¿Qué hecho clave cambió el rumbo de Venezuela en la era del chavismo?
El video dura unas dos horas y está en Youtube. Un Chávez delgado, con la banda presidencial puesta de derecha a izquierda -lo que siempre trajo problemas al protocolo para asirle el prendedor al traje- se dirige por primera vez a la Asamblea Nacional Constituyente (ANC).
Es 5 de agosto de 1999. Chávez pone su cargo a la orden (que la ANC le ratifica después) y da un discurso en que, palabras más, palabras menos, dice que no hay hombres providenciales, que es mentira que alguien puede torcer el camino del pueblo, que hay que combatir el dogma del mercado y que Venezuela está llamada a seguir el camino trazado por Simón Rodríguez, el maestro del Libertador: "o inventamos o erramos".
Al final de la alocución, Chávez habla de William Shakespeare y rememora una escena de La Tempestad, justo cuando el capitán ve a los marineros, cada cual en su puesto, dispuestos a enfrentar los espesos nubarrones que agitan la marea. Entonces, acomoda el diálogo del clásico inglés a conveniencia, y dice: "¡Sopla viento fuerte, sopla tempestad, que tengo Asamblea para maniobrarte!". Porque ese día, formalmente, empezó el huracán.
Un total de 135 diputados electos por referéndum asumieron, en 1999, la responsabilidad de recorrer el país y recoger las propuestas del pueblo que se incluirían en el texto fundamental de la Quinta República. Un hecho inédito que devino en un cambio irreversible en la manera de hacer política en Venezuela.
Sin vuelta de tuerca
Pero de eso han pasado 17 años y esto es Caracas. Bueno, una parte de ella: el centro. Un señor, con una gorra de Venezuela, ondea una bandera tricolor con ocho estrellas, en una esquina contigua al edificio de la Asamblea Nacional (AN). "¡Qué viva Chávez!", grita al lado de una corneta que asorda. Es Jhon López, un señor de 45 años, nacido en Portuguesa -en el occidente de Venezuela-, que viaja todas las semanas a la capital. Los jueves, casi religiosamente, cumple su labor como agitador en un toldo rojo bautizado como "la esquina caliente", un bastión del chavismo donde jamás se toman vacaciones porque funciona todos los días del año, donde se lee, se discute, se canta, se está.
A la esquina caliente va quien quiere. Hay una docena de sillas plásticas y una mesa de igual material con un televisor en el que, casi siempre, está sintonizado el canal del Estado. Un megáfono reposa junto a un arsenal de libros, discos de hits revolucionarios, afiches de Hugo Chávez, del presidente Nicolás Maduro, leyes y ejemplares de la Constitución, la de 1999, "la bicha", como la llamaba Hugo Chávez. Cerca, muy cerca, están la cancillería y la Asamblea Nacional.
"Chávez fue el único que nos dijo que iba a gobernar con lo que le dijera el pueblo, no con lo que a él le diera la gana, por eso tenemos esta Constitución. Eso fue lo que cambió este país, que jamás va a regresar a condiciones anteriores en donde el gobernante estaba desligado de su pueblo. Hoy no, hoy el gobernante tiene que vernos, escucharnos”, afirma con convicción el señor Ángel Marín, quien, con su pelo gris y barba entrecana, habla con propiedad de la diferencia con los gobiernos de la llamada Cuarta República, un período que alude los 40 años de democracia que precedieron la Revolución Bolivariana. Los ocho lustros donde la izquierda sólo alcanzó el 6% histórico de apoyo electoral.
Cambio de paradigma
¿Qué ocurrió para que la diferencia sea tanta? El abogado constitucionalista Hermánn Escarrá responde: "Hubo una sustitución de paradigmas: pasamos de una concepción partidocrática en la que la Constitución era para favorecer la democracia ejercida desde los partidos políticos, a configurarla con la actuación directa de la sabiduría popular".
Escarrá es una de las figuras imprescindibles para hablar de la Constitución de 1999, no sólo por su condición de jurista sino porque participó en el proyecto que implicó su redacción. El proceso empezó con el cumplimiento de la promesa electoral de Chávez, siguió con el referendo para consultarle al pueblo si estaba de acuerdo con la Constituyente, continuó con la elección de los diputados que encabezarían la refundación del país y finalizó con la refrendación del texto de la Carta Magna.
El resultado, recalca Escarrá, fue "una Constitución producto del pueblo, de la iniciativa del pueblo y con la aprobación del pueblo". La única en su tipo en toda la historia republicana de Venezuela.
