Trabajar ocho o nueve horas diarias para la mayoría de nosotros hoy en día es algo normal, incluso a veces nos parece demasiado. Pero si hubiésemos vivido hace unos 160 años, hubiéramos tenido que luchar para que este derecho fuera respetado. Los primeros que plantearon tal demanda fueron los obreros australianos, en el año 1856.
Tres décadas después, en noviembre de 1884, ya en Chicago, en EE.UU., se celebró el IV Congreso de la Federación Estadounidense del Trabajo, en el que se estableció que a partir del 1 de mayo de 1886 se obligaría a los patronos a respetar la jornada de 8 horas. Sin embargo la ley no se cumplió, motivo por el cual las organizaciones sindicales de todo EE.UU. se movilizaron, paralizando el país con más de 5.000 huelgas. Durante una de ellas en Chicago se perpetró un atentado que causó la muerte de varios policías.
En julio de 1889, la Segunda Internacional instituyó el Día Internacional del Trabajador para conmemorar los hechos ocurridos en mayo de 1886 en Chicago. Durante el Congreso de París se decidió celebrar el Día del Trabajador el 1 de mayo de cada año. Desde 1890, los partidos políticos y los sindicatos integrados en la Internacional han organizado manifestaciones de trabajadores en diversos países en petición de la jornada de 8 horas y como muestra de la hermandad del proletariado internacional.
La festividad del 1 de mayo se celebra oficialmente en 142 países del mundo, como Argentina, Brasil, España, Francia e Italia, entre otros. En Rusia, por primera vez fue celebrado en 1911, aunque no de forma oficial. Desde 1918, un año después de la Revolución, se convirtió en una fiesta estatal.
Curiosamente, EE.UU. no está entre los 142 países que festejan el 1 de mayo. El presidente Grover Cleveland ofreció celebrar el 'Labor Day' (Día del Trabajo) el primer lunes de septiembre por temor a que la fecha de mayo reforzase el movimiento socialista en el país.