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De la favela a la fiesta: El fenómeno de la música electrónica que nació en los barrios de Caracas

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Su génesis fue en las fiestas caraqueñas cerro arriba, en medio de las hormonas de adolescentes macerados por la violencia. Cuchillo en mano, pinta de varios miles de bolívares y una condición física envidiable, los bailarines se batieron en la pista hasta que conquistaron a los DJ's mundiales.
De la favela a la fiesta: El fenómeno de la música electrónica que nació en los barrios de Caracas

"Suena, suena, / toca pa' la calor / dale tuky changa", dice uno de los temas de Buraka Som Sistema con casi tres millones de visitas en Youtube.

La galardonada agrupación portuguesa, creadora del kuduro progresivo según Wikipedia, le compró la pista base a DJ Baba, un productor venezolano que en 2004 creó un sello que definió uno de los géneros más característicos de los barrios caraqueños: la changa tuky. ¿Que por qué se llama así? Por el "tuky-tuky" de la música, onomatopeya perfecta para el pálpito feroz del sintetizador.

DJ Baba -junto a DJ Yirvin- hizo música electrónica para los cientos de muchachos que desde finales de los años noventa se congregaban en los matinés organizados en el barrio, allá, cerro arriba, donde la violencia y la criminalidad dictan el 'beat'. Sus piezas se convirtieron en gritos de guerra para favelas emblemáticas como Petare o Cotiza, y amenizaron guerras que comenzaron en la pista y terminaron a puñaladas. "A los conejos los asaltan", "pan con mortadela", "dale culo al waperó", se repitieron como banda sonora de una ciudad habituada a marginarlos a ellos: los "monos", los "malandros", los "tukys".

"La movida era súper peligrosa. Yo iba a bailar y siempre cargaba un cuchillo. Si se prendía una pelea, había que enfrentarla, si no, nadie te respetaba", cuenta Elberth Tobia, "El Maestro", el bailarín más notable del género, quien llega a la entrevista después de hora y media de penar para salir de San Blas, en Petare, hasta una librería "hipster" del acomodado este de Caracas.

Los mala-conducta

La fiesta termina a las 6:00 de la tarde. Varios policías vigilan la entrada con más hastío que interés. Decenas de jóvenes, ninguno mayor de 18 años, salen en fila india de la fiesta organizada en Coche, una populosa parroquia ubicada en el sureste de Caracas.

Las chicas, exuberantes, muestran los muslos que se asoman altivos de sus shorts de infarto y sonríen a los adolescentes del sexo opuesto ataviados con pantalones cortos, zapatos deportivos, coloridas franelas y gorras de ala ancha. Cualquier peatón incauto creería que tiene un déjà vu en los años 90 del siglo pasado. Pero esto es un matiné.

El Dj es Cristian Abreu, alias "el lunático". Tiene 11 años mezclando música electrónica, es el encargado de motivar a los bailarines a batallar en la pista y afirma que sólo hay un precursor en Venezuela de este tipo de reuniones: "Los tukys crearon la movida y se hizo un 'boom' nacional. Son únicos que tienen una identidad propia. En todos los sectores, los barrios, las urbanizaciones y las rumbas sonaba lo que era la changa, era algo que no podía faltar, pero las clases altas lo empezaron a vetar, a criminalizar".

Elberth intuye por qué. "Es que ahora es muy diferente a cuando comenzó todo. Muchos de los chamos (muchachos) del barrio que iban al matiné eran mala conducta, se escapaban del liceo, sólo estaban pendiente de la fiesta, robaban. ¿De dónde crees que los menores de edad sacaban plata para pagar la entrada o comprarse la ropa de marca?", pregunta con tono retórico.

En ese entonces, cuenta Elberth, las peleas entre tukys no eran por ver quién tenía los mejores pasos. Las bandas rivales de cada barrio, de cada discoteca, se medían a golpes, cuchillazos o hasta armas: "en ese tiempo hubo muchos muertos. Menos mal que a mí nunca me pasó nada porque me gané el respeto de la gente bailando". También con actitud agresiva, si no, eras un "conejo". Nada peor que eso.

Estética y estatus

La estética tuky recuerda al barrio profundo, ese fantasma "temible" para la insegura clase media caraqueña: pantaloncillos tubo o shorts cortos, como de fútbol; camiseta ancha y colorida, zapatos Nike o Jordan, y la infaltable gorra con visera chata y de malla en la parte posterior, de esas que se usaban en los 90 del siglo XX.

"Las reglas (de indumentaria) eran esas y si no tenías estilo, no podías romperlas. Si no lo usabas bien, tampoco eras nadie: eras un tipo común y corriente", detalla Elberth, quien recuerda que los mejores ataviados siempre eran los de Catia y Baruta: "se ponían desde los zapatos hasta el anillo de la misma marca".

Cuando un bailarín de una zona llegaba a otra, empezaba la tensión en la pista. "Si venías de afuera, tenías que hacerte respetar. Y si era tu cancha, pues más todavía". La jerarquía sólo se conservaba después de librar la pelea de baile pero, generalmente, también había que batirse cuerpo a cuerpo afuera. Sudor y sangre, literalmente.

Ningún bailarín iba solo. La reglas eran sencilla pero inquebrantables: se bailaba con un amigo detrás que, siempre, siempre, tenía un cuchillo. Si alguien tocaba a uno, el de atrás tomaba la iniciativa a filo de navaja. Si alguien quería asistir por primera vez tenía que estar dispuesto a pelear: "Si huías, quedabas marcado, te rayabas. Era el aviso", explica Elberth.

