Pide cinco minutos más para terminar el ensayo. Es Fabio Rubiano, considerado el mejor dramaturgo contemporáneo de Colombia.
Su más reciente obra es Labio de liebre, una pieza que plantea la pregunta: ¿venganza o perdón? La interrogante no es fortuita. Cada vez que ese montaje va a las tablas cuestiona a un país que durante más de medio siglo ha vivido la guerra y que emprendió hace cuatro años, después de once intentos fallidos, el largo camino a la paz.
"Las primeras reparaciones son simbólicas; y por eso el teatro y el arte tienen una función muy particular en ese sentido: empiezan a cuestionar todas las representaciones erradas que ha dejado la guerra. Ya no podemos hacer las mismas obras y echarle la culpa a los mismos, aunque muchas cosas sigan igual", sostiene Rubiano entrevistado por RT.
Buenos y malos
Freddy Rendón, alias El Alemán, fue a ver la obra de Rubiano en Medellín. Ese hombre es un ex jefe paramilitar de un grupo al que se le atribuyen 18 masacres que causaron la muerte de 7.000 personas: "cuando salió de la cárcel le preguntaron si era verdad que había jugado fútbol con las cabezas de los campesinos en el Chocó y él contestó: 'no, ya va, un momento. Nosotros sí cortábamos cabezas pero jugar fútbol no. Tampoco somos unos depravados'. Una cosa increíble, es como si dijeran que decapitar estaba bien, pero lo del fútbol ya era demasiado, que ellos tenían humanidad".
De esos elementos, que funden el dolor con el absurdo, se nutre la obra del dramaturgo, quien insiste en aclarar que es ficción, que sus personajes no son alegóricos, y que la delgada línea que une a las víctimas con los victimarios se desdibuja cada tanto porque la realidad, la de verdad, no es de buenos y malos: "Uno lo que tiene que ver son los orígenes de la fractura social".
"Después de la guerra en Colombia debemos empezar a transformar el concepto de buenos y malos. Claro que que hay víctimas, muchas, y que también hay victimarios, pero ¿en qué medida esos papeles se cambian? Por ejemplo, una víctima que culpa a una mujer porque la violaron o que en algún momento aplaude actos atroces en contra de otros que fueron víctimas. Todo eso hay que verlo. No es nada más decir 'vinieron estos hombres malos a masacrar', pero eso es lo más políticamente incorrecto que hay".
Por eso, dice Rubiano, la superación del conflicto tiene que ver con la memoria y no con la culpa: "La memoria no tiene que ir acompañada de señalamientos, la memoria debe ir de la mano de una reflexión sobre qué fue lo que nos pasó y cómo permitimos que llegáramos a esto". Así, a secas, sin protagonistas y villanos.
Elecciones y paz
Las elecciones presidenciales serán en 2018. El mandatario Juan Manuel Santos, impulsor del proceso de paz, no podrá lanzarse a una nueva elección y al menos veinte posibles aspirantes ya se asoman en la carrera por la silla de la Casa de Nariño. ¿Puede alguno de ellos hacer que retrocedan los acuerdos con la guerrilla?
"Supongamos -expone Rubiano- que elegimos mal, que con el voto popular gane alguien que no está de acuerdo con el proceso de paz, entonces yo pienso: ¿Ese político va a echarse encima del hombro la responsabilidad de decir 'yo fui el que hice que los guerrilleros que se habían reintegrado volvieran al monte, se recrudeciera la guerrilla y hubiera más soldados muertos'? Yo no lo creo. Pienso con el deseo y tengo la esperanza de que esta paz sea estable y duradera como se planeó, de que haya un posconflicto, que va a durar unos 30 años, pero que muestra resultados: Hoy hay menos muertos".
Esta semana se oficializó una postulación que se había vuelto un rumor en voz alta: la de Humberto de la Calle, uno de los jefes negociadores del proceso de paz. La razones de su lanzamiento, dijo, son las amenazas de voceros del Centro Democrático, partido liderado por el expresidente Álvaro Uribe, de dar marcha atrás al acuerdo con las FARC si ganan los comicios.
