A diferencia de la Primera Guerra Mundial, en la segunda contienda global Nueva Zelanda se enfrentó a la posibilidad de una agresión directa a su territorio, y esta posibilidad dio lugar a la aparición del blindado más feo de los que haya conocido la historia militar, sugiere Robert Beckhusen, un analista militar de la revista estadounidense 'The National Interest'.
A raíz de las conquistas y el avance japonés en Birmania, Singapur, Hong Kong, Filipinas e Indonesia, el ministro de Defensa neozelandés, Robert Semple, ordenó en 1942 el desarrollo de los primeros carros de combate del país oceánico, que no disponía de ningún tanque por la sencilla razón que nunca antes los había necesitado.
El resultado de aquel remoto esfuerzo de Semple fue un vehículo popularmente conocido como 'el tanque Bob Semple'; "permanece en la oscuridad hasta nuestros días y es recordado principalmente como un ejemplo de la locura en tiempos de guerra", indica el analista.
Bajo la dirección del ingeniero Thomas Beck, un tractor Caterpiller D8 fue revestido de láminas onduladas de acero de un espesor de 12,7 milímetros. Dicho blindaje debía proteger a sus seis tripulantes (comandante, conductor y cuatro tiradores de ametralladoras) de proyectiles de 20 mm, metralla y balas.
Además de su ridículo aspecto, el monstruo pesaba 25,4 toneladas y era muy lento, ya que no podía superar la velocidad de 13 kilómetros por hora.
Solo tres de estos tanques fueron producidos, con el fin de portar cada uno seis ametralladoras Bren de pequeño calibre: dos en la parte delantera, una en cada lado y en la parte trasera, y una en la torreta.
El tanque de Semple nunca fue utilizado en combates, puesto que carros de combate mejor preparados pronto entraron en servicio en el Ejército de Nueva Zelanda.
"Ese tanque fue un esfuerzo honesto ante Dios de construir algo con el material del que disponíamos", explicó más tarde el propio ministro de Defensa.