El poder del Estado Islámico está disminuyendo. Con la pérdida de las ciudades de Ramadi y Palmira en los últimos meses y el avance constante de los combatientes kurdos en el norte de Siria e Irak, el grupo está perdiendo terreno. También está perdiendo reclutas por bajas y deserciones, ya que sus finanzas menguan por los ataques de la coalición en los sitios de almacenamiento de dinero en efectivo y refinerías de petróleo.
Sin embargo, la derrota no parece inminente. El Estado Islámico sigue controlando territorio clave, incluida Raqa, la capital de su califato, la ciudad iraquí de Mosul, grandes territorios en la provincia de Nínive y enclaves suníes en la provincia de Anbar, como Faluya, Hit y Haditha. Por otra parte, aunque la coalición ha privado al Estado Islámico de cientos de millones de dólares, es probable que los líderes del grupo encuentren pronto nuevas formas para reponer su botín de guerra, un plan B al que Occidente se verá obligado a enfrentarse.
Los analistas políticos Brian Michael Jenkins y Colin P. Clarkee han presentado en un artículo para el portal Foreign Policy algunas de las opciones de la salvación que eventualmente podrían tener los yihadistas.
Pasar a la clandestinidad
Al igual que otros movimientos insurgentes del pasado, una opción para el Estado Islámico podría ser la creación de una red de oposición y lucha clandestina. El organismo podría parecerse a lo que los talibanes ya han creado en Afganistán, un sistema donde gobernadores paralelos imponen la ley coránica, por la que incluso juzgan a los funcionarios del Estado afgano. Aunque esta opción puede ser atractiva para algunos sectores del Estado Islámico, los combatientes extranjeros del grupo no sobrevivirían en este sistema 'en la sombra'.
Por otra parte, si ese momento llega, se necesita mucho tiempo para que Siria o Irak cuenten con instituciones de inteligencia y policía efectivas capaces de identificar y capturar a miembros de la resistencia clandestina.
Reubicación
Alternativamente, los líderes del Estado Islámico podrían huir a otra fortaleza yihadista, como Libia, donde todavía tendrían que luchar contra las milicias tribales locales para ganarse su propio espacio.
Pero trasladar la dirección central del Estado Islámico a Libia sería arriesgado, ya que mandaría una señal de retirada a los seguidores del grupo. Despojado de su territorio en el corazón de Oriente Próximo, el Estado Islámico ya no sería un estado unificado con un califato en Irak y Siria.
No obstante, sería un error suponer que un Estado Islámico geográficamente disperso no sería capaz de mantener la fidelidad de sus combatientes. Así, un cambio estratégico de lugar podría prolongar la supervivencia del grupo.
Golpe maestro
El plan del Estado Islámico B también podría incluir un ataque desesperado por desmoralizar y distraer a sus enemigos.
Así, el líder del grupo, Abu Bakr al Baghdadi, podría planear un asalto a ciudades tan importantes en el mundo islámico como la Meca o Riad, en Arabia Saudita. Para demostrar a sus seguidores que el califato sigue siendo una fuerza potente y su organización sigue siendo virulenta, el plan B también podría incluir esfuerzos para desestabilizar Jordania o el Líbano, un ataque contra Israel o una campaña en el norte del Cáucaso para castigar a Moscú por su acción militar en Siria.
Los gastos militares de un ataque así serían significativos, pero podría cambiar la dinámica del conflicto. Una ofensiva desesperada podría costar a los líderes del Estado Islámico en Raqa una parte importante de sus combatientes, pero recordaría al mundo que el Estado islámico sigue siendo una fuerza que se debe tener en cuenta.
Como conclusión, el autor del artículo advierte que Occidente no debería pensar que el Estado Islámico simplemente se hundirá en la derrota. En su lugar, debería centrarse en frustrar el plan B del grupo.