Titánica, responsable y valiente. Así ve la sociedad la labor de los médicos, siempre preparados para ayudar a los pacientes y salvar vidas, aún a riesgo de poner en peligro la suya propia en el ejercicio de esta noble profesión.
Como decía el gran escritor ruso Antón Chéjov, "la profesión de médico es una hazaña. Requiere pureza de corazón y de mente. Uno tiene que ser mentalmente claro, moralmente puro y físicamente pulcro".
Otro aspecto quizás menos conocido es el de las emociones, preocupaciones y hasta los cambios de ideas que experimentan los 'guardianes de la salud' en su actividad. Para adentrarse en este fascinante mundo, RT ha conversado en exclusiva con un intensivista del hospital clínico de la Primera Universidad Estatal de Medicina I.M. Séchenov de Moscú Mijaíl Zhírov.
¿Viajes al más allá?
Por su actividad cotidiana en situaciones críticas, los intensivistas son testigos de momentos en los que los pacientes viven experiencias cercanas a la muerte. Por ello son frecuentes los relatos de enfermos que aseguran haber viajado al más allá, haber visto una luz al final de un túnel o visitado lugares en los que nunca han estado. Y están convencidos de la veracidad de estas visiones.
"A menudo los pacientes confunden alucinaciones con un desplazamiento en el tiempo", afirma Zhírov. Por ejemplo, un creyente piensa que se encuentra cerca de Dios o en un lugar santo, mientras que el delirio del alcohólico es "agresivo, borroso, diverso y no está relacionado con su vida", relata el especialista en cuidados intensivos.
Pero, ¿por qué los enfermos críticos tienen estas visiones? Con el desarrollo de la anestesiología, los médicos han buscado diferentes formas para tratar a sus pacientes. "La mayoría de las alucinaciones están relacionadas con el uso imperfecto de medicinas y la peculiaridad de la percepción humana", sostiene el intensivista. A su juicio, a menudo "es más fácil" para el anestesiólogo confirmar que el paciente realmente ha viajado "en lugar de admitir un error".
Cuando un diagnóstico te cambia la vida
Las reacciones de los pacientes en situaciones graves son diversas. No solo ocurre en el cine cuando los enfermos tratan de recuperar el tiempo perdido al conocer un diagnóstico difícil. Para algunos saber que su horizonte vital ha quedado limitado a unos pocos meses supone lanzarse a llevar a cabo todas aquellas cosas que nunca hicieron antes. Otros afrontan estas realidades siguiendo una existencia más productiva, ahorrando dinero para realizar algún viaje o ayudando a sus familiares.
Sin embargo, estos casos "son extremadamente raros". La mayoría de enfermos críticos atraviesan períodos de depresión y melancolía, "exagerando sus problemas de salud y conduciéndose a ellos mismos a la tumba".
Las variopintas reacciones de los familiares
La ayuda y el apoyo de los familiares son esenciales para cualquier paciente. Sin embargo, la reacción de los parientes hacia los enfermos críticos es variopinta.
Muchos no entienden lo que está pasando con el enfermo, por lo que recurren a la fe, por ejemplo colgando iconos religiosos encima de la cama con la espera de que Dios cure a sus parientes. En esos casos suelen aferrarse a cualquier mínima mejoría que experimentan como abrir los ojos y mover las pupilas, así como los cambios en los niveles de conciencia o del color de la piel. "Los familiares perciben tales síntomas como una garantía de la mejora de la salud, aunque en realidad no lo sea", precisa el intensivista.
No todos los entornos familiares asumen estos diagnósticos delicados de igual forma. Algunas familias se ven desbordadas y se vienen abajo. "No quieren visitar al enfermo y preguntan cuándo pueden empezar a organizar el funeral", evoca Zhírov.
Acostumbrarse a la muerte
Aunque es difícil imaginar que los seres humanos puedan acostumbrarse a ver expirar a muchas personas ante sus ojos, sí es el caso de los intensivistas. "El hombre se adapta a todo, pero el modo de hacerlo depende de cada persona", asegura el doctor del hospital clínico moscovita. Uno de los ejemplos más llamativos que ayuda al médico a acostumbrarse a acompañar a sus pacientes 'en el final del camino' es el humor negro, que se emplea ampliamente en la medicina.
Además, el galeno ruso reconoce que quienes trabajan con enfermos críticos son "adictos al estrés". Durante las vacaciones o fines de semana "los intensivistas no experimentan emociones tan fuertes, por lo que tratan de compensarlas". Por ejemplo, dedicándose a deportes o actividades extremas, concreta.
Sin embargo, el especialista en cuidados intensivos ruso admite que el ser humano no puede adaptarse "totalmente" a las experiencias que vive, por lo que es presa de lo que él llama el 'síndrome de quemarse por el trabajo'. Es decir, su mente desarrolla un mecanismo de protección psicológica que consiste en excluir de forma parcial o completa las emociones como respuesta a una experiencia traumática.
"Apreciar la vida cada vez más sea esta mala o buena"
A pesar de la dureza del trabajo del intensivista hay médicos que empiezan a valorar cada momento de la vida al ver lo frágiles que somos ante la muerte. "Cuando ves que un hombre se debate entre la vida y la muerte y cómo incluso la medicina moderna no es capaz de detener muchas enfermedades, empiezas a apreciar la vida cada vez más, sea esta mala o buena", reconoce el doctor. No obstante, hay otros especialistas, relata el intensivista, que se endurecen y parecen ajenos al sufrimiento.
Para algunos médicos el desgaste laboral les empuja a cambiar radicalmente de forma de vida, incluida la profesión. Los hay que optan por abandonar el trabajo médico y dedicarse a la ciencia o trabajar como representantes de compañías farmacéuticas, recuerda.
¿Se puede perder la esperanza en la lucha por la vida?
En ese sentido, el profesional sanitario del citado hospital clínico de Moscú recalca que a menudo la última fase de la vida de un enfermo viene dada por los aspectos legales y financieros de una institución médica y el profesional tiene que adaptarse y "luchar hasta el final". "Si el intensivista es presa del pánico, quiere decir que es demasiado tarde para salvar una vida", matiza.
"Todo lo que se puede comprar con dinero no es un problema. De momento, nadie ha conseguido comprar la salud", sentencia el especialista del hospital clínico de la Primera Universidad Estatal de Medicina I.M. Séchenov.
Lo que parece claro es que su experiencia con enfermos críticos ha hecho más descreído a este intensivista. Las imperfecciones de la medicina moderna y la falta aún de medios técnicos para tratar con éxito enfermedades como el cáncer son "la principal prueba de la inexistencia de Dios". Con todo, este médico, como el resto de compañeros, muestra una inquebrantable fe en poder ayudar a los demás. La vida humana "es inestimable", resume.
María Supranóvich