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"Tiene usted un nombre muy común": Así se vive la detención de mexicanos en un aeropuerto de EE.UU.

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Un periodista de RT pasó más de tres horas en un centro de control migratorio estadounidense cuando viajaba de Ciudad de México a Las Vegas.
"Tiene usted un nombre muy común": Así se vive la detención de mexicanos en un aeropuerto de EE.UU.

Ocurrió en un viaje desde Ciudad de México a Las Vegas. Mi hermano y yo íbamos junto con dos amigos cuya boda, celebrada por un Elvis puertorriqueño, se realizaría en la capital del juego, en el estado de Nevada. Todo transcurría con normalidad hasta que fuimos detenidos poco más de tres horas por agentes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos.

Los oficiales argumentaron que mi hermano y yo "teníamos un nombre muy común". Es decir, que para el Gobierno del presidente Donald Trump la convencionalidad de un nombre es suficiente para detener personas en el control migratorio, incluso si cuentan con una visa estadounidense expedida en fechas recientes. La justificación nos pareció absurda; sobre todo, por la manera en que los estadounidenses suelen omitir el apellido materno (utilizado en los países latinoamericanos) en algunos de sus sistemas de control migratorio.

Debido a mi condición de periodista, hubiera bastado una simple revisión en Google para solucionar el malentendido. Pero no ocurrió así. Los agentes reunieron a un grupo de gente y nos condujeron a un cuarto de detención dentro del mismo aeropuerto.

Dentro de la habitación, se encontraban algunos detenidos que llevaban horas esperando a que les resolvieran su situación. Un silencio solemne predominaba en el cuarto, que contaba apenas con un garrafón de agua y varias filas de asientos.

Estaba estrictamente prohibido usar teléfono celular, por lo cual permanecimos incomunicados durante varias horas, sin poder avisar a los amigos con los que viajábamos que nos encontrábamos detenidos. Nos preocupaba saber qué ocurriría con nuestras maletas una vez que circularan por la banda de pasajeros sin nadie que estuviera ahí para recogerlas. Un ambiente hostil nos hacía sentir como secuestrados. El precio de tener un nombre común en un viaje vacacional a EE.UU.

Detenido y esposado

Una funcionaria preguntó cuántos mexicanos había entre los detenidos. De las casi 40 personas cautivas, todos levantaron la mano, con excepción de un británico proveniente de Manchester (Inglaterra, Reino Unido).

"¡Malditos racistas! Solo detienen a mexicanos", exclamó un hombre de 32 años sentado frente a mí. El tipo comía un poco de arroz. Llevaba más de un día detenido.

Nos contó que trabajaba haciendo producción audiovisual para publicidad. Decidió ir a Las Vegas para presenciar la pelea entre el irlandés Conor McGregor y el ruso Khabib Nurmagomédov, que terminó en trifulca. Pero al llegar al control migratorio, los agentes se percataron de que anteriormente había viajado al norte de California para 'trimear' marihuana.

El término, proveniente de la palabra en inglés 'trimming', hace referencia a la cosecha de cannabis, una lucrativa práctica cada vez más generalizada tras la legalización de la hierba. Los agentes se dieron cuenta de que había viajado para trabajar ilegalmente cosechando marihuana tras revisar su cartera y encontrar un par de tarjetas que lo delataron.

Tras negarle la entrada a EE.UU., destruyeron su visa y le prohibieron entrar al país los próximos cinco años. Normalmente, el Gobierno gestiona los trámites para regresar a su país de origen en la misma aerolínea en que llegaron. Pero como ya no había vuelos de regreso a México disponibles, lo trasladaron a una cárcel, donde lo tuvieron durante horas sentado y esposado a una silla. Luego lo pasaron a una celda, donde pasó la noche, para regresarlo al cuarto de detención. Se notaba inquieto, desesperado. Minutos después, un agente le notificó que sería trasladado a otra sala para abordar el vuelo de regreso a México.

Una extraña multa

Entre los detenidos estaba un hombre gordo, de piel morena y apellido Hurtado, proveniente del estado de Guanajuato (México). Según nos contó otro retenido con quien viajaba, es dueño de varias gasolineras. El hombre lo sabía bien porque él trabajaba dando mantenimiento a equipos despachadores de combustible y ambos se dirigían a Las Vegas para asistir a una exposición del sector. 

Hurtado habló varias horas con un oficial, quien le explicó que no podía pasar a EE.UU. porque en 2011 se había quedado en el país más tiempo del permitido. A Hurtado le sorprendió que le negaran la entrada por un hecho ocurrido hace siete años, sobre todo porque dos meses antes había ingresado sin ningún problema.

