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'De Pinto a Miseria': La historia detrás de las famosas esquinas de Caracas

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La capital venezolana, caótica y olvidadiza, conserva una característica que la distingue aunque pasen los años: la curiosa nomenclatura de sus calles de antaño, el recordatorio de un pasado provincial que se funde en su rapidez de urbe.
'De Pinto a Miseria': La historia detrás de las famosas esquinas de Caracas

Los habitantes de Caracas dicen que es una ciudad sin memoria, se quejan de su hostilidad y consideran que hay poco o nada del esplendor de otras capitales del mundo. Todo eso es verdad.

Si alguien se limita a compararla con otras ciudades que nacieron más o menos igual (colonizadas por España), se percatará de una diferencia que los propios venezolanos han advertido ya: su casco histórico es mínimo, sus catedrales son modestas, su "esplendor" de antaño no tiene más de cien años. Terremotos, demoliciones, revueltas políticas y convulsiones de todo calibre le han cambiado tanto el rostro a la ciudad que cuesta reconocer el pasado entre sus calles.

Pero no todas las derrotas son definitivas. Hay un código que ha resistido toda catástrofe y que sus habitantes mantienen, dándose cuenta o no, como el recordatorio de un antes: los nombres de sus esquinas. Entrañables, aunque no siempre gloriosos, los apodos de los resquicios de Caracas recuerdan, en palabras de Gabriel García Márquez, que "la ciudad conserva todavía en su corazón la nostalgia del campo".

El Muerto

En los años de la Guerra Federal (1859-1863), también llamada la Guerra de los Cinco Años, los enfrentamientos entre las guerrillas comandadas por Ezequiel Zamora y Juan Crisóstomo Falcón y el ejército conservador, eran comunes en la ciudad.

Al final de la tarde, los camilleros recorrían las calles para levantar a los caídos de ambos bandos. Cuentan que una vez, mientras hacían esa labor, recogieron el cuerpo de un soldado centralista que yacía en una esquina pero cuando lo trasladaban, se escuchó una voz que decía: "No me lleven a enterrar, que todavía estoy vivo".

Los camilleros, espantados, soltaron el cuerpo y el cuento se regó por toda la ciudad. Así, todo el que pasaba por esa esquina, decía: "¡Ahí estaba vivo el muerto!". En la actualidad, ese lugar es popular por las sustanciosas arepas que venden en la calle hasta muy entrada la noche. Según la leyenda, a veces los transeúntes ven la silueta de un soldado con su bayoneta calada. 

Zamuro

Arístides Rojas (1826-1894), autor de 'Crónica de Caracas', era defensor de cambiar los nombres de las esquinas de la ciudad por unos menos extravagantes. En su propuesta se puede leer: "¡Ya saldremos de la época de la ignorancia y del atraso! ¡ya no se dirá más la esquina del Zamuro o de la Miseria! La ciudad entra en una etapa de progreso y como toda ciudad culta, ya tiene una nomenclatura conforme al lugar que ocupa entre las poblaciones civilizadas del mundo".

Pero deseos no preñan, dicen en Venezuela. En la actualidad, esos nombres persisten. Una de las características más singulares es que en esa zona de Caracas, las direcciones no se dan apuntando las calles, sino el tramo de esquina a esquina. Es decir, si usted quiere ir a un edificio, no dirá que queda en 'la calle tal', sino 'de Zamuro a Miseria'. 

Zamuro fue la primera esquina bautizada con un apodo popular, contraviniendo la idea del obispo Diego Antonio Diez Madroñero, quien entre 1757 y 1769 propuso que las cuadras de Caracas tuvieran nombres "que recordaran la vida y pasión de Jesucristo". En ese lugar, que alude al ave de rapiña, estaba ubicada la carnicería 'El Zamuro' y su dueño, cada vez que mataba cerdos, anunciaba con cohetes su horario de venta matinal. Los gallinazos que rondaban los cielos después de la mortandad porcina también le hacían publicidad.

"Al ampliarse la ciudad en los tiempos lejanos de la colonia, las esquinas llevaron nombres de santos, luego estos fueron suplantados por los de los héroes de la independencia. Y a medida que las calles se fueron alargando y que surgieron nuevas esquinas, éstas fueron bautizadas por el pueblo de manera anónima, y cuyas historias se pierden con el tiempo", resume la periodista e investigadora venezolana Carmen Clemente Travieso (1900-1983) en su libro 'Las esquinas de Caracas', publicado en los años 50.

