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Contra la omisión o cómo describir a Venezuela sin sanciones

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A veces somos tanto el resultado de lo que afirmamos como de lo que dejamos por fuera a la hora de lo primero. La creación de escenarios, aventurándose incluso a lo predictivo, más allá de su resultado final una vez que choque con la realidad (confirmándola o no), siempre estará condicionada a lo que se decidió escoger como factores, actores y dinámica para producirlo.

Autor implícito, suelen llamar a eso desde la teoría literaria, si decidimos apartar autor y circunstancia, para enfocarnos en el texto y sus dispositivos internos. Aunque irremediablemente, vida y circunstancia aparecerán.

Lo cierto es que Venezuela, en esta materia, pareciera seguir siendo la fuente perfecta para fabricar estos escenarios libérrimos, describir en el proceso un paisaje político a la medida, y concluir, ya con este andamiaje pretextado, una suerte de horizonte seguro, una probabilidad que puede ser conclusiva, y de paso gana el nombre de quien lo firme, no importa cuán deformante. Hay gente que vive de esto.

Digo esto a propósito de la nota de opinión "Las parlamentarias ya tienen fecha: ¿y ahora qué?", firmada por mi compatriota Ociel López y publicada en esta tribuna el 4 de julio, donde pareciera ser posible abordar, discrepando sobre lo afirmado, justamente lo dicho más arriba.

A veces Venezuela Bolivariana en medio del cerco internacional, las dificultades internas, la guerra política y un paisaje que dos pasos más adelante siempre, en realidad, permanece a oscuras (dado todo lo que busca incidir en este momento) se convierte en una carrera de caballos, y, como es costumbre, a no ser que se esté bien dateado o la carrera arreglada de antemano, azar y probabilidad pueden jugar muy en contra.

Y eso puede pasar, pongamos por caso, a la hora de analizar la designación de la fecha de la próxima cita electoral en la República Bolivariana de Venezuela, definida por el poder electoral para el próximo 6 de diciembre. De acuerdo a lo que se decida incorporar como factores y la propia dinámica entre ellos. O, dicho de otra manera, lo que se decide excluir.

Grosso modo, este es el cuadro que comienza a describir Ociel a propósito del anuncio del Consejo Nacional Electoral (CNE) venezolano: "Un sacudón político" lo subtitula, disponiendo el tono de la atmósfera en ese primer apartado. Esto se debe en primer lugar a la designación de la nueva directiva del CNE y por la intervención a los partidos políticos Acción Democrática (AD) y Primero Justicia (PJ), ambas acciones del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).

Este movimiento, según Ociel, es "una decisión tan ultrajante para el sistema de partidos y el pluralismo", algo que nunca había pasado, ni siquiera “en los momentos de mayor déficit democrático”. Pero a la vez “es igual de cierto que las directivas de esos partidos venían de participar de manera abierta en golpes de Estado” habiendo “jugueteado” (su palabra) con la opción militar contra el país. Por lo que queda en suspenso cuál es exactamente la situación, sin ponderar, llevando la reflexión al extremo y admitiéndolo todo sin cuestionamientos, si esa “afrenta” es peor que la de participar en asonadas militares con apoyo extranjero, petición de sanciones e invasiones, en el clima de política internacional más antidemocrático del que se tenga registro desde 1945. Pero divago.

En honor al argumento dejaremos el caso de los partidos para más adelante. Continuemos, mientras, dibujando la situación, según Ociel. Es otro de los anuncios el que destaca como el elemento disonante, perturbador, y además señal de una estrategia política a mediano plazo: la posibilidad de convocar a un Referendo Revocatorio en 2022 para decidir mediante el voto la permanencia del presidente Nicolás Maduro. “¿Por qué levantar polvareda y develarse como Estado autoritario forjando una intervención tan grosera?”, adjetiva a propósito de los dos primeros anuncios.

