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¿Antes muerta que sencilla? Las venezolanas se reinventan para estar bellas en medio de la crisis

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Tutoriales bajados de Internet, recetas caseras para el desodorante, cambios de hábitos de consumo y hasta 'looks' menos complicados de mantener son las estrategias de las venezolanas para estar bellas en medio de la crisis generada, en buena parte, por la caída de los precios del petróleo.
¿Antes muerta que sencilla? Las venezolanas se reinventan para estar bellas en medio de la crisis

A las 6.30 de la mañana, Rosa Ramírez saca su arsenal. Sobre la pequeña mesa de tres niveles dispone el secador, las pinzas, los cepillos redondos, las "gotas mágicas", el envase de cera anaranjada, mientras afuera esperan en fila tres mujeres con el cabello aún húmedo de la ducha matinal.

"Ahora vienen con el cabello limpio porque el secado les sale más barato", dice Rosa, mientras Evismelis Martínez, la primera de la fila, ocupa la silla de cuero falso en la pequeña peluquería ubicada al fondo del pasaje Zing, en el centro de Caracas, donde se encuentran casi todas las sedes de los poderes públicos del país.

Las clientes, en su mayoría, son trabajadoras de la Asamblea Nacional, de la alcaldía, de algún ministerio o de los bancos que se diseminan entre las Avenidas Lecuna, Universidad y Urdaneta. Evismelis trabaja en el Parlamento desde hace ocho años y frecuenta a Rosa desde entonces. Aunque, dice, ya no lo hace con el mismo ritmo de antes.

Mechas no

La crisis económica en Venezuela, que se ha agravado principalmente por la caída de los precios del petróleo, ha impactado en todas las esferas de la vida pública. Y la belleza no se libra de su embate.

"Yo venía hasta dos veces por semana, pero ahora vengo una sola y, si necesito otro secado, me lo hago yo misma en mi casa", confiesa Evismelis, que, de una vez, aparta el turno con la manicurista porque entra a trabajar a las 8.30 de la mañana y apenas son las 7.00.

En Caracas, las peluquerías del centro abren siempre muy temprano para satisfacer los deseos de cientos de mujeres que quieren domar sus melenas o adornarse las uñas antes de ocupar los escritorios de sus oficinas. La afluencia, sin embargo, ha mermado. "A esta hora yo ya había secado hasta diez mujeres", dice Rosa, reconocida por su habilidad para convertir -rápidamente- los rizos más rebeldes en superficies aterciopeladas o el cabello más liso en la envidia de Tina Turner.

"Y eso que aquí el secado todavía está en 1.000 bolívares", apunta la administradora del local. "En Chacao está carísimo. Hay chamas (mujeres jóvenes) que vienen hasta acá y se hacen todo", revela Rosa. La ciudad, como siempre, tiene sus estratos. Los precios, generalmente, van bajando de este a oeste y se incrementan en sentido contrario. Así ha sido siempre.

Uno de los cambios más significativos, dice Rosa, es que las famosas "mechas", que allí se hacen por unos 30.000 bolívares, ya no se llevan tanto. "Es que sale muy caro mantenérselas. Muchas de mis clientas se las quitaron y ahora se ponen solamente un tinte en todo el cabello". 

Primero muerta

El sueldo mínimo integral en Venezuela es de 33.636 bolívares, de los cuales 15.051 corresponden al salario y 18.585 al bono de alimentación, que generalmente se cancela en forma de tickets o tarjetas de consumo mensual, no en efectivo.

Un secado en una peluquería como las del centro, de corte "popular", puede costar 1.000 bolívares. La aplicación de un tinte, oscila entre 2.000 y 3.000 bolívares, si la cliente compra el químico. La hidratación, dependiendo del largo de las melenas, cuesta entre 15.000 a 25.000 bolívares, y la cirugía capilar, uno de los tratamientos más solicitados para alisar los rulos sin secador, asciende a unos 100.000 bolívares. Y los pagan.

"Yo conozco clientas mías que lo primero que hacen es apartar la plata de su secado semanal después que cobran", dice Rosa. 

En un país petrolero, que durante años maceró su imaginario con los concursos y reinas de belleza, la imagen todavía tiene un peso preponderante. Los cambios políticos generados por la izquierda han abierto el debate sobre los elementos que conforman esa subjetividad, pero, sin duda, sigue allí arraigada.

