Las relaciones ruso-estadounidenses han empeorado desde que a principio de año se incluyó a Moscú entre las mayores amenazas para los intereses de Washington, incluso por encima del terrorismo. China, para la sorpresa de algunos, también fue catalogada a ese nivel, y ahora incluso correspondería a una mayor preocupación para EE.UU. que Rusia.
Esto se desprende de recientes declaraciones oficiales realizadas a inicio de mes por el vicepresidente estadounidense, Mike Pence, en las que afirmó que "lo que hacen los rusos palidece en comparación con lo que realiza China", subrayando expresamente que Pekín "está haciendo esfuerzos sin precedente para influir en la opinión pública de EE.UU." y "quiere que haya otro presidente".
El historiador y analista internacional Dmitri Kártsev ha hecho un recuento de las posibles consecuencias de este discurso.
¿Es el tema chino solo una estrategia de campaña?
De acuerdo con el historiador, esta pregunta surge naturalmente previo a las elecciones legislativas estadounidenses del próximo 6 de noviembre, pero su respuesta no es afirmativa. Esto radica en que tanto la Administración del presidente Donald Trump como el Partido Republicano no apuntarían con el dedo a Pekín solo para posiblemente desviar la atención de la supuesta colusión con Moscú, sino que vienen haciéndolo desde hace décadas.
Por su parte, analistas califican a EE.UU. como una nación que siempre ha necesitado la confrontación con un 'enemigo hostil', pero que actualmente se encuentra dividida internamente respecto a qué oponente escoger: Rusia y sus valores tradicionales, o el mundo globalizado con China como su mayor exponente. En este respecto, la opinión pública —impulsada por el liberalismo— mantiene a Moscú como una amenaza superior a Pekín, pero el conservadurismo dio la Presidencia a Trump, que ahora la emprende contra el gigante asiático.
¿Habrá consecuencias reales para Pekín tras las acusaciones de Washington?
Críticos de la Administración Trump lamentan que las aparentemente esporádicas medidas propuestas por el Gobierno —que señalan como derivadas del cabildeo de diversos grupos de presión— son en realidad ilusas porque solo evidencian que se cuenta con una táctica para contrarrestar a China, pero no con una estrategia. Según Kártsev, no obstante, esto no significa que las acciones estadounidenses no tendrán consecuencias.
En concreto, EE.UU. no solo ha restringido el comercio con el país asiático de forma bilateral, sino que ha hecho avances para que otras naciones también lo hagan, como es el caso de México y Canadá con la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Además, ha destinado miles de millones de dólares para competir con las inversiones chinas en países en desarrollo, y pretende aumentar su presencia militar en el mar de la China Meridional.
Según recoge el analista, mientras que los medios estadounidenses concuerdan en que este cambio de rumbo político va en serio, el 'establishment' —pese a que tiene el potencial de oponerse a Trump— está convencido de que se debe actuar contra Pekín, y los demócratas —ante la falta de argumentos judiciales de la supuesta injerencia rusa— tienen pocas bases para oponerse a ello.
¿Está ganando EE.UU. la guerra comercial con China?
De acuerdo con Kártsev, esta interrogante no puede ser contestada con un 'sí', pues a pesar de que la economía estadounidense se considera ampliamente como en buen estado, es debatible que se haya visto fortalecida exclusivamente gracias al actual presidente. En concreto, el crecimiento económico al final de la pasada Administración fue incluso mayor que el actual, y aparentes factores beneficiosos atribuibles a la Administración Trump —como la disminución de impuestos— podrían acarrear problemas sociales a futuro.
Por otro lado, el historiador señala que el efecto de las guerras comerciales es incluso más difícil de medir, pero subraya que, pese a ello, los datos auguran un panorama sombrío para EE.UU., por ejemplo con una caída del 11 % de las exportaciones estadounidenses a China en el mes de agosto contra un 2 % en sentido contrario. Esto anularía el sentido mismo de la guerra comercial, herramienta en la que reposan las esperanzas de Trump para reducir el déficit comercial.