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El bisnieto de Tolstoi: "A León le gustaría Uruguay"

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El centenario de la muerte del gran escritor ruso León Tolstoi se celebra en estos días por todo el mundo. El 7 de noviembre, pasados 100 años del fallecimiento del autor de ‘Anna Karenina’ y “Guerra y paz”, las actividades culturales arrancaron a toda marcha en los dos hemisferios. Entre los paíse
El bisnieto de Tolstoi: "A León le gustaría Uruguay"

El centenario de la muerte del gran escritor ruso León Tolstoi se celebra en estos días por todo el mundo. El 7 de noviembre, pasados 100 años del fallecimiento del autor de ‘Anna Karenina’ y “Guerra y paz”, las actividades culturales arrancaron a toda marcha en los dos hemisferios. Entre los países que conmemoraron la fecha, hay uno del cual habría que hablar aparte. Es Uruguay, donde el legado de Tolstoi se guarda con un mayor cuidado. Y es que allí, más alejado de Rusia imposible,  vive un auténtico representante de la familia Tolstoi, el bisnieto del clásico, Sasha Tolstoi.

Con el apoyo del ministerio de Relaciones Exteriores de Uruguay, Sasha Tolstoi inauguró en Montevideo una singular exposición dedicada a su gran antecesor. Objetos jamás expuestos, numerosas fotos inéditas del archivo personal de la esposa de León Tolstoi, Sofía Andréevna, ediciones antiguas de las obras del escritor, calendarios y libros de arte… son algunos de los ejemplares exhibidos.

RT ha tenido el honor de charlar con el 'bisnieto uruguayo' del titán de la literatura rusa. Durante la entrevista Sasha Tolstoi lamentó que en Uruguay los textos de Tolstoi no se leen en las escuelas, compartió sus pensamientos sobre el estado de la cultura en Uruguay y el mundo, contó sobre su historia personal que le llevó desde Francia a Uruguay y sobre la costumbre familiar de leer un libro de su bisabuelo, lo que le hacía que siendo niño cayera en el sueño más profundo.

RT: ¿En su familia, cómo pesaba la leyenda viva de León Tolstoi?

Sasha Tolstoi: Evidentemente, no conocí a mi bisabuelo, pero se hablaba mucho de él en la familia, que me parece haberlo conocido siempre. Mi padre, Sergio, se sentía su heredero espiritual. Vivió para glorificarlo, y escribió unos cuantos libros sobre él. A menudo iba a Rusia, invitado por los gobernantes de la época y no dudaba en criticar sus políticas. Los retaba como a niños. Ellos bajaban la cabeza, y decían “¡Tiene razón, Conde!”. Aunque los títulos nobiliarios habían desaparecido en la Unión Soviética, a mi padre solían llamarlo 'Conde'. La influencia del apellido sobre la gente era tan fuerte, que ni los más exaltados se atrevían a enfrentarse a la opinión de un descendiente de Tolstoi.

Mi padre siempre exageraba la gloria de mi abuelo, considerándolo el escritor más grande de la humanidad. Cuando le preguntaba si León era alto, contestaba: "Sí, muy alto, hijo, ¡muy alto!" Pero, en las fotos, León se veía pequeño. Jamás pude confirmar su estatura exacta hasta el día en que, paseando por las calles de Vancouver, vi un maniquí de Tolstoi en la vitrina de un museo de cera. Entré para preguntar cuál era su altura exacta. Así me enteré que medía 1,76 metros.

Fui educado en el culto de mi bisabuelo. Recuerdo que, desde que tenía cinco años, mi padre me leía antes de dormir 'La Guerra y la Paz' en ruso, lo que tenía el efecto de hacerme caer en el sueño más profundo. Sin embargo, aprendí a respetarlo y a servir a su imagen, más que a usarla…

RT: ¿Existe alguna tradición en su familia vinculada con el modo de vida o costumbres de León Tolstoi?

