A principios de esta década, una encuesta realizada por Gallup se convertía en una preocupante fotografía mundial que retrataba la infelicidad de los seres humanos con respecto al trabajo: sólo el 13% se sentía bien en su empleo. Es evidente que, a gran escala, algo falla profundamente. ¿Es que el 87% de todos los trabajos del mundo son indeseables... o es que a los seres humanos, realmente, no nos hace felices trabajar?
El controvertido novelista francés Michel Houellebecq decía en una de sus últimas novelas ('El mapa y el Territorio') que "el hombre occidental se define hoy por el lugar que ocupa en la cadena de producción". Es una aseveración que lleva implícita una dura crítica a la mentalidad social que ha creado el capitalismo, obsesionado con la capacidad productiva hasta tal punto que ha generado su propia escala de valores humanos, según la cual las nociones de éxito profesional, valía personal y felicidad guardan una relación muy estrecha...¿pero, hay de verdad relación entre éstas cosas?
¿Podemos imaginar una vida sin trabajo?
"Para nosotros, los estadounidenses, el trabajo lo es todo (...). También creemos que el mercado laboral, donde encontramos el trabajo, ha sido relativamente eficiente en lo que a asignar oportunidades y salarios se refiere. Y también nos hemos creído, hasta cuando es una mierda, que trabajar da sentido, propósito y estructura a nuestras vidas (...). Estas creencias ya no están justificadas. De hecho, ahora son ridículas, porque ya no hay bastantes trabajos disponibles y porque los que quedan ya no sirven para pagar las facturas", escribe el profesor de Historia James Livingstone, en un interesante artículo que lleva por título, precisamente, "A la mierda el trabajo". El autor preconiza un futuro incierto en el que la sociedad deberá reorganizarse y satisfacer las necesidades de las personas con medios diferentes a los actuales salarios por empleo (nuevas formas de recaudación fiscal, nuevos sistemas de subsidios...), de manera que en ese nuevo orden las personas que no consigan trabajo, que serán muchísimas, puedan vivir.
Livingstone invita a sus lectores, en un momento en el que el mercado laboral occidental afronta esa profunda crisis (altas cifras de desempleo, salarios insuficientes, informatización de la tecnología, desaparición de puestos de trabajo tradicionales...) a darse cuenta de que lo que está ocurriendo a nivel mundial no es sólo una crisis económica, sino un verdadero impasse espiritual: no va a haber trabajo para todos, así que el trabajo ya no va a ser el centro de nuestras vidas.
¿Qué harías si no tuvieras que trabajar?
Livingstone también ve en ello una "oportunidad intelectual: porque nos obliga a imaginar un mundo en el que trabajar no sea lo que forja nuestro carácter, determina nuestros sueldos o domina nuestras vidas", y además hace que nos preguntemos: ¿qué hay después del trabajo? ¿Qué harías si el trabajo no fuera esa disciplina externa que organiza tu vida cuando estás despierto, en forma de imperativo social que hace que te levantes por las mañanas y te encamines a la fábrica, la oficina, la tienda, el almacén, el restaurante, o adonde sea que trabajes y, sin importar cuanto lo odies, hace que sigas regresando? ¿Qué harías si no tuvieras que trabajar para obtener un salario?"
Estas preguntas pueden sonar utópicas o fantasiosas, pero el fracaso del mercado laboral a la hora de satisfacer las necesidades de una población enorme y creciente podría ponernos a las puertas de un profundo cambio social y económico en el que ésas mismas preguntas requiriesen una respuesta inmediata. La mentalidad occidental, en la que aún permanecen las bases morales implantadas por la ética protestante del trabajo, tendrá que abrirse a importantes cambios que permitan, por ejemplo, entender que alguien pueda recibir lo necesario para vivir sin contribuir a cambio con su trabajo y, en un nivel más psicólogico, generar una escala de valores en las que el estatus de una persona o la percepción de su valía no tenga nada que ver con el empleo al que se dedica. ¿Está occidente preparado para un cambio de esas dimensiones?
La verdadera libertad
El filósofo y especialista en arte Boris Groys decía, en relación al capitalismo, al consumo compulsivo y al trabajo, que "hay una idea falsa en Occidente y es que la vida está llena de deseos. Pero si de verdad a alguien lo liberas de sus obligaciones, se va a dormir". Y concluía afirmando que "la verdadera libertad es no trabajar”. Es posible que la propia extenuación de un sistema obsesionado por la productividad acabe excluyendo a muchísimas personas que de repente, de manera imperativa, se vean forzadas a experimentar esa "verdadera libertad". Sin duda el ser humano se enfrenta a un interesante reto en un futuro cercano.
En cualquier caso, y volviendo al dato con el que abrimos este artículo: en un mundo en el que el 87% de las personas declaran no sentirse felices en su empleo ni comprometidos con su trabajo, si se lograra una transformación socioeconómica que realmente permitiera la subsistencia mediante otros medios que no implicaran tener que ir a trabajar...¿Cuál sería el impacto de algo así en términos de felicidad?
David Romero