que escuchamos por la radio. Nosotros somos de un pequeño pueblo en el interior del país. Imagínate lo que es para alguien que nunca pisó una gran ciudad estar en una guerra. Yo tenía 12 años el día que lo despedimos con mi familia. Nunca más nos informaron qué paso con su cuerpo. Decían que era un soldado anónimo. Cuando el Ministerio de Derechos Humanos nos informó este año que localizaron los restos, fue una bendición. Nos hicimos el examen de ADN de inmediato y fue positivo. Era muy querido por todos el 'negrito'. Queremos que otros familiares lo visiten también", explica hoy Juan Carlos Luna, quien viajó el pasado 13 de marzo junto a familiares de otros combatientes para conocer la tumba de su hermano.

Un reclamo de 37 años

En la última imagen que Lorena Sanger conserva de su tío, Víctor Oscar Olavarría —antes de partir hacia la guerra en abril de 1982—, lo ve despidiéndose de su madre con un fuerte abrazo. El hombre, vestido con un traje militar, está en su casa de Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, y Lorena tiene 7 años.

Luego, la foto se vuelve difusa: Víctor Oscar, con 18 años, sale de la casa y el silencio de su madre parece eterno.

Con el correr de los años, las imágenes que retiene se transforman: primero el pedido de su madre ante el teniente de una dependencia militar para exigirle que les informe qué ocurrió con su tío; luego el aviso de su muerte en la región de 'Monte Dos Hermanos'; después, enterarse del hallazgo de sus restos por la televisión durante el 2018; y la última, luego de 37 años, Lorena y su madre abrazando la tumba de Víctor Oscar Olavarría en el cementerio Darwin.

"Visité las Islas junto a mi madre, Irma, que es su única hermana y fue muy movilizador para ambas. El viaje desde la base naval hasta el cementerio, que son unos 37 kilómetros, es muy intenso. El paisaje es desolador. Pero es reconfortante volver a encontrar a tu ser querido. Pudimos dejarle una carta de su otra sobrina y un rosario. Fue como volver a tener siete años", asegura hoy Valeria, de 43 años, quien formó parte del último grupo que fue recibido por Mauricio Macri en la Casa Rosada, antes de partir al camposanto. 

Un maestro a la guerra

A finales de 1982, la radio nacional había terminado de anunciar el sorteo que determinaría quiénes debían alistarse obligatoriamente para la guerra. El mensaje del gobierno militar era claro: de no presentarse, se consideraría una falta saldada únicamente con la prisión. Dependiendo de los últimos tres números en su documento de identidad, los jóvenes entre 18 y 21 años, podían librarse o no. Salvarse de asistir, para la mayoría, era una alegría inmensa. Pero para Julio Ruben Cao, de 21 años, maestro de profesión, que el azar no lo hubiese convocado a la guerra no era un impedimento, él asistiría igual. 

"Julio era un idealista y pacifista. No le gustaban las guerras, pero decidió alistarse porque sus convicciones patrióticas estaban por encima de todo. En esa época su mujer estaba embarazada de su primera hija y él se fue igual porque amaba a su patria", cuenta hoy Delmira Hasenclever, madre de Julio. 

La convicción de Julio lo llevó a presentarse en la dependencia de las Fuerzas Armadas de La Matanza, en la provincia de Buenos Aires, para partir el 12 de abril al campo de batalla. Ese día, acompañado por sus padres, el joven prometió que regresaría para contarle a sus alumnos de primaria la verdadera historia de Malvinas. El 10 de junio del mismo año, cayó abatido en Monte Longdon. 

"Él fue identificado el año pasado. Viajamos a Malvinas con su mujer y su hija. La escuela donde daba clases le puso su nombre en homenaje. Siempre se preocupaba por sus alumnos, quería demostrarles ejemplo en todo momento. Tan es así que desde allá, les escribió una carta", detalla Delmira.

La carta del maestro a sus pupilos, en su parte final, decía lo siguiente:

"Chicos, quiero que sepan que a las noches cuando me acuesto cierro los ojos y veo cada una de sus caritas riendo y jugando; cuando me duermo, sueño que estoy con ustedes. Quiero que se pongan muy contentos porque su maestro es un soldado que los quiere y los extraña. Ahora sólo le pido a Dios volver pronto con ustedes. Muchos cariños de su maestro que nunca se olvida de ustedes". 

Facundo Lo Duca

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