La derecha en contra
Pero ese proceso no estuvo exento de dificultades. La derecha venezolana, la misma que hoy ocupa la mayoría de los curules en la Asamblea, se opuso a la iniciativa, desde que Chávez la propusiera en su campaña electoral para los comicios presidenciales de 1998. "Con la Constitución no se come", "Con la Constitución no se genera empleo", rezaban las piezas de propaganda del candidato socialcristiano Henrique Salas Römer antes de su derrota en las urnas, recuerda el periodista y analista político Freddy Fernández.
Por eso, cuando el pueblo aprobó la Constituyente y los partidos de derecha tuvieron que lanzar a sus candidatos a diputados para participar en el proceso, la derrota fue aplastante. Alrededor de 95% de los juristas electos para la ANC eran cercanos al proyecto bolivariano. Fernández hace memoria y apunta que una vez que estuvo listo el texto constitucional, la oposición llamó a votar en contra. Y volvió a perder.
Lo que más recuerdo es la ilusión popular, la alegría, el espíritu del 99. La idea de cambio, de esperanza, de transformación de Venezuela para ascender a nuevos estadio de cultura, de justicia social, para tomar el camino para una Revolución pacífica y libertaria
Hermánn Escarrá, abogado constitucionalista venezolano
La aversión de la derecha a la Constitución tuvo su cenit en 2002, cuando perpetró el golpe de Estado contra Chávez y puso a Pedro Carmona en la presidencia. El primer acto de gobierno de ese empresario fue, naturalmente, derogar la Carta Magna y todos los poderes que habían sido consultados, refrendados y aprobados por el pueblo venezolano.
El mandatario golpista apenas duró tres días en el puesto gracias a la insurrección popular que restituyó a su presidente legítimo. La madrugada del 14 de abril, desde el Palacio de Miraflores, un Chávez contento y cansado, que regresaba del secuestro y recuperaba el poder, sacó de su bolsillo el pequeño libro que resguardaba con celo: la Constitución de 1999.
La más avanzada
Escarrá, que habla con un tono incólume y pausado, sin mayores sobresaltos, no evita emocionarse cuando recuerda esos días de debates interminables en las 21 comisiones conformadas y, especialmente, el fervor que empapaba todas las esferas de la vida pública: "Lo que más recuerdo es la ilusión popular, la alegría, el espíritu del 99. La idea de cambio, de esperanza, de transformación de Venezuela para ascender a nuevos estadio de cultura, de justicia social, para tomar el camino para una Revolución pacífica y libertaria. Eso nos mantuvo allí".
Porque nunca había sido así. Escarrá recuerda que, antes de Chávez, los procesos para la redacción de la Carta Magna dependieron de pugnas intestinas, sangre o mandatos de caudillos. La Constitución de 1961, que rigió toda la época de democracia representativa, ni siquiera fue sometida a votación por el extinto Congreso.
Para las potencias hegemónicas como EE.UU. urge acabar con el chavismo
Freddy Fernández, periodista y analista político
La Constitución de 1999, dice Escarrá, es la "más avanzada en el orden social, más avanzada en el orden de la participación ciudadana, en la organización social del pueblo, en la perfectibilidad democrática y sus instituciones y en la noción de República popular".
Uno de los aspectos más novedosos es la figura del referendo, inexistente en muchas de las legislaciones del mundo. De hecho, en países como Honduras está vetada cualquier discusión de los artículos denomindos "pétreos". La sola sugerencia de revisión, hecha por el entonces presidente Manuel Zelaya en 2009, le costó un golpe de Estado.
Al respecto, Fernández dice con sorna:"es risible que ahora, muchos de esos países que ni siquiera tienen experiencia ni mecanismos para consultas populares como los que hay en Venezuela, quieran darle lecciones a nuestro país de cómo hacer un referendo. Es más, en muchos de ellos, es un delito plantear cualquier discusión".
¿Cuál es el peligro?
Para Fernández, quien también fue viceministro de comunicación de Venezuela, está claro por qué no ha cesado el ataque a la Revolución Bolivariana desde hace 17 años: el temor de que se replique el modelo de participación popular respaldado en la Constitución.
"Para las potencias hegemónicas como EE.UU. -argumenta- urge acabar con el chavismo. Aquí se demostró que una democracia con poder popular es posible. El espacio político cambió".
Por esa razón, añade, son tan violentos los ataques, respaldados con la artillería mediática de derecha, contra cualquier movimiento que defienda reivindicaciones similares en América Latina, Europa y hasta en el propio territorio norteamericano, y tan frecuentes los llamados de voceros de la oposición como el presidente de la Asamblea Nacional (AN), Henry Ramos Allup, a modificar ese texto de llegar al poder.
Entonces resulta singular la evocación que Chávez hiciera de la obra de Shakespeare aquel 5 de agosto de 1999. Desde ese día, el socialismo venezolano sigue como aquel capitán: sorteando tempestades. Siempre en el ojo del huracán.
Nazareth Balbás