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Francisco pide perdón por la "monstruosidad" de los sacerdotes pedófilos
El papa escribió el prólogo de un libro cuyo autor cuenta cómo fue violado de niño por un clérigo a lo largo de cuatro años.
El papa Francisco ha vuelto a pedir perdón a las víctimas de sacerdotes pederastas y condenado la "monstruosidad" del abuso sexual a menores. Esta vez, el alegato lo hace en el prólogo de un libro cuyo autor cuenta cómo fue abusado constantemente de niño por un clérigo, informa el diario alemán 'Bild'.
"Se trata de una absoluta monstruosidad, de un horrible pecado que contradice todo lo que predica la Iglesia", condena el papa en el prólogo que escribió para el libro de Daniel Pittet, un suizo que fue víctima de abuso sexual entre los 9 y 13 años de edad.
"¿Cómo puede ser que un sacerdote, consagrado a Cristo y a su Iglesia, llegue al punto de causar tanta desgracia", con la que "no sólo daña al niño, sino también la vida de la Iglesia?", cuestiona el sumo pontífice en el libro 'Le perdono, padre', cuya versión alemana saldrá a la venta este 17 de agosto.
Asimismo recuerda que muchas de las víctimas abusadas durante su infancia por religiosos han llegado incluso a quitarse la vida. "Estos muertos pesan sobre mi corazón, así como en mi conciencia y en la de toda la Iglesia. Quiero expresar mi amor y mi dolor a sus familias y pedirles perdón desde la humildad", señaló el papa.
"El silencio de plomo"
Francisco destaca la importancia de testimonios como los de Pittet, de 57 años, porque "hacen posible superar el silencio de plomo en torno a los escándalos y sufrimientos, pues aportan luz a una oscuridad terrible que se esconde en la Iglesia".
La Iglesia Católica ha estado involucrada en múltiples casos de abuso sexual en todo el mundo, al tiempo que numerosas víctimas han exigido al Vaticano que permita el enjuiciamiento de los clérigos y persiga este delito. Joel Allaz, el victimario de Pittet, fue procesado en 2008 por 24 casos de abusos sexuales, cometidos en Suiza y Francia entre 1958 y 1995.
Sin embargo, no recibió ningún castigo y las autoridades eclesiásticas se limitaron a trasladarlo de una diócesis a otra para evitar el escándalo, en otra demostración de la complicidad de la Iglesia, que para salvar su prestigio se preocupa más de los agresores que de las víctimas.
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