El prolongado apretón de manos que mantuvieron el 25 de mayo el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y su homólogo francés, Emmanuel Macron, durante su encuentro bilateral antes de la cumbre de la OTAN ha atraído la atención de medios y analistas. El saludo, que duró unos cinco segundos, fue tan fuerte que los nudillos de ambos mandatarios se pusieron blancos, sin embargo, la respuesta a la cuestión de quién ganó esta singular 'batalla' todavía sigue en el aire.
Algunos analistas consideran que el "agresivo" saludo de Macron obligó a Trump a soltarse primero, "dando al hombre más joven el primer asalto", escribe el columnista del periódico 'The Financial Times', Andrew Hill. Antes de este, el líder norteamericano ya había protagonizado varios largos apretones de manos con líderes mundiales que llamaron la atención de la prensa, entre ellos, uno con el primer ministro de Canadá Justin Trudeau y otro de nada menos que 19 segundos con el primer ministro japonés Shinzo Abe.
El periodista señala que estrechar manos "combina el ritual de la tregua […] con el preámbulo de la batalla". "Un fuerte apretón de manos equivale un líder fuerte parece ser el cálculo de Trump", según el columnista, que cree quizás que el mandatario también intente al mismo tiempo "conquistar su miedo más profundo", esto es, su confesa fobia a los gérmenes.
Para Hill, el presidente norteamericano no es el primero en considerar la importancia de los apretones de manos y tiene razón acerca de los peligros que estos pueden encerrar. El escritor recuerda la historia de un director ejecutivo que le contó que tras saludar a cientos de personas en una semana, sufrió una llaga en el lado de la mano donde la gente apretaba, generándole desde entonces un miedo a los apretones fuertes.
"En geopolítica, sin embargo, es probable que el apretón de manos siga una arma muy útil tanto como herramienta de venganza y como de ataque", concluye el columnista, señalando que Trump se vengó de Macron al día siguiente durante su reencuentro en la cumbre de la OTAN, cuando le saludó con tanta fuerza que el francés, visiblemente incómodo, intentó separarse de él ayudándose con su otra mano.