La letalidad de los militares –entrenados para aniquilar al enemigo– es un atributo que interesa sobremanera al crimen organizado en México. Para sumarlos a sus filas, algunos cárteles del narcotráfico han llegado al cinismo de dejar mensajes en la vía pública –conocidos como narcomantas– en los que invitan a los soldados a cambiar de bando.
Esta idea de que los integrantes del Ejército Mexicano y de la Marina Armada de México pasen de proteger la soberanía del país a delinquir no es, ni de lejos, algo imposible.
Hay que recordar que la poderosa y extremadamente violenta organización Los Zetas se conformó por militares de élite que, después de desertar al servicio público, se contrataron como sicarios del Cártel del Golfo. Luego se escindió y se encumbró como una de las nueve organizaciones criminales más importantes del país.
Por ello, resulta preocupante que la Secretaría de la Defensa Nacional no haya sido capaz de frenar las deserciones que podrían estar alimentando a la criminalidad. Entre enero de 2013 y noviembre de 2016, 5.505 militares abandonaron la institución castrense.
Los datos oficiales indican que, en ese periodo, otros 4.313 integrantes del Ejército Mexicano causaron baja del servicio porque así lo solicitaron; 488 fueron echados por “mala conducta”; y a 1.557 les fue rescindido el contrato.
Así, en esos 4 años del gobierno de Enrique Peña Nieto, 11.863 soldados entrenados para ejercer la violencia salieron de la institución por motivos distintos al retiro, el fallecimiento y la desaparición.
Las habilidades de esos militares desertores que tanto interesan a los criminales se basan en tres fases de adiestramiento: combate individual, por función orgánica o específica, y de unidad.
En la primera fase, el soldado de recién ingreso aprende los conocimientos básicos de la doctrina militar, habilidades básicas para un combatiente individual y, según la Sedena, se le "inculca el sentimiento de identidad institucional para lograr su adaptación a la vida militar".
La segunda fase permite al soldado desarrollar habilidades y destrezas específicas para su función asignada; y la tercera, que involucra a las unidades militares, se centra en el adiestramiento de defensa nacional y de seguridad interior.
Inculcar esa doctrina no basta para generar lealtad entre la tropa. Queda claro que se requieren incentivos, entre los que destaca un sueldo decoroso. Y es que uno de los puntos más débiles de la Secretaría es éste: un cabo gana apenas 4.561 pesos mensuales, que no alcanzan para vivir.
Esa debilidad la conocen los criminales, que en algunas narcomantas han ofrecido “salario digno” a los militares. Pero quienes parecen ignorarlo son las autoridades, que han propiciado un ejército paralelo de desertores.
Para México, donde la corrupción y la delincuencia organizada son lo común, el riesgo de que esos militares pasen a las filas del crimen es cada vez mayor. No obstante la amenaza, nadie les sigue la pista una vez que dejan la institución.
Nancy Flores