La respuesta se encuentra, afirma de forma especulativa, en el Referendo y en un proyecto superior. La “grosera” intervención, condiciona mientras afirma, se debe a que es posible que el gobierno 1) necesita despejar el camino de factores disruptivos en la oposición, “conservando las siglas históricas”, fabricándole legitimidad a las elecciones (y al sistema electoral), 2) mientras que allana el camino, mediante el referendo, a “una salida del poder”.

Una salida del poder, por cierto, que en gran medida resuena con la transición nicaragüense a principios de los años 90: “un eventual triunfo del antichavismo [en el referendo] no inauguraría una era de revanchismo, sino que daría paso a una transición controlada, donde el movimiento bolivariano pueda cohabitar como organización legítima, sin sufrir persecuciones” una vez que el primer “movimiento”, elecciones con participación de los principales partidos, ofrezca algún tipo de legitimidad que le permita funcionar y dar el paso siguiente.

Esta “nueva ruta electoral” se trata de una “metamorfosis” en la que en el seno opositor han participado “aliados internos”, por lo que, en tal sentido, la decisión de ampliar el número de escaños y la ampliación del voto-lista a carácter nacional, decisión autónoma del CNE en tanto poder del estado, no obedece a más nada que al engranaje de la estratagema en donde la apertura facilita la incorporación de políticos regionales o de segunda fila dentro de los partidos tradicionales, facilitando un trampolín de ascenso en otros comicios, mientras se valen de su escaño como pivote, pero sin perder de vista que, según la estrategia que desentraña Ociel, el Revocatorio “es el principal aliciente para que funcione”.

Porque, continúa el análisis, existe un temor “en vista de que sobre la dirigencia oficialista se ejercen cargos internacionales por 'narcoterrorismo' y hasta acusaciones de genocidio”, para Ociel es un “miedo lógico” que debido a las acusaciones “constantemente divulgadas por importantes factores geopolíticos” se decida por tomar ese presunto camino.

Que para asegurar la ruta de salida de la que el presidente depende para salir con vida está sujeta a las probabilidades que ofrece el comportamiento electoral y participativo de un sector de la oposición no es exactamente el plan de alguien que hasta ahora no han logrado derrocar de todas maneras. Sería, por lo menos, extraño.

En esencia, según el análisis, el anuncio del 6 de diciembre entraña toda una estrategia multifactorial en la que bajo un marco de probabilidades demasiado volátil el amenazado gobierno de Nicolás Maduro buscará una salida electoral del poder en un ecosistema favorable, por supuesto,  condicionado por otros elementos analizados en la nota de carácter secundario (como la reacción de la parte de la oposición sumada al “plan”, el “fantasma de la abstención”, etc.), en donde la predicción asegura tanto una cosa como la otra. O todo lo contrario.

Porque en este punto huelga decir también que Ociel analiza el 6 de diciembre luego de haber anticipado en un análisis anterior, que no no se iba a designar la dirección del CNE (“es bastante probable que este conflicto impida culminar el proceso de nombramiento de la junta directiva del CNE”), lo que, al menos en esto de anunciar lo que viene, no le ha ido muy bien, como cuando en otro momento también se decantó por afirmar que los cinco buques iraníes que vinieron a Venezuela (y ya se regresaron) iban a ser interceptados o intervenidos por el gobierno de los Estados Unidos, dado que era una “excelente opción” para Donald Trump de demostrar su autoridad en el Caribe.

Y ya de por sí debería ser un motivo más o menos alarmante que sea a esta altura del artículo hablando del análisis de Ociel que se mencione por primera vez a los Estados Unidos. Porque él tampoco lo hace en su descripción del presunto escenario político en el que supuestamente el presidente Maduro posiblemente lance un plan que, si logra darse, a pesar de variables tan inesperadas, sería su pasaje de salida del poder, sin correr muchos peligros.

Nada de lo afirmado cuenta con algún tipo de soporte o desarrollo de esas afirmaciones (supongo que se trata de la delgada línea que divide el territorio de la opinión y el análisis).

