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El guía más antiguo del Panteón Nacional empezó limpiando la tumba de Simón Bolívar

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Llegó casi por casualidad, le ofrecieron un cargo fijo pero, por culpa de unas vacaciones postergadas, lo perdió. Entonces le dieron otra opción: ser bedel en el Panteón Nacional. Le brillaron los ojos, aceptó y de eso han pasado (muchas historias) y más de tres décadas.
El guía más antiguo del Panteón Nacional empezó limpiando la tumba de Simón Bolívar

Armando Rosales está donde quiere estar. Se considera un tipo con suerte: "Yo vengo para acá y soy feliz. Pienso mucho, leo, estoy tranquilo". Trabaja en el Panteón Nacional de Venezuela.

La cosa es más o menos así: Él fue el primer guía que tuvo el lugar donde reposan los restos de los hombres y mujeres que la historiografía oficial considera personajes prominentes.

Porque antes, el trabajo de echar-el-cuento sobre los 18 frescos de Tito Salas que adornan el techo, los epitafios de más de 139 próceres venezolanos y los cenotafios (tumbas vacía, simbólicas) de Andres Bello, Antonio José de Sucre y Francisco de Miranda, sólo lo hacía el director del Panteón para presidentes, embajadores, autoridades. Él aprendió observando mientras trapeaba los pisos del recinto, sacudía el polvo y verificaba que estuvieran impolutos los monumentos neoclásicos, góticos y coloniales del antiguo templo de la Santísima Trinidad de Caracas.

"Llegué aquí por accidente, sin querer queriendo y nunca me fui. Ya han pasado casi 34 años", dice él después de pasar casi dos horas con un grupo de tres personas explicándoles cada detalle del recinto ubicado en el Foro Libertador, en el centro de Caracas: "Yo soy supervisor, ya no soy guía", se excusa. Pero sigue hablando.

Un hombre con suerte

Armando Rosales nunca fue el mejor alumno. A sus casi 60 años recuerda que sus notas en el internado San José del Ávila jamás pasaban de 10 o 12 (cuando el máximo es 20), pero con la historia el cuento era distinto: Ahí sacaba 16 y hasta la máxima calificación.

"En sexto grado, mi profesor pensó que yo me había copiado el examen final pero después le saqué una nota más alta y se quedó tranquilo", asegura el hombre de 1,60m vestido con chemise blanca, jeans y zapatos deportivos, que habla moviendo ligeramente un mostacho entrecano. Esa pasión por la historia que sintió desde chamo es la que lo mantiene tan feliz en su trabajo.

"Es que yo siempre quise estar cerca del Libertador". Y pudo por culpa de unas vacaciones postergadas. En 1983, un mes antes de que Venezuela se hundiera en el Viernes Negro, le habían ofrecido un trabajo en el ministerio de Hacienda con puesto fijo. Él laboraba en la aduana aérea y estaba interesado.

"Pero me fui con la familia de vacaciones a Cúpira (en la costa venezolana): playa, sol, río. Imagínate tú eso, me quedé unos días más. Cuando regresé a Caracas, le habían dado el puesto a otro y me dijeron que el único chance que quedaba era en el Panteón, pero como bedel. El supervisor pensó que yo no iba a aceptar pero le pregunté, casi sin creerlo, '¿en el Panteón limpiando la tumba de Simón Bolívar? ¡Yo quiero ese trabajo!".

El hombre que ha visto

Armando Rosales le dio la mano al Papa Juan Pablo II, vio en persona a los presidentes norteamericanos Ronald Reagan y Bill Clinton, y -narra con gracia- "fue al entierro" de Antonio Guzmán Blanco, cuyos restos fueron trasladados al Panteón cien años después de su muerte, ocurrida en Francia. "Yo lo he visto todo, los actos más impresionantes de este país, desde 1983".

Pero hay un hecho que escindió todo: La llegada de Hugo Chávez al poder. Antes de él, afirma Ramírez, ningún presidente se había preocupado por hacer del Panteón Nacional un lugar para que los venezolanos se se sintieran dueños de la historia: "Él fue quien ordenó que hubiesen guías aquí". 

Entonces aquel hombre que había sido bedel durante años, que había estrechado manos de Pontífices y visto cuanto acto protocolar importante ocurriera en el Panteón, fue investido como guía. Nada más natural: él conocía la historia de los rincones del lugar mejor que nadie porque los había lustrado y cuidado con celo.

Hoy Armando Rosales es supervisor del lugar, pero jamás se niega a conducir a los visitantes que llegan a ese monumento reconstruido tres veces (la primera por el devastador terremoto de Caracas, que acabó con más de un tercio de la población en 1812): "Yo comencé como aseador y lo disfruté siempre. Este es mi lugar favorito para concentrarme, para pensar. ¿Te das cuenta de la luz y el silencio?". Y sonríe.

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