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Diablos, madamas y calipso: Los secretos del carnaval más emblemático de Venezuela

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Este domingo, la fiesta fue diferente. Por primera vez, la misa de las madamas de El Callao tuvo un acto adicional: la entrega del reconocimiento de esos carnavales como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

El pueblo tiene poco más de 20.000 habitantes. Bajo sombra, al menos, se sienten unos 28 grados centígrados. Es El Callao, al sur del venezolano estado Bolívar.

En sus escasas cuadras, custodiadas en la entrada por las estatuas de las figuras más famosas del pueblo, nació una tradición que fue reconocida el año pasado por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad: el Carnaval de El Callao.

Allí no hay garotas, como las de Río de Janeiro, sino madamas: mujeres vestidas a la usanza de las antiguas matronas antillanas que, cada domingo antes de carnaval, celebran una misa en la iglesia a la que asisten custodiadas por diablos danzantes, mediopintos, mineros y coloridas comparsas donde abundan los disfraces, las plumas y las lentejuelas, acompasados por el ritmo del calipso.

Crisol caribeño

En Venezuela se habla español. Sin embargo, el calipso de El Callao se canta en patuá (patois): un híbrido entre el inglés y el francés, que quedó como reminiscencia del pasado inundado de hombres y mujeres de las colonias birtánicas y francesas de las Antillas que sucumbieron al fervor del oro, la promesa de El Dorado que se hallaba en el sur del país suramericano.

Las 300 vetas de oro halladas en El Callao causaron el delirio de miles de mineros antillanos que se asentaron en la zona y fundaron el caserío. Generación tras generación, los habitantes de ese pueblo emularon las "Cannes Brulées" de sus tierras, hoy convertidas en la fiesta carnestolenda más emblemática de Venezuela.

Los preparativos comienzan casi un año antes. En los colegios y escuelas de calipso se hacen colectas para los disfraces, se planifican las comparsas y son las madamas del pueblo las encargadas de conducir la celebración que reúne a más de 3.000 personas en las estrechas calles de un pueblo donde pareciera haber más joyerías que gente. Cada 1 de enero ocurre la primera advertencia; en Guayana, justo después del nuevo año, se escucha el "primer grito del carnaval".

Los personajes

Durante tres días, en El Callao no cabe un alma. Sus callejones, usualmente despejados, se convierten en atolladeros bajo el sol inclemente donde la única regla es bailar, reír, disfrazarse, dejarse mojar con bombas o baldes de agua, y no molestarse por el proceder de los medio-pintos, unos sujetos embadurnados de negro que piden dinero y que, si no lo reciben, castigan a los tacaños con una mancha de su ollín corporal.

Se llaman mediopintos porque, según la tradición, su forma era pedir una moneda con la siguiente treta: "un medio (bolívar) o te pinto". Los otros personajes míticos son los diablos. Vestidos de rojo, blanco, amarillo y negro, y armados con látigos o tridentes, son la representación mágico-religiosa de la celebración y anteceden el paso de las madamas para "imponer el orden" en el bochinche y no dejar que el público se meta dentro de la comparsa.

Los infaltables son los mineros, que al igual que los primeros trabajadores antillanos que llegaron a El Callao, hicieron del calipso una suerte de protesta social contra las grandes compañías transnacionales que tuvieron el control de los yacimientos auríferos. De hecho, la madama más famosa, la reina del Carnaval que reavivó la tradición hace más de medio siglo, era una sindicalista: "La Negra" Isidora Agnes.

Fiesta de la carne

El Atlas de tradiciones venezolanas lo dice: "el carnaval -por ofrecer libertad e igualdad- se convierte año tras año en ocasión ideal para liberar tensiones, expresar críticas y contar, cantando, los hechos más picarescos ocurridos entre los pobladores".

El calipso, que en Venezuela adoptó su sonido particular con la incorporación del cuatro, la maraca, los tambores de madera, el rayo y la campana, es el cauce musical que dirige esas emociones y obliga a todos los asistentes del Carnaval de El Callao a mover sus cuerpos impregnados por la contagiosa cadencia. Nadie queda fuera, nadie queda tieso, nadie es espectador.

El intelectual venezolano Juan Liscano (1915-2001) consideraba que ese delirio dionisíaco del Carnaval, con la música, el baile, los disfraces y los excesos, era "una saludable liberación de fuerzas reprimidas" en la que el hombre glorifica a la Tierra "portadora del secreto de las mieses y el misterio de la vida". Sea como sea, en El Callao ya cuentan más de dos siglos de fiesta.

Nazareth Balbás

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