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"No es imposible comer sin agroquímicos": Así es la Feria del Productor al Consumidor en Argentina

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Un fin de semana por mes se desarrolla un encuentro en la Ciudad de Buenos Aires donde miles de personas aprenden a comprar de modo saludable y solidario. ¿De qué se trata?
"No es imposible comer sin agroquímicos": Así es la Feria del Productor al Consumidor en Argentina

La consigna es muy clara: del Productor al Consumidor. Así es el nombre de la feria que, en efecto, propone la venta de productos sin intermediarios, abaratando notablemente su valor final, una cualidad para nada despreciable considerando la fuerte devaluación del peso argentino con respecto al dólar, que produce una fuerte subida generalizada de los precios en ese país sudamericano. 

El objetivo de estas jornadas es generar conciencia a la hora de comprar, donde emprendimientos familiares, organizaciones campesinas y cooperativas de trabajo ofrecen alimentos y plantas sin agroquímicos, bebidas artesanales, indumentaria y hasta libros. Todo ello sin un modelo de producción convencional, y a valores mucho más convenientes que los del mercado industrial. 

La feria se ubica junto a la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y se concreta durante el segundo fin de semana de cada mes. Según sus organizadores, concurren entre 20.000 y 25.000 personas en cada edición, y el número crece cada vez más, demostrando que hay muchos ciudadanos que se interesan por consumir de formas menos nocivas.

"Se transforma en un espíritu solidario", destaca Alberto Pagani, un ingeniero agrónomo que ofrece plantas producidas bajo prácticas amigables con el medio ambiente. "Una de las premisas es que la alimentación sea saludable. Todos los comestibles de acá son elaborados sin el uso de agroquímicos", agrega el docente de la cátedra de floricultura en la UBA. A su vez, detalla: "Se producen bajo prácticas rigurosamente seleccionadas e inspeccionadas por nosotros mismos". 

Otro de los pilares de este encuentro es "tener un canal de comercialización entre el productor y el consumidor, para saber qué es lo que el consumidor quiere", señala Pagani. Además, reitera: "Siempre va a obtener un precio mejor que si se comercializa a través de los mercados tradicionales". Así las cosas, el profesor sueña con que los ciudadanos "traten de volcarse a las ferias donde se produce sustentablemente", aunque celebra los resultados actuales de esta iniciativa: "La respuesta de la gente es impresionante. Llegamos a esto con el boca a boca, acá no hubo publicidad". 

Alimentación diferente

Muchas veces la rutina y el poco tiempo libre causan que el consumidor no le preste atención a su forma de comer. Puede parecer una misión imposible. Sin detenerse a pensar en ello, se ingieren a diario tantos químicos que sería difícil mencionarlos todos. En otras palabras, la práctica de la mala alimentación se normalizó, y eso también perjudica a campesinos y pequeños productores, que se encuentran en inferioridad de condiciones para negociar cómo venderles sus productos a los grandes intermediarios, los únicos ganadores.

Sin embargo, Pagani sostiene que "no es imposible comer sin agroquímicos", pero aclara: "Te diría que todos, hasta los que se cuidan y comen sin esos componentes, ya estamos contaminados por esos productos".

Las propuestas culinarias del lugar son muchas; desde verduras y frutas, hasta lácteos de cabra, como el emprendimiento impulsado por Agustina Cejo y su familia, localizado en la municipalidad de Mercedes, provincia de Buenos Aires: "El trato con el animal es diferente", explica desde su puesto en la feria. Al comienzo tenían 20 animales, ahora cuentan con 70 pero aspiran a alcanzar los 200 mamíferos. Lo más importante, según afirma, es que no los dañan para obtener la leche.

Con la misma visión, Cecilia, del negocio familiar El Ceibo, ofrece junto a sus padres y su marido miel pura: "No utilizamos químicos, solo medicamentos naturales para tratar las colmenas. En la zona donde estamos no hay grandes fumigaciones, eso te permite que ofrezcas mieles de buena calidad y libre de la mayor cantidad de agrotóxicos", se enorgullece. "El primer valor de la feria es enseñar a los visitantes a consumir de una forma más sana", resalta.

A su vez, producen mermeladas para acompañar el desayuno o la merienda. Según destaca, la diferencia de valores es rotunda: "Si vas a un supermercado y querés comprar una mermelada artesanal, va a costar 150 pesos (unos cinco dólares). Nosotros la ofrecemos por 85 pesos (casi tres dólares). Sobre ello, explaya: "Evitamos cualquier tipo de intermediario, porque ahí los productores pierden muchísimo". Además, señala que en sus dulces "no hay procesos industriales".

Renovada migración del campo a la ciudad

"Es un mito que no se pueda salir adelante sin agroquímicos", comenta Daniel Galarza, miembro de una cooperativa que produce frutos secos y vinos desde la provincia de Catamarca. Sin embargo, aclara que en los procesos a gran escala eso sería más difícil "porque se encarecen los costos con la mano de obra". En esa línea, expresa otra problemática: "Con agroquímicos se reduce la mano de obra. Eso expulsa gente del campo, porque no pueden sustentar a sus familias y van a las ciudades". A su vez, añade: "Son modelos diferentes, sin agroquímicos la gente tiene arraigo, porque tiene trabajo".

A unos metros hay varios visitantes amontonados frente a un puesto que les llama la atención. "¡Pruebe su banana gratis!", grita Daniel Cachuto, miembro del colectivo Más Cerca Es Más Justo, que acerca alimentos a la capital argentina para evitar que el producto pase por muchas manos, situación que, como ya se explicó, encarece su valor final.

"Con el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) fuimos a un pueblo en la provincia de Formosa —donde nace el 50% de la producción argentina—, trajimos este lote de bananas y entendimos por qué no las pueden comercializar dignamente. Les pagan 15 pesos (50 centavos de dólar) por cada cajón, una locura", grafica los abusos del mercado. Esto refleja que la diferencia entre lo que gana el productor y el precio final de la banana en el mercado, es sideral. Alguien se queda con ese margen de ganancia. 

Asimismo, describe: "Nutricionalmente tenemos muchísimas ventajas, porque se cosecha mucho después que cualquier productor masivo, entonces la banana agarra nutrientes y azúcares de la planta mucho más avanzados que las otras". Es decir, su sabor es muy diferente al que puede obtenerse de una banana del circuito industrial ofrecida en cualquier mercado o verdulería del país. Además, se trata de un alimento de vital importancia para la población local: por año se consumen 500.000 toneladas, según destaca la organización. 

"Nos quejamos del dólar, pero acá importamos el 70% de lo que consumimos de bananas y tenemos productores muriéndose de hambre. Hay algo bastante oscuro", critica. Mientras que un cajón de bananas del circuito industrial cuesta entre 400 y 500 pesos (13 y 16 dólares), las de la feria valen 250 (8,30 dólares), según el entrevistado. "Estamos probando que alguien puede comer bananas de mucha mejor calidad, pagándole directamente al productor", resalta. Todo ello sin mencionar las constantes fumigaciones a las cuales son expuestas las bananas importadas de Ecuador y Costa Rica, que viajan tres meses congeladas en barcos. 

Así las cosas, reflexiona sobre los objetivos de los trabajadores del campo: "Hay todo un desafío, que es que los productores se cooperativicen para pensar precios en conjunto". Sin embargo, concluye que "con esta prueba se puede vender a un 300% más de lo que se vende hoy a los intermediarios". En otras palabras, así ganan los consumidores en las ciudades y los productores del campo. 

De la cárcel al público

Consumir de manera responsable y solidaria no se trata solo de la salud y el bienestar personal, sino de conocer el trasfondo que hay en la elaboración de cada producto. Es decir, su componente social. Comprar plantas preparadas desde las Unidades 47 y 48 del Complejo Penitenciario de San Martín y la Unidad 41 de Campana, ambas de la provincia de Buenos Aires, es un claro ejemplo de ello.

Julia Caironi, miembro del taller Reverdecer, un proyecto de extensión universitaria de la ya mencionada Facultad de Agronomía, explica las bases del proyecto nacido hace seis años: "Damos talleres de huerta y jardinería en la cárcel para hombres y mujeres. Tenemos un espacio de plantas, tipo vivero, y las vendemos acá". Además, aclara que el dinero percibido se deposita en la cuenta judicial de cada interno.

"Queremos visibilizar el sistema carcelario, además este año nos conformamos como cooperativa de trabajo", resalta Caironi. También suma: "No es solo darles 'laburo' (trabajo) a los pibes que están dentro de la cárcel, incluso es darles la posibilidad de ir a trabajar en nuestro vivero cuando salgan en libertad", destaca.

En cuanto a la actitud de los visitantes frente a esta propuesta, comenta: "Hay mucha gente que responde bien y le gusta el proyecto, compra seguido. Hay otra que reacciona mal, porque se reacciona mal con la gente que está en prisión". Al mismo tiempo, desarrolla: "Es por desconocimiento, porque nadie sabe lo que pasa en la cárcel. Muy poca gente va y es difícil de transmitir eso. Y cierra: "Acá mostramos que construimos otra cosa".

Muchos consumidores ya piensan en las historias que hay detrás de cada producto. 

Leandro Lutzky

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