Adolfo de Jesús Constanzo, el 'narco' que fundó un culto asesino de magia negra
Nacido el 1 de noviembre de 1962 en Miami (Florida, EE.UU.), Adolfo de Jesús Constanzo fue no sólo un narcotraficante, sino también uno de los asesinos en serie más buscados de México y EE.UU. en la década de 1980, señalado de encabezar un culto religioso que realizó matanzas rituales.
En 1983 se asentó en la Ciudad de México, donde reclutó a los primeros discípulos de lo que llegó a ser a un mismo tiempo secta y poderosa banda criminal. Tras perpetrar numerosos delitos y asesinatos, buscó evadir a la policía escondiéndose en un costosa propiedad de las afueras de esa capital, hasta que un simple hecho de azar llevó hasta allí a un grupo de agentes policiales. Corría el año de 1989 y Constanzo, que recién cumplía 26, al verse perdido le pidió a uno de sus secuaces que le disparara y lo matara.
Lo que ocurrió durante esos 26 años es una historia digna de película de horror.
Infancia y primeras creencias
De padres cubanos refugiados en Florida, Adolfo de Jesús Constanzo aprendió desde la infancia dos cosas: a robar y a seguir los ritos de un culto de santería denominado Palo Mayombe.
Tanto el joven como su madre fueron arrestados numerosas veces por crímenes menores, como robo y vandalismo. A temprana edad, Adolfo se hizo amigo de un sacerdote del citado culto, quien le enseñó las habilidades necesarias "para sacar provecho del diablo", dotes que por lo visto le permitieron no sólo hacerse narcotraficante y estafador sino iniciar una auténtica carrera "en el camino del mal".
En su adolescencia temprana se limitó a asistir a bares gays, cometer pequeños delitos y robar tumbas. Pero ya en 1976 se convenció de que estaba desarrollando poderes psíquicos, y supuestamente predijo el intento de asesinato que en 1981 sufriría el entonces presidente norteamericano Ronald Reagan.
Líder del culto
En 1983 viajó a Ciudad de México, donde reclutó a sus primeros discípulos: Martín Quintana Rodríguez y Omar Orea Ochoa, a los cuales luego sedujo. En total alcanzó a contar con unos 30 devotos, entre ellos traficantes de narcóticos, jefes del crimen organizado y altos funcionarios de la ley, a los cuales prometió que serían completamente invulnerables a las balas y que tendrían el poder de hacerse invisibles ante los policías.
Por su parte, la policía mexicana cree que ya durante aquel tiempo comenzó Constanzo a alimentar su caldero santo, su así llamada nganga o prenda, con ofrendas humanas. Lo cierto es que él y sus seguidores fueron hallados responsables de por lo menos 16 asesinatos rituales que incluyeron torturas y mutilaciones.
Matanzas en serie
Para evadir el acoso policial, pero también para expandir su poderío, el joven consideró que su secta requería una sede más amplia y se instaló en Rancho Santa Elena, propiedad que pertenecía 'los Hernández', una dinastía de traficantes de drogas, en las cercanías de Matamoros (Tamaulipas). Desde allí, Constanzo logró una participación mayor en el tráfico de drogas ilegales y prosiguió sus asesinatos rituales, siempre aderezados con torturas y desmembramientos.
Entre sus víctimas documentadas figuran tanto personas inocentes como rivales del culto y del negocio de las drogas. Los cadáveres, o sus restos, eran enterrados en el patio del rancho. Si a la secta le faltaban 'ingredientes' para un ritual, Adolfo enviaba a sus adeptos a 'cazar'.
Las cosas sólo se le empezaron a complicar al jefe cuando pidió a sus adeptos que secuestraran a un 'gringo' para un importante ritual. En cumplimiento de la orden, capturaron y secuestraron a Mark Kilroy, un estadounidense de 21 años que estudiaba medicina en la Universidad de Texas. Su asesinato se convirtió en una pesadilla para toda la secta pues, apenas desapareció, los padres de Kilroy removieron cielo y tierra para dar con su paradero.
Descubrimiento fortuito
Mark Kilroy no aparecía por ninguna parte. Pero, completamente ajenos a ese hecho, unos patrulleros de la policía mexicana decidieron un día cualquiera, 1 de abril de 1989, montar un rutinario puesto de control en carretera: inspeccionar coches, captar gestos nerviosos o sospechosos, atrapar delincuentes. La vía era, casualmente, la que conducía al Rancho Santa Elena. Hubo un auto que evadió el control y no se detuvo, y los agentes de la patrulla hicieron lo que mandan los procedimientos: lo siguieron. El vehículo, conducido por Serafín Hernández García, uno de los secuestradores de Kilroy, condujo a la Policía directamente al rancho que era sede del culto y refugio de asesinos.
Los patrulleros se abstuvieron sabiamente de entrar al lugar, pero el 9 de abril un grupo de asalto irrumpió en Santa Elena y capturó a casi toda la cúpula de la secta. Aunque no encontraron allí a Constanzo, los agentes hallaron el cuerpo de Kilroy y también 15 cadáveres enterrados en el patio, además de una gran cantidad de cocaína y marihuana y algunas armas.
El final
A partir de ese momento, más y más miembros del culto de Constanzo fueron detenidos. Finalmente, un mes después, el 6 de mayo de 1989, fuerzas policiales lo acorralaron junto con varios de sus seguidores –entre ellos los 'fundadores' Martín Quintana y Omar Orea- en un lujoso departamento de la Ciudad de México.
Determinado a no ir a prisión, Constanzo primero le ordenó a sus seguidores lanzar por las ventanas puñados de dólares para distraer a los policías. Después de un par de horas de enfrentamiento, entendió que no podría escapar de las manos de la policía. Fue entonces que le exigió a uno de sus discípulos que le disparara a él y también a Quintana. Cuando la policía finalmente irrumpió, los dos estaban muertos.
Los supervivientes, junto con otros 12 miembros del culto, fueron procesados por numerosos cargos, que incluyeron asesinatos múltiples, violaciones, posesión de armas y narcóticos, conspiración y obstrucción de la justicia.
Pasados los años, las autoridades estadounidenses aún esperan, listas para procesar a los miembros del culto que asesinó a Mark Kilroy si alguna vez llegan a salir de las prisiones mexicanas.
Fuentes: