Los batallones de la muerte: las mujeres rusas en la Primera Guerra Mundial
Febrero de 1917. La Primera Guerra Mundial comenzó hace casi tres años y el Ejército ruso, exhausto y desmoralizado, ya no quiere luchar. Tras la Revolución de Febrero, las mujeres comenzaron a presionar al nuevo Gobierno provisional en Rusia para ampliar la participación femenina en la guerra, y en particular, para formar unidades de combate con mujeres voluntarias.
Por orden del ministro de Guerra, Aleksandr Kérenski, fue creada una serie de unidades militares compuestas exclusivamente por mujeres, denominadas batallones de la muerte, en un último esfuerzo por alentar a las decaídas filas del Ejército.
El primer regimiento
El primer batallón estaba comandado por María Bochkareva, quien nació en el seno de una humilde familia campesina, pero que ya había formado parte de diversas unidades militares y recibido varias condecoraciones. Este primer regimiento, formado exclusivamente por mujeres, atrajo en un principio a unas 2.000 voluntarias de entre 18 y 40 años de edad. Pero debido a la estricta disciplina impuesta por Bochkareva, el número de alistadas se redujo drásticamente a 300.
Las autoridades pensaban que el ejemplo de estas mujeres reforzaría y motivaría a las cansadas tropas. Los comandantes esperaban también que la presencia de mujeres en el combate avergonzaría a los hombres y les enseñaría cómo se debía luchar por la patria.
Avanzar con ellos o sin ellos
En junio de 1917, Bochkareva y su batallón de la muerte fueron enviados al frente occidental de Rusia a participar en la ofensiva contra los alemanes en los alrededores de la ciudad bielorrusa de Smorgon. A diferencia de los hombres, ya desmoralizados y sin intención de luchar contra un ejército mejor preparado, las mujeres decidieron avanzar con ellos o sin ellos y consiguieron penetrar en terreno alemán. Sin embargo, los relevos nunca llegaron y las mujeres se vieron obligadas a retirarse.
A pesar de la disciplina y entrega de las mujeres que conformaron estos batallones, el escaso efecto que tuvo sobre la parte masculina del ejército hizo que a finales del verano de 1917 se suspendieran las formaciones.