A los 10 años, Juan Sebastián Aguirre, un quiteño mejor conocido como 'Apitatán', pintó su primer cuadro en óleo. La experiencia la vivió gracias a su abuela, que notó que le encantaba dibujar y lo inscribió en un curso de verano.
Ese cuadro fue "una escena en la que se ve un juez y se ve a la muerte con una persona en un juego de mesa, como que se están jugando la vida de alguna manera", explica. Dice que desde entonces ya le gustaba pintar personajes y contar historias o transmitir algún mensaje detrás de sus pinturas.
Esa experiencia, que califica como "un poco aislada", está entre sus anécdotas como uno de los primeros impulsos que lo llevó, a partir de 2011, a dedicarse a pintar murales y plasmar en ellos personajes.
"Mis personajes, en un inicio, empezaron muy influenciados por la estética del cómic y la caricatura", dice Apitatán, actualmente de 31 años, y por ello, siempre han sido "súper cabezones y con cuerpos más pequeños".
"Ridiculizándose uno mismo"
Desde que comenzó a hacer sus murales, Apitatán tuvo una idea clara: "Combatir la mentalidad que se nos instaura a través de la publicidad, que es de puros estereotipos, todos tenemos que ser musculosos, blancos, rubios, de ojos verdes".
"Una manera de combatir eso es mostrando un poco nuestra realidad y también exagerándola, ridiculizándola, ridiculizándose uno mismo", señala. De esta manera, se ha empeñado en que su misión es encontrar lo que tiene en común un determinado grupo de personas, que "pueden ser los quiteños, los ecuatorianos, los suramericanos, los latinoamericanos, los hispanos", y plasmarlo en las paredes que interviene.
Con rasgos "geometrizados", considera que sus personajes "podrían ser percibidos como mestizos", es decir, "son un reflejo del mestizaje" que hay en los países de Latinoamérica, donde los locales tienen rasgos "indígenas, africanos, europeos, toda una mescolanza".
Cotidianidad, identidad y reflexión
Los murales de Apitatán —según cuenta— se podrían incluir dentro de tres vertientes.
La primera es urbana, autorreferencial y cotidiana. "Puede ser un reflejo del mundo en el que me ha tocado vivir, hablar de mi cotidianidad como un ecuatoriano que vive en el año 2018 en Quito, en una ciudad urbana, cómo me relaciono con mi espacio, con mi entorno y con estos tiempos", dice.
La segunda vertiente está relacionada con la identidad, con el ser latinoamericano. "Es una búsqueda de la raíz, interpretar mis visiones en cuanto al mestizaje, al indigenismo o a diferentes temas que a mí me llaman mucho la atención en torno a la identidad, sobre quiénes somos", explica, ante un mundo que "tiene como tendencia, a nivel cultural, homogeneizarnos […] con la idea de que todos nos volvamos un gran mercado de fácil consumo".
Con sus murales invita a "abrazar las tradiciones, que con las generaciones se van perdiendo". Antes de realizarlos, le gusta "investigar un poco, visitar museos, conversar con la gente, con el barrio y, a partir de toda esta investigación, generar una imagen que hable de ese lugar".
También le gusta pintar "indígenas imaginarios de los pueblos originarios del continente", y lo hace, entre otras cosas, a partir de restos arqueológicos, que toma como pistas de esas civilizaciones; es decir, imagina, a partir de rastros, "cómo eran, cómo se veían", ya que "no existen fotografías de esta gente".
La última vertiente es un poco más política, relacionada con "reflexiones en cuanto a lo que va pasando en el país y el mundo, en cuanto a la clase política, la corrupción, los malos gobiernos, el extractivismo, el cambio climático, cosas que aquejan a la sociedad en general". Con este tipo de murales, comenta, "no pretende, necesariamente, agradar o alegrar, sino invitar a la reflexión".
Embajador de la cultura latinoamericana
Su trabajo inició en Ecuador, luego participó en un festival en Lima, Perú; y desde entonces ha sido convocado a otros países de la región como Colombia, Argentina, Brasil, Chile, México y Paraguay. Más tarde, sus murales ya estaban en EE.UU. y en territorio europeo, como en Alemania, España, Holanda, Francia e Italia.
Al principio, sus artes iban acompañados de frases, refranes, dichos, algo relacionado con la manera de hablar de ciertos lugares, pero cuando salió de Ecuador descubrió que "la jerga se vuelve totalmente incomprensible", por lo que decidió "empezar a hacer solo imágenes y que tengan igual poder".
En sus viajes se ha dado cuenta de las similitudes culturales de algunos países, por ejemplo, entre los hispanos; pero también de las grandes diferencias con otros fuera de la región.
En México, por ejemplo, le encomendaron pintar un muro. Visitó el Museo del Templo Mayor, ubicado en el Centro Histórico de Ciudad de México, y encontró ahí la máscara de Tláloc, que es el dios de la lluvia, y decidió hacer su mural en torno a esa deidad, acompañado de uno de sus personajes.
Mientras pintaba, un señor se le acercó e identificó a Tláloc —comenta—, pero le dijo que no sabía quién lo acompañaba. Apitatán lo invitó a usar su imaginación y conocimientos para identificar de dónde podría ser, y el curioso contestó que se trataba de una persona de Colombia o Perú. "Increíble, como un conjunto de trazos imaginarios te pueden hablar de un origen, de un lugar geográfico y no está al final retratando a partir de una foto, sino de la imaginación", menciona.
En Alemania, por su parte, mientras realizaba otro mural, un ciudadano local se le acercó y le dijo: "¿Oye, de dónde eres? Se nota que lo que haces no es de aquí".
"Es interesante como se generan estos diálogos en el extranjero cuando yo llevo un poco mi cultura afuera, de alguna manera me transformo en una especie de embajador", dice, aunque no tiene claro si de "Quito, Ecuador o América Latina".
"Transformar el espacio"
Apitatán aclara algo: él no "adorna paredes", como le han dicho e, incluso, agradecido en algunas oportunidades cuando lo ven pintando.
"Muchas veces es también hacer explícita la voz con respecto a algún tema, decir algo a través de las imágenes, tocar temas que tal vez las noticias no dicen, plantear preguntas a la ciudadanía […] no es un asunto de vamos a adornar la ciudad, es más profundo que eso", enfatiza.
Tampoco todo es por dinero, responde, ante la pregunta recurrente: "¿Te pagan por esto?". Al respecto, reflexiona que "el arte no debe ser movido por el capital", sino que la motivación debe ser la "expresión", incluso "de alguna manera es, también, sacar los cucos, los demonios que uno tiene dentro o compartir la luz que uno pueda tener".
"El arte callejero tiene la capacidad de transformar el espacio y la sensación del espacio a través del color, de las imágenes, de los significados", señala.
Para Apitatán hay una diferencia abismal entre las pinturas que hace en el taller, para un círculo cerrado, y las que hace en las calles, que las califica como un "regalo".
Las obras del taller, dice, "por un tiempo le pertenecerán a uno, después, quién sabe, pase a otro lugar, pero siempre será privado, el arte de las altas esferas, de la gente que tiene dinero para adquirirlo"; mientras, el mural callejero es "una obra para todos, que está expuesta a que se acabe, porque es arte efímero, que no pretende durar para siempre".
Edgar Romero G.
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