La asociación civil Vientos de Libertad de Argentina viene realizando desde hace más de una década tareas de recuperación y rehabilitación de jóvenes con problemas de adicciones. Sin embargo, tiene una particularidad, que es que no sólo se dedican a resolver la problemática de manera individual, sino que proponen una salida colectiva.
Al trabajo multidisciplinario que llevan a cabo diversos profesionales le agregan el plus de sus llamadas 'Escuela de Vida' donde, según señalan en su propia página web, "sumado al modelo terapéutico", educan con "valores éticos, morales y espirituales", que o bien "nunca fueron comprendidos o fueron quebrantados por las adicciones y hoy son precipitadamente olvidados en nuestra sociedad".
Desde una de esas casas, ubicada en una isla del Municipio de Tigre, al norte de Buenos Aires, nos habla Pablo, uno de los jóvenes que pasó por esa experiencia. Nos contesta las preguntas un sábado a la noche ya que fue allí con su hijo para acompañar a otros jóvenes que están en proceso de recuperarse de sus adicciones.
"Conozco chicos que están rehabilitados hace un par de años y siguen ayudando, siguen dando una mano", relata. Y cuenta que él también sigue visitando esos lugares que lo "sacaron adelante". Para Pablo, Vientos de Libertad es "el lugar que nos salvó la vida".
Actualmente la Asociación Civil tiene establecimientos en los distritos de Marcos Paz, Tigre, General Rodríguez y una casa de mujeres en la ciudad de Luján, entre otros. Además "hay 17 centros barriales que funcionan en la Capital, el conurbano y distintas provincias del país", completa Sebastián Sánchez, uno de los fundadores y actuales coordinadores de 'Vientos', como le dicen quienes forman parte.
Una solución del barrio y para el barrio
En diálogo con este medio, Sánchez explica que el proyecto nace originalmente después de 2001, "en plena crisis del país". En ese momento comenzaron a tener "otra percepción de la realidad, del barrio, de los pibes, de los compañeros, de los amigos". Fue entonces que armaron el primer merendero en la localidad de William Morris, 27 kilómetros el noroeste de Buenos Aires.
Allí, además de dar de comer a los niños, niñas y adolescentes, empezaron a hacer prevención, "entendiendo también las pocas posibilidades que tenían los pibes de salir del consumo", relata el entrevistado. Es que, desde su perspectiva, los tratamientos siempre fueron pensados para la clase media y media-alta. "El que tenía plata accedía y el que no se moría, como pasa todavía hoy", dice.
Sin embargo, luego de algunos años nació formalmente Vientos de Libertad, en 2006, con un primer establecimiento en el municipio de Pilar, también en las afueras de la capital argentina. En el predio que consiguieron se creó un espacio comunitario abierto, donde no se medicaba, se educaba en valores y se formaba en distintos oficios a quienes asistían.
Sebastián Sánchez tenía 23 años. "No teníamos recursos y me tuve que ir a vivir a ese lugar durante más de dos años con los pibes que iban llegando a rehabilitarse". Fue entonces que empezaron "a construir el tratamiento entre todos, a soñar un poco y hacerlo real".
Según relata, al finalizar el primer año eran tan sólo 15 jóvenes. Pero para el segundo el número había ascendido a 40. "Me tocó esa parte, dejar todo lo que estaba haciendo", recuerda. Y agrega: "Fue renunciar a todo, me quedé a vivir ahí con los pibes para tratar de mostrarles otro horizonte".
Recién a los dos años lograron que gente fuera a trabajar al lugar y no a hacerlo solo de manera militante. "Siempre fue muy difícil porque para el Estado éramos unos locos que estábamos haciendo un voluntariado", señala Sánchez y enfatiza: "No entendían qué realmente era lo que daba respuestas".
Reconocerse en el otro
Una de las características que tiene Vientos de Libertad es que los centros de rehabilitación son coordinados también por jóvenes que ya estuvieron internados allí. "Es decir que pasaron por la misma problemática que nosotros y nos pueden entender en vez de juzgarnos o apuntarnos con el dedo", apunta Pablo.
"Está muy bueno que se habla de principios, de valores, cosas que se fueron adormeciendo a través del consumo", remarca, destacando el apoyo de sus compañeros así como "la unión que hay" entre todos. En ese sentido no omite que "hay discusiones, hay debates, hay un montón de cosas", pero eso "se arregla con un termo y un mate" sentándote a charlar con el compañero.
El proceso está lejos de ser sencillo de atravesar. Hay altibajos, momentos difíciles, sin embargo no deja de ser destacable el trabajo de contención que sostienen tanto los profesionales como quienes ya vivieron allí y los propios internados.