Sasha Tolstoi: La tradición de escribir, nuestra enfermedad familiar. Pero, ante todo, la compresión de que debemos servir a la gloria de nuestro ancestro y no aprovecharnos de ella.

RT: ¿En qué lengua lee las obras de Tolstoi?

Sasha Tolstoi: Leo en francés, es mi lengua materna. Cabe destacar que hay traducciones y traducciones. Sé de que estoy hablando puesto que mis libros, escritos en francés, están traducidos al español. La diferencia entre dos traductores es la misma que separa el día y la noche. De hecho, los buenos traductores suelen ser escritores ellos mismos. No es muy grave si un traductor no conoce perfectamente el idioma de origen, en cambio, debe ser especialista en la semántica del idioma al que traduce y ser capaz de penetrar en la mente del autor para reproducir exactamente el sentido de lo que éste quiso decir.

RT: ¿Qué cita de su bisabuelo le parece más entrañable?

Sasha Tolstoi: “Todo hombre debe vivir de su trabajo y del dinero ganado con el sudor de su frente, sin aprovecharse de los bienes adquiridos por otro”. Una cita que no necesita comentarios.

En realidad, el modelo de pensamiento con el cual él se identifica es el del filósofo francés Jean Jacques Rousseau. Como él, Tolstoi se rebela contra los preceptos artificiales de una sociedad que ha pervertido y corrompido el orden anterior. Pero, al madurar, reconoce que él también ha adquirido el gusto por las ventajas de esa civilización que desprecia. Al mismo tiempo, constata que esos beneficios no han llegado a los campesinos. Decía: "ellos continúan portándose como niños, están cerca de la naturaleza, simples en sus gustos y deseos, consumen menos de lo que producen y son religiosos de una forma noble y libre. Son la prueba viviente de que la inmensa mayoría del pueblo ruso lleva una vida conforme al estado 'natural' del hombre'".

Ese estado natural que Tolstoi siempre trataba de alcanzar, como forma de identificarse con Dios, terminaría produciendo una terrible ruptura familiar entre los que rechazan y los que aceptan esa filosofía.

RT: ¿Y cómo sucedió que un pariente del escritor ruso, de lengua materna francesa, viviera en Uruguay?

Sasha Tolstoi: Mi padre, Serguéi, era hijo de Michel, uno de los últimos hijos de Léon. Michel, que tenía seis hijos —tres niños y tres niñas—, emigró a Francia a causa de la revolución de 1917. Mi madre nació de apellido Wyrouboff. Su padre, Alexandre, obedeciendo a una orden del zar, se casó con la famosa Anna Tanéyeva, hija del canciller, que entraría en la historia como Anna Wyroubova. Después de seis meses se divorció y se casó con mi abuela, Marie. Tuvieron tres hijas. Mi madre, Olga, era la menor. Mi abuelo, oficial de la armada, murió de tifus en 1917 mientras que mi abuela, sus tres hijas y algunos sirvientes -entre los cuales se encontraban nuestra niñera- también emigraron a Francia. Allí nací yo, en París, 1938.

