El humor del venezolano es el arma con la que a diario se afronta la crisis
La pregunta se la hacen todos pero la respuesta parece esquiva. El chavismo afirma que es la esperanza, la oposición asegura que es anomia. Pero, ¿qué sostiene a los venezolanos en medio de la crisis?
El politólogo y director de Consultores 30.11, Germán Campos, ha tratado de descifrar el enigma con más ahínco desde el último año. Aunque ahora trabaja como consultor político en otros países de Latinoamérica y Europa, en ese ir y venir, confiesa, le ha costado digerir la situación para explicarla en otras latitudes cuando las trompetas de la prensa internacional auguran, a diario, la llegada del Apocalipsis.
"Hay un sustrato allá abajo que tiene esperanza porque entendió que, con el chavismo, se abría la posibilidad de un modelo de sociedad justo, y ese es un elemento que no se puede ignorar. Pero yo creo también que tiene que ver con ese sentido de ser venezolanos de ver el humor en todos lados, de resistir así las grandes tragedias", explica Campos en entrevista a RT.
El ejemplo, dice, es que en días recientes vio una valla en la autopista de Caracas donde se anunciaba el show de un comediante venezolano. La nueva rutina, según el afiche, tenía que ver con el "bachaqueo", término que le genera dolores de cabeza al gobierno nacional y que agudiza, en buena parte, la crisis económica actual porque consiste en la reventa, por canales ilegales, de productos de primera necesidad a precios exorbitantes.
"¡Este país es una vaina! Se supone que estamos atravesando una situación delicada y no sólo lo convierten en un espectáculo, sino que probablemente ese tipo va a obtener mucho dinero, la gente va a pagar para reírse de un drama que nos afecta todos los días. Eso es incomprensible para otras sociedades latinoamericanas".
Para Campos, todo es resultado de la Guerra Federal: "que nos mezcló a todos en una licuadora, a los andinos, a los llaneros, a los patriotas de la Independencia, en una sociedad que, aunque se estratificó, no permitió el surgimiento de castas. Eso nos dio cierto carácter de homogeneidad, de horizontalidad, de igualitarismo. Nos cuesta ser graves. Eso hace que los venezolanos, si estamos en dificultades pero juntos, más o menos lo aguantamos. Hasta nos reímos".
Crisis con inteligencia
El periodista y profesor universitario Roberto Malaver es conductor de un programa de humor, "el peor" de Venezuela, como decía en broma el propio Hugo Chávez. Él también se hace la pregunta y cree que la respuesta es que "mucha gente sigue confiando en que hay una esperanza y, mientras tanto, se toma la situación de la mejor manera posible, riendo, compartiendo, para tratar de tragar mejor la crisis".
"La esperanza está con el que está resistiendo y el venezolano siempre se incorpora a la 'jodedera' para soportar. Yo me acuerdo que un amigo, en mis años universitarios, iba a mi casa y cuando abría la nevera, me gritaba: 'Roberto, ¿la estás vendiendo?' Claro, porque yo lo único que tenía ahí era agua".
Porque esta no es la primera crisis de Venezuela. En la era Chávez, después del golpe de Estado de 2002, ocurrió el sabotaje petrolero que paralizó -gracias a las acciones de la derecha- la principal industria del país. En esos días, los empresarios privados que manejan el monopolio de los alimentos también se confabularon para paralizar la producción, causar la escasez y lesionar la estabilidad de los venezolanos con el propósito de salir del proceso bolivariano.
La Revolución misma es producto de una crisis. A finales del siglo pasado, la pobreza y el desgaste de 40 años de gobiernos bipartidistas, que repartieron la nación entre las élites políticas, condujeron a Chávez al poder. El imaginario simbólico venezolano está habituado al cambio constante y, por eso, insiste Malaver, el humor es una herramienta para no sucumbir a la desesperanza. El primer rap compuesto en Venezuela, del humorista Perucho Conde con el ritmo de Rappers Delight, cuenta ese drama. No era la época de la Revolución Bolivariana, eran los años 70, la era del boom petrolero.
"El venezolano -afirma Malaver- tiende mucho a la devaluación del poder, de la majestad, incluso de la tragedia. Por eso siempre recuerdo algo que me decía Pedro León Zapata: 'hay gente que es seria porque no tiene nada inteligente que decir'. Eso es una cosa genial que tenemos nosotros". Pero, advierte, eso sólo es posible de mantener si no se rompe el delicado hilo que sujeta la confianza de que toda crisis puede superarse.
"Fíjate que (Alfredo) Bryce Echenique, en La vida exagerada de Martín Romaña, comienza diciendo: 'esta es la historia de mi crisis positiva'. Y bueno, ahora ves a muchos venezolanos reinventándose para que el sueldo le alcance, sembrando algo en su casa, aprendiendo a consumir, porque nadie nos enseñó antes. Pensábamos que el petróleo lo arreglaba todo. Por ahora aguantamos con la esperanza de que esto se resuelva de un momento a otro".
