Los niños de la ciudad más violenta de Latinoamérica convierten la violencia en poesía
¿Vida? Es un derecho que teníamos y ya no por la guerra, escribió Anyi Paola Mosquera cuando tenía 10 años. Como ella, cientos de niños de Medellín han convertido el dolor en poesía.
Desde 2006, el Proyecto Gulliver ha sido el responsable de trocar la violencia en palabra viva. Se trata de un taller impartido por poetas colombianos y de otras partes del mundo que visitan las escuelas de las comunidades marginadas de Medellín para poner a volar las metáforas que anidan en los niños de la ciudad, víctimas del conflicto, de la guerra, de la exclusión social.
"Con los procesos del Proyecto Gulliver se contribuye en expandir el universo verbal de los niños y se rompen los límites impuestos por un lenguaje reducido y tóxico de palabras reproductoras de la violencia. En la medida en que la palabra cotidiana adquiere riqueza en matices y logre una comunicación abierta y liberada de las restricciones que impone la violencia, se da un gran paso para la concertación y la pluralidad", dice el poeta Jairo Guzmán, encargado del programa que atiende a los pequeños de 9 a 12 años.
Más de 80 colegios se han integrado al proyecto que, de acuerdo a su página web, "rompe con los esquemas tradicionales de una educación precaria y empobrecida por la rigidez y la carencia de imaginación, invita a la risa de los niños, a la fiesta de la creatividad y a exorcizar los miedos; que ayuda a sanar las heridas".
En un país que tiene en ciernes el plebiscito para aprobar o no los acuerdos entre el gobierno y las FARC, los talleres de poesía son una de las tantas iniciativas desarrolladas desde las comunidades para activar la pedagogía de paz en una nación que durante más de medio siglo ha padecido la guerra.
"La poesía -apunta Guzmán- permite sublimar todo el dolor de la guerra y metamorfosearlo en arte, en acciones comunicativas que invitan a la creación de nuevos referentes simbólicos portadores de una nueva luz".
La paz asolada
¿Paz? El sonido de una bala. La definición es de Juan Fernando Echeverri, de 12 años. Medellín, que llegó a registrar 7.273 homicidios en 1991, fue el pateadero del narcotraficante Pablo Escobar (abatido en 1993); y luego pasó a ser el territorio en disputa de las mafias armadas y el paramilitarismo. En la actualidad, la cifra de asesinatos ha disminuido. Algunos lo atribuyen a la efectividad del gobierno, otros, a un pacto de no agresión entre grupos armados. Sin embargo, en el lindero, la niñez sigue haciéndose grande sin que se hayan resuelto, de fondo, las causas de la violencia.
El informe del Centro Nacional de Memoria Histórica detalla que una de las expresiones más soterradas de la violencia ocurre en Medellín: el desplazamiento intraurbano. Se estima que entre 1980 y 2009, 3.503 personas que ya habían tenido que dejar su casa en otro territorio tuvieron que desalojar su hogar en la Comuna 13, una de las zonas más conflictivas de la ciudad y que en 2002 fue el escenario de la brutal Operación Orión que exterminó a las guerrillas urbanas con el terror del Estado y grupos paramilitares sin que aún haya responsables por las víctimas.
En ese contexto trabajan los poetas del Proyecto Gulliver quienes, afirma Guzmán, son los primeros aprendices de las lecciones que dan los chicos: "(los talleres me han enseñado) un profundo amor y respeto a la palabra poética de los niños. Ha significado auto descubrirme a partir de los poemas y relatos que ellos escriben (...) Ha sido un aprendizaje significativo que me ha permitido experimentar cómo la expresión poética alcanza a tocar una fibra sagrada y enriquecerla, en el alma de los niños y los adultos".
Resistencia poética
Fernando Rendón, director del Festival de Poesía de Medellín, siempre cuenta cómo empezó todo. En 1991 parecía imposible que el ánimo alcanzara para sobreponerse a la violencia y el caos imperante. Sin embargo, un 28 de abril, más de 700 personas se reunierona a escuchar poesía mientras en la urbe más violenta de Latinoamérica se imponía el filo marcial del estado de sitio.
"Fue un día espléndido, soleado, con una sensación térmica de calidez y frescura; desde antes de las nueve de la mañana se observaban muchos grupos de personas movilizándose plácidamente hacia el pueblito paisa, situado en el Cerro Nutibara, uno de los cerros emblemáticos de la ciudad. Esta celebración tuvo un alto nivel de concentración de personas verdaderamente ávidas de un nuevo aire, de una nueva atmósfera en la cual se pudiera respirar mejor. Se hizo posible hacer un verdadero continente, un bloque de resistencia con la poesía como lenguaje unitivo", contaría Jairo Guzmán, en una entrevista ofrecida en 2015.
La cita se repitió el año siguiente, y el siguiente, y el siguiente. Así fue que nació el Festival Internacional de Poesía de Medellín que, en junio de 2016, congregó a unas 11.000 de personas para escuchar a poetas colombianos y de todo el mundo, en la segunda ciudad más importante de Colombia.
Poética de paz
Desde 1991 a la fecha, Medellín ha experimentado importantes transformaciones. La ciudad ya no figura entre las más violentas del mundo y, en 2013, fue declarada como la más innovadora del globo. ¿Qué ocurrió? Según el Urban Land Institute, además haber reducido la criminalidad y las emisiones de dióxido de carbono, la urbe se caracterizó por la creación de espacios culturales, lugares de encuentro con el otro desde el arte, la cultura, la belleza.
"Pocas ciudades se han transformado como lo ha hecho Medellín. Las tasas de homicidio han caído en un 80 por ciento entre 1991 y 2010. La ciudad construyó librerías públicas, parques y colegios en zonas pobres", señaló el ULI en un comunicado reproducido por El Tiempo.
Para Guzmán, el germen de esa transformación reside -en buena parte- en el empoderamiento cultural de los niños, "ya que los dota de habilidades para convocar y ser líderes culturales en sus comunidades o barrios (...) Eso los dota de un poder real y los blinda contra el reclutamiento forzoso".
Este año, por ejemplo, los niños y niñas fueron protagonistas junto a los poetas del mundo invitados al Festival Internacional de Poesía de Medellín, leyendo sus creaciones y emprendiendo acciones de reparación simbólicas para empezar a inscribir la paz en el imaginario de guerra y exclusión. Porque esa es la apuesta de fondo.
"Una poética de paz -sostiene Guzmán- permitirá re significar todo aquello que ha estado mancillado por la violencia. Una poética de paz permitirá inyectar espíritu de movilización que invita a mirar con grandeza el horizonte del tiempo presente y el porvenir. Una poética de paz es el despliegue de la sensibilidad colectiva poblando con nuevos referentes simbólicos la atmósfera espiritual y cultural de las comunidades que han sido vulneradas y así avanzar hacia la reconciliación que construye un nuevo país, más incluyente y más justo a nivel social".
Así, quizá, el poema de Karol Hurtado, de 10 años, pueda leerse como un recuerdo doloroso de un tiempo que ya no es: "Veo guerra por mi casa, muy peligrosa, matan y violan mujeres / siento guerra en mi mente, en mi corazón, en el fondo de mi alma / vienes guerra a mi vida, a Colombia y a nuestra casa / Llueve guerra desde el cielo y cae en mi pueblo y nos va a hacer daño".
Nazareth Balbás