A Uruguay llegué por primera vez cuando tenía 15 años, en 1953. Mis padres me enviaron a casa de un tío que no tenía hijos varones, sólo hijas, a Montevideo, el príncipe Gorchakov. Siempre había deseado tener un hijo. Yo era rebelde y mis padres esperaban que mi tío —que era severo— consiguiera rectificar mi comportamiento. Sin embargo, al cabo de tres meses, él se rindió y quiso enviarme de vuelta a mi país natal, Francia. Entonces mi madre decidió venir a verme. Se enamoró de Uruguay y se quedó acá un par de años antes de volver a Suiza, Estado cuyo pasaporte poseía. Cuando cumplí 18 años, en 1957, regresé a Francia para hacer allí el servicio militar. Durante cuatro años serví a mi país como oficial en la legión extranjera; participé en la guerra de Argelia, cuyos habitantes reclamaban la independencia. Al terminar el servicio, me instalé en París y me casé. Mi mujer se llamaba Marie-France. Con ella tuve tres hijos; el segundo, Iván, falleció con 7 años de leucemia. Valérie es la mayor (45 años) y el menor es Vassia (33 años). Valérie es editora (Gallimard) y Vassia, fotógrafo. La primera vive en París, el segundo, en Río. Los dos están casados, y yo tengo tres nietas, Lisa (18 años), Suzanne (16 años) y Rosalie (10 años). Viví en París hasta la muerte de mi mujer que falleció de un cáncer en 2000 (40 años después de la boda). Entonces, decidí volver a Uruguay, mi pequeña casa situada al otro lado del océano para terminar ahí mis días, casi como Ulises que regresó a su Penélope.

Desde hace ocho años resido en Uruguay. Vivo cerca del mar, en Punta del Este, a 120 kilómetros de Montevideo, en una magnífica casa rodeada de árboles centenarios. Hoy tengo 72 años y, si no me voy de viaje o a pescar, me ocupo de mi jardín y de mi perro. Cuando me animo, escribo historias.

Después de haber ejercido de periodista y trabajar en el ámbito de la publicidad en las Galerías Lafayette, en 1972 compré una tienda de pesca que en breve se convirtió en la más conocida de la capital. Durante 24 años me ocupé de la pesca deportiva, no sólo en Francia, sino en el mundo entero, convirtiéndome en uno de los mayores especialistas de peces de gran tamaño de agua salada y de agua dulce. Fundé una revista dedicada a la pesca y una agencia de viajes, escribí 14 libros sobre la pesca y presidí uno de los clubes de pesca deportiva más importantes del mundo.

RT: ¿Cómo podemos presentar la importancia de las ideas de León Tolstoi en Uruguay?

Sasha Tolstoi: Desgraciadamente, en Uruguay, como en el resto del mundo, la cultura está desapareciendo. Antes, hace no tanto tiempo, los textos de Tolstoi se leían en las escuelas. Hoy no.

Un día mi coche se averió. Estaba en el norte del país. Me asistió un mecánico que vivía en una pequeña casa modesta. Cuando oyó mi nombre, me llevó a su casa y me enseñó los libros que tenía en la biblioteca. Tenía todas las obras de Tolstoi en español.

Desde hace siempre, Uruguay ha producido eminentes escritores, narradores y poetas. Si los nombres de Jules Supervielle, Jules Laforgue, el Conde de Lautréamont y Horacio Quiroga están en la mente de cualquiera, los dramaturgos contemporáneos son menos conocidos. Una vez encontré a Ricardo Prieto en una cena organizada por un grupo de escritores y me habló de su obra de teatro intitulada 'El último viaje', que él estaba terminando en aquel momento y que representaba un diálogo imaginario entre León Tolstoi y su esposa, a finales de su vida. Imaginario, porque el escritor, a pesar de la insistencia de Sofía, no quiso volver a verla después de que se escapara de casa, para morirse de neumonía en una pequeña estación oscura en la Rusia profunda. La obra de Prieto, basada en textos autobiográficos, describe el conflicto conyugal de la pareja, al mismo tiempo que pone a la luz, en forma de diálogos dramáticos, las ideas filosóficas del escritor.

En el diálogo donde el anciano habla con un estudiante revolucionario, que intenta convertirle a su causa, se intuyen la visión de la realidad rusa y las premoniciones de éste; y en otro más, en que conversa con su mujer, se revelan sus debilidades y sus sueños quiméricos. Al final, a la hora de la agonía y el arreglo de cuentas consigo mismo y con su época, conversa con su ángel de la guarda y su discípulo, Chertkov. La obra fue representada por grandes actores en el teatro 'El Galpón' de Montevideo y tuvo un éxito considerable.

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