En esa época feroz no existían los videos de Youtube. Los dueños de los antros no hallaban qué hacer para evitar las peleas y a uno de ellos se le ocurrió la idea de hacer competencia de baile y grabarlas. Para el bailarín, eso marcó un antes y un después para el género tuky porque con la exhibición bajaron los niveles de violencia.

"Las primeras veces fueron un fracaso pero después se corrió la voz y los otros bailarines iban para tratar de derrotarme en la pista. Las diferencias las arreglábamos bailando, todo fue tan masivo que la gente se ocupó más en sus pasos, en sus coreografías, en ser el mejores para opacar al otro. Sí habían unos que seguían siendo puñaleros, pero ya no era tan rudo".

"Yo estaría muerto"

Elberth es un hombre de 25 años pero bien podría ser un rayo. Cuando baila, su cuerpo pareciera desprenderse de todo atributo terrenal: es rápido, fulgurante. Cada una de sus extremidades se mueve a un paso frenético marcado por esa música industrial, de sonido limpio, con olor a loop y computador. Sus videos en Youtube son legendarios.

"Si yo no me hubiese dedicado a bailar estaría muerto", asegura. Elberth se metía en matinés desde los 11 años, pero después dejó de ir para dedicarse "mucho más a las cosas del barrio, andaba en malos pasos". La movida tuky también empezó a mermar, y el entusiasmo de 2004 y 2005 mutó en un recuerdo lejano. Era 2007 y ya nadie le pedía autógrafos. En Venezuela se promulgó una ley para protección de niños y adolescentes, y los locales que hacían fiestas para ellos fueron clausurados. Dj Baba y Dj Yirvin dejaron de producir.

Pero en 2012, el bailarín estaba pintándose el cabello y Dj Yirvin apareció para invitarlo a una fiesta esa noche, en un local del este de Caracas: "Yo te soy sincero, yo nunca pensé que iba a bailar para gente blanca". El este y el oeste imaginario de la ciudad son fronteras delimitadas y casi infranqueables. Elberth cuenta como anécdota que una vez fue "todo chikiluqui (bien vestido)" a una discoteca en Las Mercedes, la zona rosa capitalina, y no lo dejaron entrar porque era negro, era tuky.

Lo cierto es que Yirvin y Elberth llegaron a la hora pautada y la recepción fue inesperada: "La gente gritaba mi nombre, me conocían -cuenta el bailarín- y cuando llegué a la tarima, me emocioné mucho. ¡Ese poco de gringos cantando tuky! Imagínate". Entonces la música "niche" y marginal, resultó "cool" para los entornos que siempre criminalizaron al barrio. Los videos en Youtube habían logrado, sin querer, su objetivo de cautivar a otro público.

Salto a Europa

En 2012 se lanzó el documental "¿Quién quiere tuky?". Productores internacionales como los de Buraka Som Sistema, llegaron a Venezuela a ver de dónde salía esa música de guetto, a comprobar que ese movimiento tenía un espíritu propio, y, cómo no, a copiar.

"La primera vez que escuché música tuky dije '¡vaya!, ¿de dónde viene esto?' Me encanta la energía del sonido, creo que tiene que ver con los bailarines. Ese tipo de tempo tan extremo para los bailarines que querían temas cada vez más energéticos. He desarrollado una verdadera pasión por esto", dice Dj Deville en la pieza audiovisual. 

"¿Qué iba a pensar yo que iba a recibir en mi casa, toda fea, a productores de MTV, de Vice, de tantas partes del mundo?", confiesa Elberth a RT.

"Es una cultura que nació aquí en el país y se globalizó. Por lo menos allá en Europa les gusta mucho la changa tuky. Muchos chamos siguen en la movida, pero hay gente que en Venezuela no supo valorar lo que surgió", dice por su parte Dj Lunático.

Así, el añoro noventoso, los movimientos dancísticos y el sonido bestial conquistaron el viejo continente y el sello Mental Groove editó en Suiza el disco Changa Tuki Classics. Los venezolanos productores del documental se fueron del país con el prestigio de haber promovido la "música de marginales", pero Elberth se quedó en su barrio "cargando en los hombros el peso de una cultura completa". 

Este año, junto a unos estudiantes de la Universidad Católica Andrés Bello, creó la primera "escuelita tuky" con niños de Petare, el barrio más grande de América Latina, para enseñarles a los chamos las reglas del baile "y lo que se siente cuando están en una tarima". Viaja por todo el país, a los pueblos, para dar clases. En diciembre, adelanta Elberth, saldrá un segundo documental. El año pasado se publicó el libro. Para después, quién sabe, él sueña con tener una marca de ropa.

"El tuky es una forma de ser caraqueño, que no se refugia en la timidez ni en la endogamia folclórica. Es una celebración de música y beats tentada siempre por sus vicios, con la libertad de quien reniega de las prohibiciones. Esa es la ciudad que habla changa. Son sus zapatos nuevos para caminar escalones y hacer proezas con la convicción de encontrar sentido desde y hacia Caracas, la violenta, la impresentable, la átona, la entrañable, la que cada uno vive". Eso dice el libro "El bravo tuky", escrito por los periodistas Jesús Torrivilla y Juan Pedro Cámara. Pero, claro, ellos no bailan como Elberth.

Nazareth Balbás

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