Y así como la ausencia de Estados Unidos aturde, lo mismo pasa con la total exclusión, primero de Juan Guaidó y la aventura imperial que él representa (en particular durante casi todo el año pasado) y, por sobre todas las cosas, las sanciones (a.k.a terrorismo económico) como un condicionante general. Ni una sola mención a ninguno de los dos, considerando válido por alguna razón, tal vez, que queden por fuera, pero no por eso evitando un sesgo de confirmación de catedral y una nueva profecía autocumplida (independiente de lo que ha sido su récord hasta ahora).

Ninguna discusión honesta sobre la situación venezolana puede omitir el elemento de presión, acoso, asfixia y los efectos de las medidas coercitivas unilaterales emitidas por Washington, Bruselas y alguno que otro “peor americano” (diría Artigas), por los que una omisión de este calibre pareciera viciar ya de origen lo que se pudiera, en teoría, “anticipar”.

Lo mismo con el tono escandalizado y caricaturesco de maniobra autoritaria pero a la vez de escape que supone el escenario de Ociel, al tratar la intervención de AD y PJ como algo nunca antes visto, “ni en los momentos de mayor déficit democrático”. Porque además concibe ese movimiento como una acción unilateral del estado (que son, por cierto, los únicos momentos en que estado-gobierno-Nicolás Maduro vienen a ser algo más que factores pasivos, donde todo lo demás se mueve menos ellos, a no ser que sea necesario para darle contexto a los otros “movimientos” dentro del escenario).

No sería ni tan malo recordarle a Ociel que, nada más circunscribiéndonos a las décadas del chavismo en el poder, aparte de las dos intervenciones mencionadas, se han dado seis más. Y en ninguno de los casos se trata de la misma situación, así El Nacional también haga el esfuerzo de vender un episodio, más pedestre de lo que se quiere admitir y con mucho folclor partidista, pero que igual sirve a troche y moche como el último gran ejemplo del totalitarismo narcocastrochavomadurista.

Vienen a la mente la controversia a propósito de las elecciones internas de Copei, en 2015, en lo que miembros de su propia dirección llevaron el caso al poder judicial. O, aún más descriptivo, la misma situación con el Podemos venezolano, el de Didalco Bolívar e Ismael García, que fue intervenido en 2012 por las profundas diferencias entre ambos políticos (situación que todavía para 2015 producía sentencias al respecto). De hecho, si uno revisa con detalle, Podemos es un partido que básicamente nació en tribunales y nunca ha dejado de estar cerca de uno desde entonces. Lo cierto del caso es que ni desde la onda corta (ni la larga) de la historia de Venezuela, se trata de algo jamás y nunca visto por nadie.

Ya no digamos si caemos en el lugar común habitual que siempre se invoca, hablando de momento de “déficit democrático”, con la ilegalización de los partidos de izquierda parlamentaria a principio de los 60 por sus vinculaciones al “terrorismo” y la subversión”. O el acoso contra Salom Meza, por ejemplo, una década después. Esta observación merecía hacerse, así en este artículo no estemos en una de fact-checking, porque fuera de eso, revisar al autor implícito del análisis nos conduce obligatoriamente a una pregunta sencilla: ¿desde dónde habla el analista?

Ociel no es un improvisado, la forma de llevar sus análisis es con maestría y a pesar de la falencia en materia predictiva, y tal vez un conocimiento un poco arbitrario y bastante discutible sobre Irán y su política, en otros trabajos no es alguien que le hace asco combinar y poner a prueba factores que entrañan complejidad.

Lo que nos llevaría a otra pregunta: ¿por qué, en este caso, ser tan mezquino con factores tan decisivos? ¿Se puede, de verdad, analizar el actual momento político venezolano excluyendo el factor que mayor peso e influencia tiene no sólo sobre la realidad estrictamente política de Venezuela, sino de todo lo demás, como lo es el peso diario de la campaña de “máxima presión” contra nuestro país como contra Irán, Siria y ahora Líbano?