Para Pablo "fue difícil, fue lindo y fue triste", todo al mismo tiempo. "Mi mamá optó por venir a los seis meses que yo llevaba de tratamiento", destaca como uno de los momentos duros ya que ella estaba "bastante dolida por lo que había hecho y lo que había sufrido mi familia".
Es ahí donde sobresale el trabajo de Vientos de Libertad, que lo ayudó a comprender lo que sucedía. "Porque yo tomara la decisión de internarme no iba a venir corriendo, si vamos al caso yo estuve internado un montón de veces y seguía fallando", subraya. Y remarca como sus compañeros le hicieron ver la importancia de "recuperar esa confianza que habíamos perdido".
Una tarea necesaria que no es un logro
En la actualidad, gracias a un trabajo conjunto con el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), funcionan seis casas de rehabilitación en las cuales habitan –en cada una– entre 80 y 120 personas.
Pero Sánchez es claro, estos números "no son un logro", sino que representan "el avance del narcotráfico". Y analiza que el trabajo que hacen funciona "como un termómetro que marca la fiebre". "Si estamos explotados de laburo es porque afuera la falta de políticas públicas se profundiza", dice.
Además, opina que esta problemática se trata de "un plan de exterminio", ya que la droga es "un instrumento de dominación". En ese sentido afirma que el narcotráfico "no es un narco solo, sino que es una estructura: la policía, el poder político y judicial".
La rehabilitación como proceso: el "después"
Pablo detalla que hoy, habiendo salido ya de una de las casas, sigue ayudando, llevando chicos a internarse y concientizando. Además trabaja haciendo prevención en un polo productivo en el barrio de Parque Patricios, en Buenos Aires.
En ese lugar funciona una cooperativa de aberturas de aluminio. "También tenemos chicos que vienen de Villa Fiorito a los que les damos formación laboral y de las cosas que se venden tratamos de generar un sueldo para ellos", explica, y añade que "hay formación política también, hay una trabajadora social, un psicólogo".
Por su parte Sánchez completa que "hablar de rehabilitación es medio complejo" porque en Vientos de Libertad entienden que se trata de "un proceso, no como algo que marque una etapa de cierre". "Uno tiene que ir luchando a lo largo de la vida y acompañando a los pibes", insiste, remarcando que "hablar de rehabilitación sin hablar de trabajo y vivienda es medio complicado".
El fundador de la Asociación Civil enfatiza en un concepto: el después. Para él y para la tarea que realiza 'Vientos' esto cumple un rol central. A diferencia de otros tratamientos donde los jóvenes se internan, cumplen un período de tiempo y luego son dados de alta, este proyecto busca continuar en una etapa posterior garantizando derechos básicos negados por la sociedad y el Estado.
"Nuestros pibes no tienen un después", señala Sánchez y contextualiza: "La libertad individual es para la clase media porque nuestros pibes viven en un cuello de botella, contextos violentos, el barrio es un quilombo". Por eso considera que "el después" es una cuestión que les compete a las organizaciones populares. "Tenemos que salir a la calle y empezar a tomar tierras, armar cooperativas de trabajo".
Organización y trabajo colectivo
Tener una mirada integral de la problemática es lo que le da singularidad a la experiencia de Vientos de Libertad. "La mirada reduccionista no dio respuestas", sentencia Sánchez. Es que siempre se abordó a las personas con adicciones "como si estuvieran fuera de un contexto, como si no tuvieran familia".
Por eso no duda: "La respuesta entendemos que es colectiva y que es una transición larga". No hay un cierre de tratamiento. "Hay un modelo médico que usa la palabra 'reinserción'. Pero cuando uno dice eso piensa que alguna vez estuvieron insertos", reflexiona el coordinador y plantea que prefieren hablar de 'inserción' porque con ellos "siempre lo que se hizo fue excluirlos".
A partir de su trabajo y una lucha que incluyó la toma del edificio de la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas (Sedronar), la Asociación Civil logró la creación de un Consejo de Adicciones dentro de la institución. En ese lugar convergen organizaciones que trabajan el tema junto a los llamados 'curas villeros', sacerdotes que están insertos en los barrios más humildes y precarios del país.
"En esa mesa política vamos peleando que es lo mejor para nuestro sector de los pibes más vulnerados y ahí se lleva adelante la política pública de adicciones de todo el país", destaca Sánchez.
Pablo da cuenta de todo este desarrollo de la mejor manera. "Lo que hago es disfrutar cada momento que tengo". "Disfrutar de mis hijos, de mi familia, de mi laburo, de ser responsable, estar atento siempre y tratar de hacer las cosas bien", resalta.
"Esta vida que hoy llevo no la cambio por nada en el mundo porque estoy feliz", dice emocionado. Y reflexiona: "Que diferente sería si empezamos a ver la necesidad de los demás como la de uno mismo". "Pienso que sería un cambio rotundo, muy lindo para todos", concluye.
Santiago Mayor