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Historias de calmucos que sobrevivieron a las deportaciones de Stalin

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Las deportaciones a Siberia más tarde fueron reconocidas como un genocidio y crimen contra la humanidad. Estos son algunos de los rostros y sus terribles historias.

En diciembre de 1945, el grupo étnico calmuco se encontró con un destino trágico: fueron deportados por la fuerza como castigo colectivo por haber sido acusados de colaborar con los ocupantes nazis y luchar contra el Ejército Rojo.

Solo dos días después de que Stalin firmase la orden, alrededor de 100.000 personas fueron expulsadas de sus hogares. Mujeres, niños y ancianos fueron conducidos en camiones de ganado para ser enviados a Siberia. Muchos murieron de hambre, frío y enfermedades antes de llegar a su destino. En total, más de 40.000 calmucos fallecieron a causa de su expulsión. Años más tarde, fueron rehabilitados y recibieron permiso para regresar a su tierra natal.

Nina Boshomdzhíeva (Badimjálovna), 77 años

Nina era una niña pequeña durante las purgas, y su tragedia personal consiste no recordar la historia de su familia. No sabe ni su nombre real ni su fecha o lugar de nacimiento. Muchos adultos murieron en el camino en los vagones congelados, pero la pequeña sobrevivió. En la región de Tiumén, en Siberia, Nina se puso a trabajar a la edad de 13 años en una granja colectiva. Su tío había luchado en Stalingrado y vio por casualidad una foto de Nina en 1958. Regresó a Kalmukia después de la rehabilitación de su pueblo y encontró a su familia. Nunca ha vuelto a Siberia.

Aliona Lidzhíeva, 91 años

La gente no entendía lo que estaba ocurriendo. Los vagones permanecieron cerrados durante días. Las condiciones eran tan terribles que la mitad de los deportados murió durante el viaje. La gente bebía con las manos cogiendo agua de cubos. Cuando llegaron a las barracas, ni siquiera tenían zapatos. Los siberianos son gente amable y generosa. “Nos dieron ropa de lana muy gruesa y portianki, paños para envolver los pies. La vida era dura, comíamos lo que podíamos encontrar, incluso perros", dice Aliona.

"Trabajábamos sin parar. Todavía hoy no puedo permanecer demasiado tiempo en un mismo sitio, o tener mi propio jardín. ¡Pero soy feliz! Menos porque mi marido no esté vivo. Era un héroe que educó a sus hijos, sus nietos y sus bisnietos", añade.

Nina Bováieva, 89 años

"Vivíamos bien 'en la prosperidad' como se le llamaba entonces, trabajamos mucho. Yo sabía que había una guerra. Un día llegaron soldados jóvenes. La gente no entendía lo que decían. Eran alemanes que necesitaban comida y un lugar para dormir. Cociné. No tenía miedo, solo eran personas, soldados, y se rieron mucho. Por la mañana, cuando se fueron, me dieron chocolate. Quería probarlo, pero eran nuestros enemigos en la guerra... así que se lo di a los cerdos...

En diciembre de 1943, dos soldados rusos llegaron. Cociné para ellos. Nos dijeron que preparásemos las maletas, que nos llevásemos nuestros objetos de valor, ya que nos íbamos muy lejos. Pero no dijeron dónde. También dijeron que no llevásemos nuestras muñecas, pero nos ayudaron a transportar bolsas llenas de chales de lana".

"Todavía vivo en paz con la gente, y no tengo miedo a nada en la vida", confiesa Nina. Tiene 7 hijos, 11 nietos y 11 bisnietos.

Boris Ochirov, 81 años

Es el director de la Unión de Calmucos Represaliados. "Yo solo tenía cuatro años de edad, pero recuerdo como viajábamos hacinados, ya que el espacio era liberado a medida que la gente moría de frío y fatiga. Los muertos eran cargados en vagones especiales", dice.

"Cuando fuimos rehabilitados una canción calmuca sonó por la radio estatal. Todos lloraban de alegría. Mientras nuestro idioma estuviese vivo, los calmucos lo estarían".

Alexandra Galéieva, 85 años

Sobrevivió gracias a su padre. Este tenía solo una pierna, pero era un zapatero y tuvo éxito. En Siberia, comían patatas congeladas y espiguillas, que era como una goma de mascar que se podía masticar durante todo el día. Desde la edad de 15 años, Alexandra trabajó con las mujeres adultas. Es ciega desde hace 15 años. Cada noche ella reza por aquellos que necesitan ayuda.

Bulgún Sakílova, 87 años

Por la mañana dos soldados vinieron con armas. El padre de Bulgún estaba enfermo y acostado en la cama. "Matad rápidamente un carnero o una vaca", aconsejaron los soldados. Había un viaje de 13 días por delante. En el territorio de Altái trabajaron en la carretera de Semipalatinsk, donde se encontraba uno de los mayores centros de ensayo de armas nucleares de la Unión Soviética. Sufrió de radiación. Cuando el padre de Bulgún murió, fue envuelto en una manta y colocado sobre la nieve. Fue enterrado solo en mayo, cuando la nieve se derritió y se pudo escavar la tumba.

Sumián Lidjánov, 66 años

Nació en Siberia y recuerda parcialmente su infancia. "Recuerdo cómo los adultos llevaban un rutabaga y yo decía '¡Dámelo!'. ¿Sabes lo que es una rutabaga? Incluso no sabía lo que era un helado... realmente quería probarlo... Y uno de ellos dejó caer un rutabaga en el barro. En aquel entonces te podían enviar 10 años a un campo por hacer eso. Mi familia volvió a Kalmukia en 1957".

Elaborado por Ekaterina Sinélschikova para Russia Beyond The Headlines

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