¿No tiene ninguna significación el grado in crescendo de obscenidad con el que se ha convertido lo que se declara desde la Casa Blanca y el Departamento de Estado sobre Venezuela los últimos dos años? ¿Por qué ese presunto “plan” del presidente suena a una versión controlada del plan de transición de Abrams, por el que, además, no hay ninguna evidencia o algo que soporte su teoría? ¿Por qué el análisis se limita a un suma y resta a discreción de la agencia de los actores políticos mientras a la vez los cancela? ¿Es aceptable un escenario así de inmovilista en el cual ese sector de la oposición que quiere superar el perpetuado bache de fracasos de la guerra política, que canalizaron a nombre de Estados Unidos sus propios partidos según lo que pautaran, al extremo de inventarse un presidente que fuera reconocido por cincuentitantos países?

De nuevo, supongo que en eso consiste el ser lo que queremos ver al parecer tan de moda en la discusión de la izquierda. Y en este punto, puesto que tampoco se trata de algo ad hominem, nos distanciamos del trabajo en particular y comenzamos a iluminar en otro dato que emerge cuando se ve el cuadro completo. Ya no se trata de un individuo equis especulando sobre un escenario, sino al circuito de opinión y conocimiento al que se debe.

Por quien doblan las izquierdas

La década 2010-2020 atestiguó movimientos profundos y cambios de coordenadas de todo tipo a escala global. Se inició con las sintéticas primaveras árabes y cerró con el brutal golpe en Bolivia (también la década siguiente comenzó con el asesinato de Qassem Soleimani y Abu Mahdi al Mohandis, pero no nos enredemos más que estamos a un paso de hablar del covid).

El ciclo de las primaveras arrimó a un sector cada vez más postmo de la izquierda a sintonizar con la aparente energía del momento y establecer patrones globalizados que entrañaban valores universales para justificar, directa e indirectamente, situaciones nacionalicidas (Siria y Libia, por ejemplo), lo que produjo una suerte de cisma más o menos inconfesado, pero que indefectiblemente ha seguido su curso. En ese proceso de jalonamiento, nuevas líneas divisorias entraron en la discusión, pero el movimiento tectónico todavía no ofrecía su escala completa.

Ese momento de cambio, y de salto traumático, en clave venezolana, vino con la muerte del comandante Chávez en marzo de 2013. Su partida, el salto de una presencia constante a una ausencia persistente, modificó dramáticamente un panorama que lo había tenido como centro de una forma o de otra.

La drasticidad de los cambios internos (en nosotros) y los movimientos que produjo en el campo político e intelectual (esto último en tanto ejercicio, no como exclusiva de un grupo determinado), adulteró todas las señales de anclaje (con mucho de sus presupuestos filosóficos e ideológicos) provocando una desnudez histórica acompañada de una suerte de desamparo tremebundo. El pensar y los afectos siguen yendo de la mano.

Pero esto además se daba en paralelo en un cambio de aproximación y ofensiva de Estados Unidos. A partir de entonces, un vasto rosario de recursos de la guerra no convencional y las revoluciones de colores, junto a maniobras diplomáticas y también financieras, en fin, guerra híbrida, condicionó no sólo el modo de contar y procesar lo que vivíamos, primero sin dejarse ver del todo, ahora a capa descubierta, con el acecho de facto y de jure de la presión desde el Capitolio y la Casa Blanca.

Se produjo un vacío, vimos al abismo y nos devolvió la mirada. Acababa de morir el punto de gravitación del mundo histórico al que nos habíamos acostumbrado. Por lo tanto, lo que teníamos en frente, necesitaba someter a prueba precisamente los constructos ideológicos e intelectuales que habíamos acumulado, y el resultado fue una bifurcación en el camino, tanto en el modo de representar como de interpretar lo que ocurría. El curso de la historia volvió a ser opaco. 

