Corría el año 1913. Una de las primeras grabaciones documentales muestra los festejos del tricentenario de la Casa de los Románov. Nicolás II, su familia y sus numerosos invitados protagonizaron las lujosas celebraciones.
Detrás de las cámaras quedaron los serios debates políticos de la época sobre el futuro de la nación y el papel de la monarquía, así como el descontento hacia algunas figuras próximas al emperador. Posteriormente y con la Primera Guerra Mundial (1914-1918) en curso, en 1917 la situación llegó a un punto crítico.
El historiador Martín Baña ha explicado que "cuando estalló la revolución en febrero de 1917 en pocos días el emperador Nicolás Románov, que era quien gobernaba Rusia, se vio obligado a abdicar, primero a nombre de su hijo, después de su hermano" quien no aceptó el trono, así que en pocos días "se terminó con siglos zarismo en Rusia".
Poco después el exmonarca Nicolás II y su círculo cercano fueron retenidos durante varios meses en uno de los palacios en las afueras de la capital rusa, que entonces se encontraba en la actual San Petersburgo y tenía el nombre de Petrogrado. En agosto del mismo año, los trasladaron a la ciudad siberiana de Tobolsk.
En abril de 1918 el destino de los Románov dio un nuevo giro. Debido a una serie de circunstancias, las autoridades dispusieron su traslado a Ekaterimburgo, en los Urales, donde se mantuvieron recluidos durante 78 días.
La última noche
Natalia Boiprav, guía turística del Museo de la Familia Santa Imperial, ha relatado que "la noche del 16 al 17 de julio de 1918 se propuso a los miembros de la familia bajar al sótano, diciéndoles que en la ciudad había disturbios y que deberían esperar un tiempo para después llevarlos a un lugar seguro. Pero esto no llegó a suceder: fueron ejecutados". A día de hoy, en la ciudad de Ekaterimburgo no queda ni rastro de la casa en la que vivieron sus últimos días.
El carácter secreto de la ejecución de los Románov dio pie a numerosas hipótesis y leyendas, entre ellas, la de la aparición con vida de una de las grandes duquesas: Anastasia. La suposición de que habría sobrevivido a la matanza se vio alimentada por varias impostoras, que se hicieron pasar por la hija menor del último zar. Por otro lado, los resultados de los exámenes de los cadáveres tampoco llegaron a convencer a todos.