"Todos los amigos del proceso tenemos que ponernos en guardia. La amenaza es seria. En lo personal, creo que hay que volver a salir con toda fuerza a defender lo obtenido. No nos van a quitar la paz. No lo podemos permitir. Ahora sí que es necesaria una coalición amplia, para que de aquí al 2018 nos movilicemos en defensa del acuerdo y de su implementación genuina", dijo De la Calle a El Tiempo.
Rubiano atribuye el éxito de los diálogos entre el gobierno y las FARC a la escogencia de los jefes del proceso porque "conocían el país y el conflicto, y no estaban trabajando por una aspiración política". Sin embargo, considera que una postulación "por insistencia popular" es otra cosa: "En el momento de la negociación no eran personas que tuvieran un interés de carrera electoral y eso les daba una independencia enorme".
¿Del fusil a qué?
Más allá de las urgencias electorales y de los acuerdos aguas arriba, hay un proceso que será mucho más lento: la reintegración de la guerrilla a la vida civil. Sobre eso, la activista social y miembro de ConPaz Andrea Salazar cree que el reto más difícil de superar es la estigmatización.
"La estigmatización es la que dificulta las cosas, porque más allá de que la persona deje las armas, si no tienen posibilidad de recibir un trabajo, la reintegración nunca va a ser completa y está latente el peligro de que sean captados por nuevas formas de violencia", explica Salazar a RT.
Es justo allí donde Rubiano cree necesaria una "reconversión simbólica" que permita la reintegración a la vida civil: "¿con qué reemplaza el guerrillero el fusil? Tiene que haber algo. Libros, pinceles, lápices, spray para hacer aerografías, celulares. ¿Cuál es el arma que ahora va a empuñar alguien que estuvo décadas en el monte?".
Ver al "otro" -guerrillero, paramilitar, soldado- como un igual es, para Salazar y Rubiano, el mayor reto del pos-acuerdo porque implica cambiar la realidad simbólica que dejó la guerra. El dramaturgo lo resume así: "Nosotros empezamos a tener un país desconocido, un país que no existe, es casi un país de ficción, y en la medida en que es un país nuevo no se puede pensar con las mismas herramientas que el anterior, y esto va para todo el mundo, inclusive para los artistas y teatreros".
Trabajo y fiesta
Los retos del pos-acuerdo no son sencillos. Para Salazar, tiene que ver con el hecho de que la guerra no afectó de la misma manera a todo el país: "este ha sido un conflicto de larga duración y de baja intensidad, por eso se nos volvió paisaje, y hay gente que no ha sentido la necesidad real de que termine".
Pero los pasos se han dado aunque, en palabras de Salazar, "pasen siempre como noticias de tercera categoría". La activista de ConPaz, quien ha trabajado por más de siete años en procesos de desmovilización de actores armados, el mayor desafío trasciende la reintegración de los miembros de la guerrilla o la reducción de armas: "el reto real es transformar la manera de relacionarnos, que empiece a cambiar nuestra cultura individualista hacia una en la que prime el bien colectivo. Una sociedad de paz no es una en la que hay cero conflicto, sino una que sabe abordarlos. Lograrlo es una apuesta larga".
Alguien que ha construido países de ficción, como Rubiano, también hace el ejercicio de imaginar el suyo después de la guerra. Y cree que el futuro es de construcción y celebración. "Los colombianos tienen fama de buenos trabajadores, más allá de narcotraficantes, de guerrilleros, de ladrones, sabemos trabajar y festejar. Fíjate que es paradójico que muchos líderes de grupos armados y mafias no fueron capturados en combate u operaciones especiales sino en una fiesta, es más, me atrevo a decir que aquí sabemos hacer más la fiesta que la guerra".
Nazareth Balbás