"A mí me eyacularon dentro del vagón del metro cuando tenía 20 años", cuenta Laura Mena después de sorber un café medio aguado y morder una costra de nata.
Su caso no es una excepción, ni siquiera podría ser considerado extraordinario porque esto es Ciudad de México, la capital de un país donde más de 66,1% de las mujeres mayores de 15 años admite haber sido víctima de una agresión sexual; una urbe considerada como la cuarta más peligrosa del mundo para las féminas por los altos índices de violencia machista y en la que se registran más de 600 feminicidios en los últimos seis años. Lo de Laura, si acaso, es la regla.
Pero afuera de la cafetería donde estamos, muy cerca de Bellas Artes, en el centro de la ciudad, lo que sorprende es el enjambre de taxis color rosa, la tipografía rosa de la propaganda oficial, los chalecos rosa de los trabajadores públicos de la zona. Todo es rosa o morado por instrucciones de Miguel Ángel Mancera, el jefe de gobierno de la ciudad, quien según sus asesores ha tratado de evocar con esa identidad cromática el derecho al voto de las mujeres, la lucha contra el cáncer de mama y la erradicación del feminicidio. Sin embargo, la realidad pone en duda la eficacia de la curiosa pátina de goma de mascar: Ciudad de México ocupa el primer lugar de violencia contra las féminas con una tasa de prevalencia de 79,8%, más de diez puntos por encima de la media nacional.
¿Es cultural?
En los andenes del Metro de la capital mexicana hay una barda naranja que separa a unos usuarios de otros. La entrada a esa zona exclusiva casi siempre está resguardada por un par de policías y si se alza la vista es posible leer un cartel color rosa con la inscripción: "Solo mujeres y menores de 12 años".
Ya dentro del vagón, las miradas de las chicas suelen ser para constatar que no haya presencia de hombres. En privado, cuando alguien les pregunta si se sienten seguras, contestan vagamente. Pero todas, sin excepción, hacen la misma sugerencia de no usar la zona exclusiva en la noche o en las horas de menor afluencia de usuarios porque "es peligroso".
Según datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh), presentada en agosto de este año, al menos 34,3% de las mujeres mexicanas admitió haber sido víctima de violencia sexual y acoso en espacios públicos; 13,2% de esas agresiones fueron en el autobús y 6,5% en el metro. Omaira Ochoa Mercado, integrante de una ONG que forma parte del Observatorio Nacional del Feminicidio (ONF), lo resume sin cortapisas: "ser mujer en México es un riesgo potencial".
"Vivimos en un país sumamente misógino. Sé que hay mucha gente que está en contra de esa separación en el Metro, por ejemplo, pero son medidas que se tomaron por la presión de la sociedad civil, porque teníamos que hacer algo para evitar la violencia en alguna medida, porque es imposible resolver lo de fondo inmediatamente". Para ella, el carozo del problema es mucho más profundo y difícil de asir porque abarca esa espesura que llaman "la cultura".
El poeta y ensayista Octavio Paz, respetado y criticado casi en la misma proporción en México, planteaba en sus "Máscaras mexicanas" (1950) que la virtud femenina se asentaba en un comportamiento donde "imperen el pudor, el recato y la reserva ceremoniosa" porque ellas son "como un instrumento, ya de los deseos del hombre, ya de los fines que le asigna la ley, la sociedad o la moral". Por eso, la actividad, la movilidad, la renuncia a ser seres estáticos era considerado un suerte de anti valor a la figura de "madre abnegada", "novia que espera" y era merecedor del mote de "mala mujer". Pero desde que se escribió ese texto han pasado casi 70 años y podría decirse que las cosas han cambiado, ¿o no?
La mala mujer
Laura Mena, en México, es vista como una mala mujer. Ella misma lo admite: "ahorita que estoy participando políticamente siempre me recriminan, me preguntan que por qué no estoy en mi casa, me dicen que me voy a quedar sola, que no voy a encontrar un hombre porque no me la paso lavando trastes, haciendo comida. Dicen que estoy mal de la cabeza, fíjate".
Laura tiene "cuarenta y tantos años", se identifica como feminista, forma parte de un movimiento político de mujeres llamado "Las constituyentes" y aspira ser concejal por el Movimiento Regeneración Nacional (Morena). El día que nos conocimos, ella regresaba de una marcha contra el feminicidio luego de la violación y estrangulamiento de la joven Mara Castilla, en Puebla, por parte de un taxista de Cabify. Inevitablemente pensó en su hija de 17 años, víctima de acoso a los 15: "Ella iba en por la calle, muy temprano en la mañana, y un tipo en un taxi sacó la mano y le dio una nalgada. Cuando reaccionó, se puso a llorar. Es un sentimiento muy fuerte".