Cuando le preguntan a Evismelis si renunciaría a la peluquería, contesta con un rotundo "NO" con cara de hecatombe: "¡Primero muerta! Coño, no, antes muerta que sencilla. Yo ahora como en mi casa, gasto menos en maquillaje, fumo menos, pero siempre me arreglo mi cabello", y se levanta de la silla, batiendo un poco la melena, para seguir su periplo hasta la mesa de manicura.

Según el estudio 'Gasto en maquillaje en España y el resto del mundo 2014', de la española Escuela de Administración de Empresas (EAE), Venezuela es el segundo país de la región, después de Brasil, donde las mujeres gastan más en productos cosméticos como coloretes, sombras, labiales, polvos y bases para el rostro. 

En 2013 las venezolanas gastaron en maquillaje el equivalente a 1.031 millones de euros, muy por delante de países como España, donde las mujeres sacaron de sus bolsillos unos 697 millones por el mismo concepto.

Hágalo usted mismo

¿Cómo hacen las venezolanas para costear su derecho a la vanidad en un país con una inflación que, según las proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), será superior al 700% al cierre del año? Rosa cuenta que muchas de sus clientas se buscan trabajos de medio tiempo, no comen en la calle, juegan "cajas de ahorro" o simplemente venden las piezas de su clóset que ya no les sientan tan bien: "Antes uno regalaba todo, ahora no, si hay un pantalón que no te queda, lo vendes. De cualquier lado sale la plata".

Pero a veces no alcanza. Ana Flores, la segunda de la fila de mujeres que se atiende con Rosa, cuenta que una de sus compañeras de trabajo ha empezado a cortarse ella misma el cabello: "Es que en Facebook hay una página que te explica cómo. Ella misma se pasa tijera, se lo pinta, aprendió a secárselo. Ahora todo el mundo tiene una planchita en su casa. Hasta yo me hago las uñas de las manos".

Los trucos también incluyen recetas para fabricar desodorantes caseros con bicarbonato, aceite de coco y limón: "¡Te deja la axila sequita y no huele mal!", asegura Rosa. La falta de divisas en un país que depende casi exclusivamente de la exportación de petróleo ha impactado la capacidad del Estado para importar productos de toda clase, entre ellos, los de aseo personal.

Aunado a ello, el contrabando aumenta con la figura de los 'bachaqueros', que adquieren los productos a precios regulados por el Estado y los expenden en el mercado ilegal por varias veces su costo. Un desodorante, por ejemplo, puede encontrarse hasta por 2.000 bolívares, detalla un estudio realizado por la firma consultora Hinterlaces.

"Los precios ilegales -en algunos casos- superan más de 160 veces el Precio Justo de Venta al Público fijado por la Superintendencia", precisa Hinterlaces.

Pero Rosa sabe que no es la primera crisis y que las venezolanas "le dan la vuelta a todo". "Mira, aquí todo el mundo se adapta, tengan mucha o poca plata, la gente hace lo que sea para verse y sentirse bien. Yo, por ejemplo, ahora atiendo a muchas clientes en mi casa porque les sale más barato que venir a la peluquería".

Punto de honor

En junio de este año, una declaración de la esposa del presidente de la Asamblea Nacional (AN) intentó remover los lastres de la cultura venezolana, tan sensibles al tema de la "belleza". Según Diana D'Agostino, cónyuge del diputado de derecha Henry Ramos Allup, las mujeres chavistas eran "desarregladas, sucias, sin maquillaje".

"Las venezolanas no somos así, las venezolanas somos mujeres primero, que nos gusta arreglarnos", agregó D'Agostino en una entrevista al canal Globovisión. Sus palabras de desprecio hacia las féminas del chavismo, encendieron la furia en esas filas.

La diputada chavista Tania Díaz ripostó: "Nosotras las revolucionarias y la mayoría de las mujeres del país nos queremos tal y como somos [...] Lamento que mujeres como la esposa de Ramos Allup vivan de cirugías para sentirse hermosas y seguras".

Sin embargo, en un punto coincidieron ambas: La belleza, en Venezuela, también es un asunto político.

Nazareth Balbás

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