'Pele el ojo' a 'Peligro'

Si hay una dirección a la que un extranjero desearía no tener que llegar es de 'Pele el ojo' a 'Peligro'. Enclavado en La Candelaria, este pasaje entre dos esquinas se ha hecho famoso por el amenazador nombre que le pone los pelos de punta a cualquiera.

La historia detrás de ambos nombres, según Clemente Travieso, parecen tener relación. Se dice que a mediados del siglo XIX, una banda de ladrones operaba en el lugar, que era un paso de ganado, así que antes de llegar a 'Peligro', un bodeguero decidió bautizar la esquina precedente como 'Pele el ojo' a modo de advertencia.

Otra de las versiones es que 'Peligro' era el apellido de un ciudadano español, llamado Bartolomé, quien acumuló una boyante fortuna de muy dudosa procedencia. Se dice que logró apoderarse del dinero del capitán Juan Francisco de León, quien fue vencido durante una revuelta en contra de la Real Compañía Guipuzcoana, la empresa que monopolizaba el comercio de Caracas con España. 

'El Chorro'

Hoy un edificio lleva su nombre. Inmenso entre el bullicio de una torre ministerial, una parada de mototaxis, un vendedor de perros calientes y la buhonería del centro de Caracas, la esquina 'El Chorro' es una de las más emblemáticas de la capital.

Hay dos historias: la primera, menos espectacular, tiene que ver con una fuente de agua que desembocaba en La Hoyada y que desde 1662 era aprovechada por los terratenientes del lugar. La segunda alude a los hermanos Agustín y Juan Pérez, dos españoles realistas que se oponían a la independencia, y dueños de un negocio que convirtieron en un lugar de encuentro para los conspiradores contra el gobierno de la Primera República.

Según la leyenda, los Pérez eran famosos por la 'guarapita' que preparaban, una bebida espirituosa tan popular, a base de piña y papelón (panela de caña de azúcar), que los clientes iban por montones. Para evitar que la gente entrara a su casa, quién sabe si por temor a que descubrieran sus afanes de conspiración, los hermanos diseñaron un cántaro giratorio que les permitía vender el brebaje sin tener que abrir la puerta. Así, la guarapita llegaba a los bebedores a cambio de depositar monedas en una alcancía: era, simplemente, el chorro de la esquina.

Santos, familias y alucinados

A veces es difícil dar con algunas esquinas porque no todas tienen una placa que las identifique, pero los caraqueños las conocen y siempre es posible llegar si se tiene paciencia. Un reportaje publicado el año pasado por la revista Épale las muestra una a una: en total son 358.

Como siempre pasa en el trópico, no se sabe hasta qué punto las historias son alucinaciones de cronistas con exceso de imaginación o de pícaros hiperbólicos con ejércitos de crédulos, pero revisarlas siempre provoca una sonrisa. Por ejemplo, el cuento de la esquina de 'Angelitos', supuestamente bautizada así por los guardias que cuidaban los escarceos del caudillo José Antonio Páez con una muchacha; la de 'Abanico' por los calores de una dama cada vez que pasaba un proyecto de amante; la de 'Ña Romualda', en honor a la habilidosa cocinera que hacía una sopa de mondongo de antología; o la del obstinado zapatero que para ahuyentar a la competencia puso un 'Cristo al revés', y así se quedó la esquina.

Nombres del santoral, de próceres, de familias que habitaban los cuadriláteros de la ciudad en la época colonial, de blasfemias, de guiños irónicos, de humor y de miedo configuran una capital donde las historias se solapan unas a otras para alardear de su carácter caleidoscópico. Esquinas La Pelota, La Gorda, Viento, Pinto, Traposos, Pajaritos, Delicias, Palo Grande, Mariño, Ayacucho, El Sordo, Miracielos, El Truco, Aguacate, Albañales, son parte de un inmenso credo urbano que se adhiere al destino de sus habitantes y los define.

Caracas, a diario, hace el esfuerzo por desacralizar su propio mito: no es 'la ciudad de los techos rojos' y está cada vez más lejos de 'la sucursal del cielo'. Ella permanece indefinible, inasible, rebelde a toda etiqueta, infeliz, inacabada. Pero eso sí: jamás innombrable.

Nazareth Balbás

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