Laura también padeció violencia económica y patrimonial de parte de sus parejas. Mientras estuvo casada, su esposo le impidió trabajar y terminar los estudios; después de la separación, perdió el apoyo financiero para mantener a sus hijos y su compañero de entonces, quien la ayudó a conseguir un puesto en una institución, le cobraba una suerte de coima mensual de su salario. De acuerdo a los datos de la Endireh, 43,9% de las mujeres mexicanas han sido agredidas por sus esposos o novios a lo largo de la relación.
"La cultura en sí misma —explica Ochoa Mercado— es la que propicia este tipo de prácticas contra la mujer. Desde la manera en que aprendemos el proceso de socialización hasta cómo se nos educa, con diferencias de roles y estereotipos, todo ha permeado nuestras relaciones entre la familia, las instituciones, la vida pública. Es un tema de raíz profunda que tiene origen en la sociedad y eso trae como consecuencia la naturalización de la violencia, la explotación y la violación contra nosotras. Somos consideradas unos objetos y los hombres se sienten con derecho a decidir sobre nuestras vidas".
Después del feminicidio de Mara Castilla, Laura cuenta que les mandaba mensajes a sus amigas para denunciar el caso, y le respondían "que había sido culpa de ella por estar de fiesta, por estar metida en un antro, por andar bebiendo y llegando a su casa en la madrugada". "En México se revictimiza a las mujeres agredidas, las familias reciben maltrato y las responsabilidades se diluyen. Pocos casos se esclarecen, no se garantiza el derecho a la verdad y por eso no hay reparación", agrega por su parte activista del ONF. La herida queda allí, abierta.
Es la impunidad
En promedio, cada tres horas y media muere una mujer por la violencia machista en México. Son más de siete feminicidios al día, según datos de la Organización de Naciones Unidas (ONU). En la capital, la tendencia va en alza.
Si las tapas de los periódicos dan algún indicio, las de este martes podrían considerarse propicias: "Alerta por feminicidios en Puebla", "Asesinan a su jefa por una tanda", "Desaparece otra estudiante en Puebla".
Aunque las cifras de por sí son alarmantes, Ochoa Mercado pone el acento en un aspecto medular: "Más allá de que exista un incremento o no, la gravedad de la problemática radica en la impunidad de los crímenes y la violencia con la que se comenten". La corrupción judicial, la opacidad en el manejo de los casos, la dificultad para tipificar los delitos como feminicidios y el estigma que pesa sobre las mujeres que denuncian a sus agresores no ayudan a mejorar la situación.
"Muchas instituciones terminan por beneficiar a las personas señaladas por las víctimas a cambio de favores económicos o políticos, y eso repercute en los procesos de investigación porque no se garantizan los derechos de las afectadas. Cuando el caso llega finalmente a instancias judiciales, los expedientes están incompletos o manipulados. Es decir, ya no tienen elementos para determinar ninguna responsabilidad". ¿El resultado? La libertad de los agresores.
Un estudio realizado entre 2012 y 2016 por la red Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) reveló que de los 9.581 asesinatos violentos contra mujeres reportados, sólo 1.887 fueron tipificados como feminicidios, o lo que es lo mismo, menos de 20%. En esa misma investigación se advirtió que en algunas procuradurías había un "subregistro" de homicidios contra las féminas porque se reportaban menos crímenes de los que habían ocurrido. La diferencias de datos dejaban de contabilizar, al menos, 1.648 casos.
El debate por las cifras es frecuente. Organizaciones como el ONF trabajan con datos cruzados entre la información oficial, notas de prensa, denuncias de familiares y solicitudes de transparencia a instituciones, que no siempre son respondidas con éxito. Pero debajo de esas gestiones está el mismo fantasma: "Hay una idea generalizada de que en México no hay justicia y cualquier persona de siente con el derecho de violentarla confiando en que los crímenes no van a ser sancionados", lamenta Ochoa Mercado.
Sin embargo, mujeres como Laura siguen con la idea de llegar a un cargo de elección popular para tratar de cambiar esa realidad. Ella misma admite que dentro de su propio partido sufre discriminación por parte de los hombres que buscan el apoyo femenino en campañas, pero son renuentes a ayudarlas a la inversa.
"Quiero que mi hija viva en una ciudad donde pueda tener una libertad económica, educativa, que pueda andar en las calles sin miedo", dice mientras revisa su teléfono para saber a qué hora sale de clases. Afuera del café, de camino a la parada de autobús, hay un anuncio pegado en la pared con la foto de una joven rubia, de 28 años y rostro sonriente que fue vista por última vez en agosto. En letras rojas, se lee: desaparecida.
Nazareth Balbás