Una de las últimas personas que vieron a Adolf Hitler con vida fue su cocinera y dietista, Constanze Manziarly. La joven austríaca llegó a la Cancillería del Reich en abril de 1944, apenas un año antes del suicidio del Führer y, a diferencia de otras personas afines al líder nazi, como sus secretarias Gertraud Junge y Christa Schroeder, es poco probable que sobreviviera tras finalizar la guerra.
Debido al poco tiempo que estuvo al servicio de Hitler y a las pocas menciones en las memorias dejadas por Schroeder y otros testigos de los últimos meses de vida del Hitler, el historiador Stefan Dietrich deduce que Manziarly no desempeñó un papel importante en su vida. Sin embargo, el académico dedicó años a descifrar y analizar un fajo de cartas que la hermana de Manziarly guardó toda su vida en Innsbruck, donde nacieron ambas.
Ahora las 13 cartas manuscritas se han publicado y arrojan luz a cómo la joven cocinera llegó a Berlín en plena guerra desde Baviera, adonde había llegado desde su Innsbruck natal.
Encuentro en los Alpes
En 1943 Constanze empezó unas prácticas en la cocina de una clínica del municipio de Berchtesgaden, en los Alpes bávaros, donde preparaba los alimentos crudos. Según afirma Spiegel, era casi inevitable que allí mismo la encontrara y se pusiera en contacto con ella un vegetariano como fue Adolf Hitler.
A unos cientos de metros de la ciudad se encontraba Berghof, la residencia alpina y cuartel general del Führer. Cuando se encontraba allí, Hitler encargaba comida vegetariana en la clínica. En algún momento supo que siempre se la preparaba Manziarly, de manera que pidió que se la trajera ella misma. Al poco tiempo Manziarly se trasladó a Berghof y después a Berlín, cuando la Gestapo descubrió que la anterior dietista del líder nacionalsocialista no era de raza aria.
Hitler se sintió entusiasmado con su llegada y dijo: "Tengo una cocinera con el nombre de Mozart", porque la esposa del famoso compositor austriaco se llamaba Constanze y el apellido también sonaba parecido. Curiosamente, los guardias de las SS la apodaron 'Fräulein Marzipani': señorita mazapán.
"Un pie en la tumba"
Manziarly se trasladó de manera permanente al búnker berlinés del Führer poco antes de cumplir 24 años y seguía trabajando allí un año más tarde, en abril de 1945, semanas antes de que el Ejército Rojo tomara la ciudad y encontrara el último refugio del líder nazi. Seguramente habría podido contar interesantísimas historias sobre los dramáticos meses que transcurrieron entre su llegada a Berlín y el final de la guerra, pero desapareció el 2 de mayo de 1945 y nunca nadie la volvió a ver.
El historiador Dietrich cree que las 13 cartas que Constanze escribió a su hermana reflejan que, trabajando para la primera persona del III Reich, la joven cocinera temía constantemente por su vida. En una ocasión, el dictador le "hizo sentir como si tuviera un pie en la tumba". "No estoy exagerando", aseguró a su hermana. "Encuentro dificultades inimaginables que ni siquiera puedo relatarte".
Quizás sus preocupaciones la obligaron en cierto momento a dejar de llamar las cosas por su nombre e inventar sinónimos. Cuando mencionaba a Hitler, se refería a él como "el médico superior", la residencian de Berghof figuraba en sus cartas como "Kurheim", y la Cancillería del Reich como "hogar de descanso". Es probable que Manziarly creyera que su correspondencia era revisada.
Un jefe goloso
Hitler era poco exigente en sus hábitos alimenticios. Había períodos en que dejaba de comer debido a una enfermedad, pero luego se recuperaba. "El F. comió bien", apuntaba su cocinera, siendo esta la principal noticia del día para ella.
Además, ni siquiera en los tiempos difíciles fue desagradecido con ella. Por ejemplo, en otoño de 1944 Hitler le regaló a Constanze unas medias de color gris ratón como reconocimiento por sus habilidades culinarias, convencido de que entendía las tendencias del momento. La reacción de la joven no fue la que probablemente deseaba el Führer: "Al jefe no le enseñaron correctamente los gustos de la moda femenina".
Gran parte de su trabajo consistía en hornear pasteles, porque Hitler los devoraba en grandes cantidades. "Horneo muchos pasteles todos los días, durante horas, pero por la noche no queda nada", constató con asombro en otra carta.
La 'última cena' que Manziarly preparó para Hitler estuvo lejos de coincidir con el célebre episodio evangélico. En la tarde del 30 de abril de 1945 le preparó un solo plato, unos huevos revueltos con papas majadas —prácticamente una tortilla española— sin saber que su patrón ya estaba muerto, junto a Eva Brown, tras suicidarse en su despacho del búnker berlinés.