"Yo me encomiendo a Chávez": La dimensión mítica de un líder a cuatro años de su muerte
En la puerta de la entrada está ella, tiene 60 años y ya la conocen. Le dicen Martica y viene cada ocho días al Cuartel de la Montaña, en Caracas, donde reposan los restos de Hugo Chávez.
Marta Flórez espera su turno para entrar al recinto junto a otras dos personas: Jonathan Peralta, de 39 años, y su hija Taysmar, de 10. Son las 3:30 de la tarde y en el populoso barrio 23 de Enero, en el oeste de la capital, se sabe que este domingo habrá que madrugar. Se cumplen cuatro años de la muerte del líder político que inscribió un nuevo 'ismo' en el imaginario nacional y muchos quieren asistir.
"Yo vengo para acá cada ocho días y le traigo rosas blancas. Hoy no pude porque la cosa está difícil, pero cuando puedo, se las pongo allá abajo", comenta Martica a RT. 'Allá abajo' es en la pequeña capilla que está justo antes de entrar al Cuartel y que, con letras rojas, deja claro a quién está dedicada: Santo Hugo Chávez del 23. Aquí, el ex presidente venezolano es más que un hombre.
Fuego en el 23
En el oeste de Caracas, como ningún otro lugar de la ciudad, se habla en clave de Chávez. Su figura abunda en carteles, graffittis callejeros deformados por las licencias artísticas de los creadores y gigantografías en la cima de instituciones públicas. Pero fue el barrio 23 de Enero el que se ganó, a fuerza de combate y mácula de rebelión, el derecho a custodiar el cuerpo del líder.
El edificio donde la familia de Chávez decidió sepultarlo es el mismo lugar donde él comandó la insurrección militar de 1992, considerada la entrada oficial del teniente coronel a la escena política venezolana. La intentona fallida contra Carlos Andrés Pérez se convirtió en una disrupción inevitable, un zarpazo al bipartidismo que terminaría por llevarlo al poder, mediante el voto, en 1999. De eso han pasado 25 años, y sin embargo.
Es viernes y en el patio del Cuartel, a diferencia de la inquietud interminable en la víspera del golpe de 1992, lo que ahora se escucha es el tintinear de los tubos de la tarima que instalarán para los actos conmemorativos del 5 al 15 de marzo. Marta y Jonathan preguntan si podrán entrar a la misa que se oficiará el domingo y la guía del museo le contesta, en tono de desesperanza: "Ay, ustedes saben cómo se pone esto en esos días".
Cada 5 de marzo, el Cuartel se convierte en un sitio de peregrinación. Los seguidores de Chávez se agolpan a las afueras y hacen una fila ordenada por varios hitos unidos por cadenas tricolor. Algunos, como Marta y Jonathan, le piden favores, milagros o le agradecen por lo que recibieron durante la llamada Revolución Bolivariana: una pensión, una operación gratuita, el 'milagro' de aprender a leer.
"Yo siempre lo amé, lo quise mucho, le agradezco mucho. Como dicen vulgarmente: ¡Me enamoré sola! Vivía detrás de él, me encantaba", cuenta Martica y se ríe. "Él ayudó a mi papá con la pensión, cuando tuvo el infarto también lo ayudaron de Miraflores. Es demasiado (...) Aquí lo queremos mucho, todo el 23 de Enero lo quiere, aquí no se habla mal de Chávez, aquí lo amamos", dice Jonathan.
Chávez nuestro
Un ensayo publicado en la Revista Interdisciplinaria de Trabajos sobre las Américas considera que el culto a Chávez existe en Venezuela y se afianza cada vez más por el discurso oficial: "en cuanto a las grandes mayorías chavistas se ha generado una postura aún más emocional, que algunos han considerado casi religiosa (...) una fe basada en la transacción, en el intercambio con la deidad; una identidad religiosa que no ve conflicto en declararse católico y practicar al mismo tiempo ritos de la santería; una necesidad de protección, por parte de la o las deidades".
Una diputada cambió el Padre Nuestro por el 'Chávez nuestro', el presidente Nicolás Maduro ha dicho que el líder bolivariano se le manifesta en diferentes formas espirituales y muchos seguidores lo consideran una suerte de mesías de los pobres. La deificación ha llegado al punto de que su figura se consigue en los puestos de santería del centro de Caracas y se le atribuyen poderes especiales.
"Yo vengo para acá porque me siento como con una felicidad, con una emoción. Yo le pido mucho, le pido a él y le digo: 'mira lo que está pasando, ayuda a Nicolás', porque todo esto es muy duro para nosotros", dice la señora Marta, quien asegura que una vez le pidió una señal a Chávez y él se la dio. "Yo creo en él, yo siempre he creído en él", dice Jonathan minutos después de haber estado frente al sarcófago que resguarda sus restos.
Después que termina el recorrido por el Cuartel de la Montaña, que dura casi media hora, Marta, Jonathan y su hija deciden quedarse un rato más. Esperan el acto de la bala de salva que cada tarde, a las 4:25 pm, se lanza para recordar el momento justo de la muerte de Chávez.
El redoble de tambores de los milicianos se escucha. Uno de ellos lee una proclama y, luego del sonar de la campana, el cañón dispara. El sonido ensordece y la hija de Jonathan se asusta. "¿Viste? ¡Yo te dije que eso sonaba duro!", comenta el padre. Ambos se ríen. Cae la tarde y se despiden. Allá, cerro arriba, el cielo es gris plomizo. Marta cree que el domingo, al igual que aquel fatídico 5 de marzo, va a llover. El aguacero, cómo no, también es parte del mito.
Nazareth Balbás