De esa encrucijada algunos se volcaron a defender no sólo el proyecto sino la continuidad y existencia misma de un estado completamente bajo asedio o por el contrario encontrar una incompatibilidad entre lo que se creía y lo que parecía haber en ese momento, fijando un lugar aparte en el ciclo político-histórico que significó la llegada de Nicolás a la presidencia. A trazo grueso ahí nace en el plano intelectual y de opinión lo que a veces se autodenominó el chavismo crítico o descontento, mientras que de este lado quedaba la etiqueta de oficialismo, la quisiéramos o no.

Mientras tanto, una guerra que al principio no se entendía bien seguía arreciando. Y ahí la decisión consistió en o bien traducir las claves y fenómenos del momento para efectivamente comprenderlo y defendernos o recurrir de nuevo a la seguridad de las claves propias para concluir que el desfase entre el actual momento del chavismo y “el proyecto” era cada vez mayor y por lo tanto su momento para volver a “brillar” sería otro.

Conforme avanzaba el deterioro, los propios errores o torpezas del gobierno (en un ecosistema cada vez más complicado) y desde afuera se apretaban las tuercas, la narrativa del malestar cobró más tracción. Pero todavía el sector “crítico” significaba algo con menos forma para ese momento, y con el tiempo, según la agenda o las creencias, cobró barrios rumbos: ahí tenemos el periplo de Nicmer Evans de chavismo crítico a estar en este momento detrás de la ambulancia en los medios opositores sin cortapisas. O, para citar un caso más extremo, Clíver Alcalá comenzó en el chavismo crítico, se incorporó a la llamada Plataforma en Defensa de la Constitución (que se retrató con Juan Guaidó, críticamente) para luego encabezar el sonado intento de desembarco, alzamiento y golpe que hoy en día conocemos. Ahora la plataforma se rebautizó y se llama Plataforma Crítica en Defensa de la Constitución.

Por supuesto que estos dos ejemplos infelices no son medida de todo, pero se trataron de dos movimientos que alcanzaron su apogeo en 2017, el año de mayor violencia callejera, que vino además acompañada de un número de defecciones, las sanciones a PDVSA y el cerco internacional que alcanzaba otro nivel. En todo este tiempo ocurría que mucho de ese ejercicio crítico terminaba comulgando de una manera u otra con el discurso mainstream en general, en algunos casos llegando incluso a hacerle la suplencia.

Pero, además, algo ocurrió en simultáneo: la izquierda latinoamericana abandonó a Venezuela en un momento de alta complejidad, poco complaciente en materia de fijeza ideológica, y por sobre todas las cosas, siendo una guerra, una profunda situación de mierda. La que nos impusieron, no la que escogimos. La desvenezolanización en ciertos foros claves de ámbitos del pensamiento latinoamericano, en su gran mayoría dentro de la órbita de las ciencias sociales, comenzó a hacerse patente rápidamente. A tal punto que en el momento más violento del intento de golpe híbrido de 2017 llegaron a emitir varios comunicados contra el gobierno de Nicolás Maduro en base a la pulcritud de ciertos preceptos ideológicos, algo que también ocurrió en plena instalación del gobierno paralelo de Juan Guaidó en 2019. Mordieron la esponja. 

Hoy en día, luego del descalabro de la ola progresista regional, mientras Venezuela no es derrocada, muchos en ese plano siguen omitiendo la existencia del país y hacen caso omiso de la antiespectacular pero épica resistencia del país y del estado por preservar en donde se puede y a pesar de tanto en contra un mínimo de normalidad (hola, Alberto Fernández). Como ya no tiene los componentes narrativos sexy de la época del Comandante, sólo quedan los errores y la noción, para algunos, de que esto o no existe o se perdió. Pero “esto” no habla de la realidad, sino de cómo la izquierda se ve a sí misma. Algo parecido pudiera decirse respecto a Nicaragua.