Los agentes le dijeron que le cortarían la visa estadounidense y que lo dejarían ingresar al país si pagaba una multa de 600 dólares. Al concluir su viaje, una vez de regreso en México, podría solicitar una nueva visa para ingresar a EE.UU. Nos pareció extraño que le cortaran la visa y, al mismo tiempo, lo dejaran ingresar al país tras pagar una multa. Finalmente, Hurtado pudo pasar luego de realizar el pago correspondiente.

El hombre que arreglaba equipos despachadores de gasolina también pudo ingresar al país, a pesar de tener un nombre común como el nuestro.

"Disculpe usted"

Más gente llegaba al cuarto de detención. Prácticamente todos eran mexicanos. Como no había baño en la habitación, los agentes formaban pequeños grupos para conducirlos al sanitario del aeropuerto en caravana, sin mochilas ni teléfonos. "No se preocupen, aquí está lleno de cámaras, nada se pierde", dijo una funcionaria ante la duda que generaba entre algunos detenidos tener que dejar sus cosas para poder ir a orinar. Imposible no sentirse observado. Me vino a la cabeza el libro '1984' de George Orwell y también 'Vigilar y castigar', de Michel Foucault: dos obras fundamentales para comprender el funcionamiento de los sistemas coercitivos en la época actual.

Antes de que saliera con rumbo al sanitario el grupo del cual formé parte, un agente estadounidense bromeaba con los detenidos. "Nada de mochilas ni armas", comentó el oficial. "Ni bazucas", respondió un mexicano, en tono juguetón, casi como si se tratara de una farsa teatral.

Tras la breve aventura por el baño, permanecimos horas sentados, viendo una blanca pared. Me llamó la atención que los señalamientos donde se notificaba que no se podía usar el teléfono ni tomar fotos estaban escritos en tres idiomas: español, chino y coreano. "Los idiomas de la migración", comenté con mi hermano. Ningún mensaje en francés, alemán o italiano.

Algunos detenidos alegaban tener hambre tras permanecer en completo aislamiento, sin poder comunicarse con sus familiares. Una funcionaria ayudaba a los retenidos a hacer un "pedido a domicilio" de comida mientras permanecían encerrados.

De pronto, una agente regañó a un señor por consultar su teléfono, obligándolo a poner el aparato a la vista de todos.

"¡Señor! Qué está haciendo con esa maleta. ¿Estaba revisando su teléfono, verdad?", regañó la agente a otro joven que miraba a hurtadillas su teléfono. El muchacho simplemente respondió afirmativamente con la cabeza. "¡No entienden!", exclamó la mujer, quien ordenó al joven a depositar su teléfono sobre el escritorio hasta que se definiera su situación.

Pasaron las horas y nada. Mi hermano y yo debatíamos escenarios posibles en caso de que no dejaran pasar a alguno de los dos. Si nos regresaban a México, perderíamos como por arte de magia nuestras reservas de hotel. Estábamos inquietos pero, al mismo tiempo, sabíamos que no teníamos nada qué ocultar y que aquella incómoda situación tendría que resolverse de una forma u otra, tarde o temprano.

Un señor comentó que estaríamos ahí al menos tres horas. Por el tono en que hizo el comentario, parecía como si el migrante ya hubiera sido detenido anteriormente y conociera bien el proceso. Iba acompañado de tres menores de 10 años de aspecto mexicano que hablaban español, pero con acento gringo. "¡Ya me quiero ir, papá!", comentaba una niña. "Yo también hija, pero reclámale a ellos", respondía el hombre.

Finalmente, llegó nuestro turno. Los oficiales llamaron a mi hermano. Tras una breve aclaración, lo dejaron salir e ingresar a EE.UU. Luego me llamaron a mí.

"Disculpe usted, lo confundimos con otro Manuel Hernández que estábamos buscando, pero ya vimos que no es usted. Disfrute la boda de sus amigos", me dijo en tono amable un viejo oficial mientras me entregaba mis papeles.

Luego de más de tres horas de absurda espera pese a tener todos mis papeles en regla, pude ingresar a EE.UU. 

Esta situación se repite todos los días de manera rutinaria en los más de 100 aeropuertos internacionales que operan dentro de EE.UU. Se trata de una pequeña muestra de cómo funcionan los controles migratorios para los mexicanos dentro de la Administración del presidente Donald Trump.

Manuel Hernández Borbolla

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