¿Viene un estallido?
El fantasma de El Caracazo de 1989 se acoda en la cotidianidad venezolana. El chavismo lo considera génesis de la Revolución y la derecha, que satanizó esa revuelta popular contra las medidas neoliberales aplicadas en ese entonces por el presidente Carlos Andrés Pérez, ahora intenta "reivindicar" el episodio con el propósito de llamar a un estallido similar contra el gobierno del presidente Nicolás Maduro.
Desde el año pasado, factores de la oposición han insistido en azuzar la conflictividad social sacando provecho de fenómenos reales como la escasez y la especulación, que se han agudizado en el último año producto, entre otros factores, de la caída sostenida de los precios del petróleo, principal fuente de divisas para un país monoproductor como Venezuela.
Pero pese a episodios puntuales de ataque a comercios, generados por legítima frustración o alentados por la oposición, la actitud general de un país de 30 millones de habitantes ha sido pacífica. El analista político Diego Sequera intuye por qué: "Más allá de cualquier cosa, la gente en Venezuela conoce la violencia y sabe quién la ejerce, y también sabe que los que están llamando a la violencia no son los que van a medirse en el terreno. Entonces, el razonamiento es: 'yo no me voy a estar matando por un rico'. Eso, en lo colectivo, es una impronta muy importante".
Esa lectura coincide con la del director de la firma Hinterlaces, Óscar Schemel, quien ofreció el pasado domingo una entrevista en la que aseguró que la gran mayoría de los venezolanos no quiere ni violencia ni culpables, quiere solución a los problemas. En ese contexto, sin embargo, persiste un riesgo para el gobierno: que la oposición intente reavivar la confrontación con un sustrato de la protesta social.
"La estrategia de la polarización le conviene a la oposición; al Gobierno le conviene sumar y no confrontar", dijo Schemel, citado por el Correo del Orinoco. Para él, los tiempos que corren son "la segunda crisis orgánica y severa de la Revolución Bolivariana".
Punto crítico
Para Germán Campos la frontera que escinde la resistencia y el estallido es breve. Por eso, ambos bandos políticos hacen amagos para cruzarla o contenerla, según sea el caso, con los recursos que tienen: el chavismo, con la promesa de que la crisis puede superarse manteniendo el modelo socialista; y la oposición, promoviendo la idea de que es necesario salir de Maduro para regresar a un bienestar que, curiosamente, la mayoría de los venezolanos sólo conoció gracias a Chávez.
"Incluso los sectores más críticos, que mañana pueden marchar enfurecidos contra el gobierno de Maduro, no quieren volver a la Venezuela antes de Chávez. En el fondo, quieren regresar a una Venezuela como la de 2006 pero sin Chávez, sin el chavismo, porque eso que llaman 'el modelo social' caló aquí, se sembró por la Revolución, lo admitan o no hasta los más conservadores. No lo han racionalizado, pero sí compraron la idea", dice el politólogo.
En el campo del chavismo, sostiene Campos, también ocurre algo particular al que ha dedicado varios años de estudio: "Es el hecho de cómo fue transformando los valores que veníamos arrastrando desde los años 90, del sálvese quien pueda, del individualismo, a una profunda raigambre de solidaridad, de cooperación, de participación, que penetró desde los sectores más bajos hacia arriba. Allí está un colchón que todavía permite resistir".
Para Malaver, la efectividad de ese discurso dependió mucho de Chávez porque era un presidente que se parecía al venezolano: "Él devaluó la solemnidad del poder, era capaz de ver el humor en todas partes y eso nunca nos había pasado. Esa es una gran diferencia".
La crisis económica venezolana sigue irresoluta. La inflación disuelve el salario, la especulación cabalga en medio del comercio ilegal de bienes de primera necesidad, las colas para comprar alimentos se extienden cada vez más, la oposición intenta agudizar la confrontación política y el petróleo no termina de alzar cabeza. En medio de eso, el gobierno plantea un nuevo aumento de sueldo, efectúa operativos contra acaparadores, importa alimentos, recurre a la organización popular -con todas las dificultades que eso reviste- para llevar productos de consumo primario casa a casa, e intenta una ofensiva internacional para recuperar los precios del crudo.
Sequera recuerda un cuento de un amigo que le parece que ilustra la crisis: "Su tío una vez se quedó encerrado en un ascensor lleno de gente. Entonces, él volteó a mirarlos a todos y les dijo: 'bueno, tenemos dos opciones, o la lloramos o la reímos'. Así estamos nosotros".
Nazareth Balbás