China anunció que dejará de recibir 24 tipos de residuos desde otros países, entre los cuales se destacan los plásticos, el papel y los desechos textiles, a menos que estos se encuentren en buenas condiciones para su posterior procesamiento y reciclado. La intención de su Ministerio de Ambiente es reducir la contaminación, que ya aqueja a la población local.
Según estadísticas de la ONU, en 2016 el gigante asiático importó 7,35 millones de toneladas de plásticos, que representan un 55,3% del total mundial. Con la nueva medida, son muchos los Estados que deberán replantearse qué hacer con su basura: ¿Reducirla, depositarla en sus propios territorios o exportarla hacia otras latitudes? Cualquier decisión puede tener severas consecuencias.
Algunos de los países más afectados por esta determinación serán: Japón, que en 2016 exportó a China 842.104 toneladas de residuos plásticos, EE.UU., con 693.447 toneladas, Tailandia, 431.779, Alemania, que trasladó 390.110, y España, con 318.926, informó Naciones Unidas. Cabe mencionar que el Estado gobernado por Xi Jinping es el mayor productor de plásticos a nivel mundial, seguido por Europa.
El desafío europeo
La cifra más actualizada sobre la cantidad de residuos generada por los 28 países miembros de la Unión Europea (UE) es del 2014, pero aún así es reveladora: el total alcanzó 2.503 millones de toneladas, publicó el organismo supranacional, incluyendo desechos producidos en hogares y diversas actividades económicas. Desde el 2004 hasta la fecha del informe, ese fue el número más grande, es decir que la producción dentro de aquel período de tiempo siempre estuvo en ascenso.
Con respecto al plástico, material que despierta alertas entre los ambientalistas, su escenario global es bien complejo. Particularmente en Europa, su importancia en el mercado es fundamental; la puja de intereses es grande a la hora de definir si se reduce o aumenta la producción.
El viejo continente producía en 2014 el 20% de todo el plástico mundial, según un estudio de Plastics Europe, una asociación empresarial con sede en Bruselas, Bélgica, que defiende al sector y destaca los presuntos beneficios sociales de la actividad. Desde el punto de vista económico, la presencia de esta industria en la región abarcaba 62.000 compañías, que manejaban un volumen de 390.000 millones de dólares, de los cuales 33.000 millones iban a parar a las finanzas públicas.
El eslabón más sensible de la cadena está en la clase trabajadora; el mercado del plástico tiene 1,45 millones de empleados en Europa, cuya mayoría está lejos de ver aquellas cifras siderales. Si se planea reducir la producción para dejar de dañar al medio ambiente, los gobiernos deberían buscar otras salidas dentro del mundo laboral para no dejar sin empleo a la mano de obra desocupada. Nada es tan sencillo como parece.
Los hábitos de consumo del siglo XXI también sirven para explicar este contexto: en aquella zona, el 39,5% del plástico se destinaba a los envases de diversos productos. Casi todas las personas contaminan, aunque muchas no se detengan a pensar en ello.
Por su parte, la mandataria del Reino Unido, Theresa May, impulsó medidas para eliminar el uso evitable del plástico, añadiendo impuestos a las bolsas de las tiendas y pidiendo a los supermercados vender productos libres de aquel material contaminante, instando a las empresas a cambiar sus embalajes. Resta por ver si el anuncio se traduce en cambios reales y si los impuestos repercuten en los bolsillos de la sociedad británica.
Impacto ambiental
Los efectos adversos del plástico en la naturaleza son bastante conocidos, pero Greenpeace refresca la memoria con algunos ejemplos: el hilo de pesca tarda 600 años en descomponerse, una simple botella alrededor de 500, mientras que un encendedor puede llevar un siglo hasta desaparecer de forma natural. La lista sigue con vasos, entre 65 y 75 años; bolsas, 55; y una colilla de cigarrillo puede demorar hasta cinco años, entre otros componentes mencionados por la ONG.
Desde Argentina, la fundación Vida Silvestre advierte que "por año se vierten a los océanos unas 8 millones de toneladas de plásticos", y añaden: "Solo en el Mar de los Sargazos —norte del Océano Atlántico— en 40 años la densidad aumentó de 3.500 a 200.000 plásticos por kilómetro cuadrado". Mientras tanto, en el otro rincón del Cono Sur latinoamericano, Chile, su Gobierno lanzó una consigna en las redes sociales para concientizar sobre el cuidado del medio ambiente:
Por su parte, Naciones Unidas impulsó una campaña para sumar adhesiones en la preservación de los océanos:
Asimismo, Vida Silvestre comunica que "más de 500 especies de animales marinos están afectadas de alguna manera por los plásticos y esta cifra sigue creciendo", y subraya: "La producción de plásticos a nivel mundial creció un 620% desde los años '70 y se estima un aumento de un 4% mundial".
Por último, Óscar Martín, el CEO de Ecoembes, una organización española sin fines de lucro, opina sobre los impactos que produce China con su determinación: "Está procediendo a cerrar plantas de reciclaje (si es que así se les podía llamar), altamente contaminantes. Personalmente las he visitado y puedo corroborar que eran absolutamente insostenibles desde un punto de vista ambiental, social, y laboral en lo que se refiere en temas de seguridad e higiene".
Además, señala que Pekín plantea "prohibir la entrada de aquello que otros Estados no quieren hacerse cargo por sus costes y pasan la pelota a terceros países para esconder sus miserias ambientales". Cerrando su crítica, expresa: "Los países exportadores de contaminación deberán revisar y actualizar sus políticas de gestión de residuos, implantando obligatoriedad de establecer separación y reciclaje de materiales en origen, de todo tipo de actividades".
Este problema no tiene un envase chico.
Leandro Lutzky