Según esa clasificación soft, la decisión de defender al gobierno nos sitúa, desde esa perspectiva, fuera de esa izquierda, y puedo hablar con propiedad de unos cuantos que no nos sentimos en lo más mínimo incómodo con eso. Como tampoco han hecho falta ni siquiera la palabra de aliento de quienes antes, cuando todo parecía más fácil y bonito, vociferaban casi que con acento criollo. Y lo mismo con los que aún al día de hoy, luego de siete años de situación excepcional sostenida, sotto voce dicen algo muy distinto sobre la complicada y, sí, mal narrada épica venezolana.

Algunos de manera autoconsoladora quieren ver que la ruptura no manifiesta consiste en el grado de cercanía con el gobierno o el estado, pero como puede verse en lo global, donde muchas de estas corrientes reflexivas armonizan, la división se encuentra anclada en cuánto en realidad actúas y te opones a esta fase hiperagresiva del imperio, toda vez que no es un secreto para nadie el carácter cada vez más circense y demencial que cobran los distintos ataques. A pesar de no leerse en esos textos, sorprendería el número que está dispuesto en hacer algo ahora incluso, equivocarse acompañando el liderazgo de Nicolás Maduro a antisépticamente decir años después (y quién sabe a qué precio) tenían razón en no hacerlo.

La hipótesis abstrusa que emerge cada vez más sobre la idea de algunos de que lo mejor que pudiera pasar es que el chavismo perdiera en este momento, y bajo estas condiciones, el poder, para custodiar lo que ellos conciben (extorsivamente) como lo que pudiera salvarse del proyecto “originario” siendo oposición. El análisis de Ociel apunta abiertamente a la idea de esa salida, pero, como ya vimos, sobre premisas antojadizas.

Sin tener que alejarnos tantos la demostración de lo inviable de esa tesis lo ofrece el propio golpe en Bolivia, que por cierto muy poca gente quiso verlo venir, y mucha gente siguió lo que la izquierda crítica decía, sin mucho sustento, en contra de Evo Morales (me viene a la mente un Raúl Zibecchi convocando a no “ser parte” de la guerra “entre el masismo y la derecha”). El resultado está ahí, por lo que ese escenario de transición comeflor se descarta automáticamente, sobre todo en el caso de Venezuela.

“Estamos en presencia de una transformación en las formas de pensar y entender la política” dice Ociel. “La izquierda se encuentra en aprietos porque las demandas tradicionales están siendo ahogadas por la coyuntura” también dijo, pero no autorretratomente, sino refiriéndose a lo que ocurre hoy en día en Estados Unidos. Lo que nos lleva a tocar de nuevo el desde dónde se habla, ya que es una falacia que el lugar de enunciación es uno neutro, y más en política. Y por qué esa premisa no es válida entonces para el caso Venezuela

Luego de un sostenido proceso de parálisis institucional y adulteración política estimulada desde fuera con actores locales, el gobierno y una parte de la oposición que quiere preservar el juego político y el legal buscando normalizar el funcionamiento del país, lo que obliga a desplazar en conjunto a actores que no sólo no quieren una solución política sino abrir las compuertas de las botas gringas mientras se corta todo el aparato circulatorio del país, dentro y fuera, más allá de su identidad partidista. Sólo puede interpretarse como una salida así de cínica y autoritaria cuando por alguna razón el relato completo no es igual de complaciente.

Pero el escrutinio del ejercicio intelectual es el público. Y no todo el mundo encuentra consuelo en la tesis que el centro de todo el problema radica en el gobierno, sin antes tomar en consideración, por ejemplo, la relación directa entre el deterioro y perversión del funcionamiento de ciertos servicios con el ambiente aún más golpeado por los resultados de la depresión económica, a su vez completamente adulterada por lo que ocurre allende nuestras fronteras.

En momentos como este, de total supervivencia (y no de un gobierno únicamente) hace que el marco de los demás debates se torne exiguo. La decisión de traer o negar elementos también implica una posición política. Y esa posición política debe ser nombrada. A nosotros nos impusieron un lugar y no tenemos problema con él, pero esta corriente tiene que declarar abiertamente el suyo. La división intelectual tiene que asumirse.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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