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Los cuatro atributos que hacen especial al museo más antiguo de Caracas

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Ubicado en pleno centro de Caracas y rodeado de uno de los pulmones vegetales de la ciudad, el Museo de Bellas Artes es una de las joyas arquitectónicas más importantes de la capital venezolana y la más longeva de su tipo.

Se puede llegar fácilmente en Metro, es gratuito, funciona de martes a domingo, está ubicado en el centro de la ciudad y es el más antiguo de Caracas: el Museo de Bellas Artes.

Su decreto de creación data de 1917, emitido por el entonces presidente de Venezuela, Victorino Márquez Bustillos. Aunque empezó a funcionar en la sede de la Universidad Central de Venezuela, el 19 de octubre de 1918, fue en 1938 que se inauguró con sede propia, construida por el destacado arquitecto venezolano Carlos Raúl Villanueva (1900-1975).

El edificio quedó enclavado en el parque Los Caobos, uno de los pulmones vegetales de la ciudad. En 1976, refiere la Fundación Museos Nacionales (FMN), le fue asignada una nueva sede -también construida por Villanueva- que se anexó a la primera construcción. A casi un centenario de su creación, ¿cuáles son las cinco características que distinguen al museo más longevo de la capital venezolana?

Sus sedes

Aunque construidas por el mismo arquitecto y unidas entre sí, las dos edificaciones del Museo de Bellas Artes tienen características disímiles: la primera es de estilo neoclásico y la segunda, brutalista.

Así, quien entra al Bellas Artes se encuentra un primer edificio con un apacible patio central, techos que se proyectan varios metros por encima de la cabeza, columnas neoclásicas y varias entradas de luz natural que le confieren al espacio la calidez y el frescor del trópico.

A través de un pasillo, que tiene a su lado un jardín interno, el visitante puede conectar con el edificio anexo, de arquitectura brutalista: líneas puras, sin más artificio que las fachadas planas y los volúmenes donde reinan el concreto y el vidrio. 

Las salas son amplias y luminosas. Una por piso. Se conectan a través de rampas peatonales y sus grandes ventanales dejan ver el follaje espeso del parque Los Caobos. Así, sin forzarlo demasiado, se disminuye la impresión de encapsulamiento que producen las instalaciones museísticas: el verde armoniza con el hormigón crudo.

Sus jardines

La naturaleza que lo rodea convierte al Bellas Artes en un museo amable. Pero incluso dentro de sus instalaciones hay lugares para el descanso visual: los jardines internos.

Alrededor de la pileta, en el pasillo que conecta ambos edificios y en el ala este del museo, el visitante puede reposar, conversar o tomar un café a la sombra de los árboles mientras observa cómo el viento tremola una de las estructuras solares del artista venezolano Alejandro Otero.

Fiel al espíritu de su arquitecto, los jardines del museo son también espacios para la contemplación: "El ambiente natural de las obras artísticas son las plazas, los jardines, los edificios públicos, las fábricas, los aeropuertos; todos los lugares donde el hombre perciba al hombre como un compañero, como un asociado, como a una mano que ayuda, como a una esperanza, y no como la flor marchita del aislamiento y las indiferencias", diría Villanueva citado en un artículo de la fundación que lleva su nombre.

Sus colecciones

Con 18 salas expositivas y más de 5.500 piezas, el museo cuenta con importantes colecciones de arte latinoamericano, norteamericano y europeo, así como una valiosa compilación de obra sobre papel (dibujo estampa y fotografía) y figuras representativas de arte egipcio y cerámica china.

La colección de arte egipcio es una de las más emblemáticas, adquirida en 1958 al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (Moma), y conformada por 45 piezas que abarcan gran parte de la historia del Antiguo Egipto. Al igual que la de Cerámica China, en la actualidad no se encuentra expuesta pero se prevé que esté disponible al público en la celebración del centenario de la institución.

La colecciones de arte europeo y latinoamericano volvieron a exponerse este año. La semana pasada, la presidenta de la FMN, Joan Bernet, inauguró la muestra de cubismo en la que destacan piezas de Pablo Picasso, Georges Braque, Juan Gris, Georges Valmier, Auguste Herbin, Jean Metzinger, André Lhote, Henri Hayden, Henri Laurens, Emilio Pettoruti y Marcel Duchamp.

La pileta

Nenúfares, algas y papiros cubren la pileta ubicada en el patio central del edificio neoclásico. El aleteo vigoroso de las libélulas le da vida al apacible estanque de peces custodiado por un árbol frondoso de florecillas rojas.

Dos figuras femeninas, esculpidas por Ernesto Maragall (1903-1991), reposan plácidamente alrededor de la pileta alfombrada por césped ralo e iluminada a cielo abierto. En ocasiones, La Ciudad, de Alexander Calder, acompaña a las ninfas y ofrece un espacio cálido para el espectador sin prisa.

Esas áreas del museo, que conjugan la luz y el espacio natural con el diseño arquitectónico, son su característica más especial. En el Bellas Artes se contempla la obra y el verde sin que compitan uno con el otro.

La arquitecto Sibyl Moholy-Nagy, en su libro sobre la obra de Villanueva, lo resume así: "el interior del museo no requiere luz artificial en días claros. Un movimiento constante de sombras y reflejos, luz directa proveniente de amplios accesos y luz cenital de las claraboyas, hace que las pinturas y las esculturas sean parte integral del ambiente. No están aisladas y apartadas, se las siente vivas en la atmósfera, como si acabáramos de descubrirlas en el curso de un paseo contemplativo". 

Nazareth Balbás

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