Durante años, Victorina Morales y Sandra Díaz han lavado y planchado la ropa interior del presidente de EE.UU., Donald Trump, su esposa Melania y su hijo Barron, en el Trump National Golf Club de Bedminster, estado de Nueva Jersey, donde han pasado al menos 70 días desde que Trump asumió la Administración.
Sin embargo, las mujeres que han hecho el aseo innumerables veces en la casa que los Trump tienen en el club se dicen cansadas de las humillaciones y el discurso de odio que el presidente estadounidense ha emprendido contra los inmigrantes latinoamericanos, recoge una historia publicada por The New York Times.
Sandra, de Costa Rica, y Victorina, de Guatemala, narraron la forma en que cada una ingresó ilegalmente a EE.UU. y cómo obtuvieron documentos apócrifos para poder emplearse en la propiedad de Trump.
Su trabajo, incluso, ha sido reconocido por el actual mandatario estadounidense. Morales, por ejemplo, recibió en julio pasado un certificado de la Agencia de Comunicaciones de la Casa Blanca debido a su desempeño.
Estamos cansados del abuso, los insultos, la forma en que él (Trump) habla de nosotros cuando sabe que estamos aquí ayudándolo a ganar dinero(…) Sudamos para darle todo lo que necesita y tenemos que soportar su humillación
"Mucha gente sin papeles"
Las dos mujeres dijeron al The New York Times que trabajaron durante años como parte de un grupo de empleados de limpieza, mantenimiento y jardinería en el club de golf, entre ellos numerosos trabajadores indocumentados. "No hay evidencia de que Donald Trump o los ejecutivos de la Organización Trump tuvieran conocimiento del estatus migratorio de los trabajadores. Pero al menos, dos supervisores del club lo sabían", afirmaron. Las trabajadoras aseguraron que estos les ayudaron a tomar medidas para evitar ser detectadas y conservar sus empleos.
"Ahí hay mucha gente sin papeles", dijo Díaz, quien afirmó haber presenciado cuando varias personas que ella sabía que eran indocumentadas fueron contratadas.
En 2004 fue abierto el Trump National Golf Club en Bedminster, cuya membresía inicial es de 100.000 dólares, luego que el actual presidente de EE.UU. adquiriera en 2002 un terreno de 203.962 hectáreas.
En esa propiedad, incluso, fue la boda de Ivanka Trump y Jared Kushner, en 2009; la pareja tiene allí una cabaña.
La presidencia y los insultos
Según la historia del diario, el acoso comenzó poco después de que Donald Trump lanzara su campaña para la presidencia, en junio de 2015. Morales recordó que entonces uno de los gerentes la convocó para decirle que ya no podría trabajar dentro de la casa de los Trump, donde incluso portaba un distintivo del servicio secreto.
Desde que Trump asumió la presidencia, Victorina se ha sentido perjudicada por los comentarios públicos del presidente, entre ellos aquel en que igualó a los inmigrantes latinoamericanos con criminales y violadores, narró al diario estadounidense.
Eso –explica la mujer- junto a los comentarios abusivos de uno de sus supervisores respecto a su inteligencia y su estatus migratorio, la llevaron a hablar de su caso.
Quien supervisaba el trabajo de las mucamas frecuentemente resaltaba la vulnerabilidad del estatus legal de los empleados y, a veces, los llamaba "estúpidos inmigrantes ilegales" con menos inteligencia que un perro, narró Morales.
"Estamos cansados del abuso, los insultos, la forma en que él (Trump) habla de nosotros cuando sabe que estamos aquí ayudándolo a ganar dinero(…) Sudamos para darle todo lo que necesita y tenemos que soportar su humillación", expresó Victorina.
Las mujeres acudieron a The New York Times para contar su historia, acompañadas de su abogado, Aníbal Romero. Victorina señaló estar consciente de que podría ser despedida o deportada por ello, aunque ha solicitado protección bajo las leyes de asilo. Asimismo, evalúa una demanda por abuso laboral y discriminación.