La idea de que el ser humano tiene un sentido del olfato poco sensible en comparación con otros mamíferos es un mito que carece de pruebas reales. Así lo afirman los científicos de la Universidad de Rutgers, EE.UU., quienes aseguran que la capacidad de percepción olfativa del ser humano es mucho mayor de lo que se creía y la comparan con la de otros mamíferos como los roedores o los caninos.
El célebre científico británico Charles Darwin creía que el ser humano —en comparación con los primates— perdió su sensibilidad olfativa desde que se 'alejó' de la tierra, pues al adquirir una postura erguida evolutivamente dejaba de tener sentido mantener un agudo sentido del olfato. De esa forma, el ser humano habría experimentado una reorientación de los órganos del sentido del olfato: el bulbo olfatorio se ubicó más cerca del lóbulo frontal del cerebro.
La evolución de nuestra capacidad olfativa
Sin embargo, la nueva investigación sugiere que en lugar de disminuir esta capacidad, el ser humano ha evolucionado en esta característica que ahora nos permite no solo reaccionar a los olores como lo hacen la mayoría de los animales, sino también pensar en estos. El neurocientífico John McGann, quien lideró el estudio, considera que el ser humano cuenta con una capacidad olfativa impresionante que además influye de gran forma en su conducta, sus recuerdos y emociones.
El investigador afirma que el ser humano puede distinguir "cerca de un billón de olores diferentes", una cifra que contrasta con los 10.000 diferentes olores que mantiene la creencia médica y psicológica desde el siglo XIX.
Esta impresionante capacidad, según McGann, hace que el sentido del olfato del ser humano sea "más sensible que la de los roedores", distingue algunos olores de mejor forma que los perros e incluso le permite seguir los rastros de diferentes aromas. "El perro puede ser mejor cuando se trata de distinguir orina en una boca de incendio, pero los humanos pueden discriminar de mejor forma los olores de distintos vinos finos", asegura McGann.
Esta afirmación tira por tierra la creencia de que nuestra capacidad sensitiva se limita al pequeño tamaño de nuestro bulbo olfativo respecto al volumen total de nuestro cerebro, una creencia que, según McGann, se basa en afirmaciones apoyadas en una base científica pobre.