Comprar objetos respondiendo a deseos más que a necesidades tiene sus consecuencias, desde basurales a cielo abierto hasta islas de plásticos flotando sobre las aguas de distintos océanos. Luchar contra el consumo irresponsable, aquel que desecha los productos del sistema capitalista y luego se desentiende del problema residual, parece una batalla perdida, sobre todo considerando los altos índices de contaminación mundial. Pero ellos insisten.
El Club de Reparadores nació en 2015, siendo un proyecto de Artículo 41, una asociación civil inspirada en ese apartado de la Constitución argentina: "Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano", dice una de las normativas más violada de ese país sudamericano. "Es un movimiento que promueve la reparación como práctica sustentable", señala una de las fundadoras del grupo, Melina Scioli, desde la Ciudad de Buenos Aires.
Sus miembros organizan encuentros en distintos puntos de aquella nación, donde ciudadanos con ganas de arreglar sus objetos preciados y voluntarios expertos en reparación se reúnen para intentar extender la vida útil de las cosas y evitar que se conviertan en basura. Por lo general, los eventos duran unas cuatro horas y siempre son gratuitos. Allí, suelen pesar los materiales para calcular cuántos kilos de residuos se ahorra el medio ambiente con este proyecto comunitario.
"Ponemos a disposición una serie de herramientas y pedimos a quienes tengan, que traigan las suyas porque no podemos proveer todo", comenta Melina. Al mismo tiempo, aclara: "La idea es que se aprenda, no es un 'service' donde dejás el objeto, te vas a dar una vuelta y volvés".
En el club se arregla de todo: "Los rubros más populares son pequeños electrodomésticos y cosas de costura. Pero también llegó la encuadernación de libros y las bicicletas, entre otros". La lista continúa con instrumentos musicales, artículos de carpintería y algunas jornadas especiales dedicadas a objetos puntuales con especialistas en la materia, como paragüas o relojes.
"Queremos quitarle el polvo a la idea de que la reparación es algo de otra época u otra generación. Una forma fue incorporando tecnologías, como la impresión 3D", se enorgullece la entrevistada. Con esta implementación, y los conocimientos necesarios, se pueden construir piezas nuevas para usarlas en aparatos defectuosos y hacerlos funcionar. ¿Cuántas veces hay que salir a comprar objetos costosos porque se rompió una parte y no se consigue el repuesto en ningún lado?
En efecto, algunos poseedores de aquellas impresoras se suman y colaboran con el proyecto: "Es una manera 'copada' (buena onda) para reconciliar oficios tradicionales con oficios más actuales y llegar a otro público", cuenta Scioli. Si se masificara esta práctica, los cambios en el mercado podrían ser radicales.
Reparar valores
"La idea surge frente a la sensación de que las cosas duran menos y cada vez es más difícil reparar objetos", repasa. La mayoría de quienes iniciaron el grupo ya venían trabajando en tareas de reciclaje, pero entendieron que el problema principal es de raíz, es decir, del sistema: "Se buscaba que el reciclaje sea la solución a todos los problemas, pero en definitiva se trata de un conflicto por fallas de diseño, sobre cómo están concebidas las cosas. Pareciera que si reciclás, entonces está bien, y esa es una falla conceptual muy fuerte".
Sin embargo, aclara que la actividad "es importante para mantener materiales valiosos en uso, pero no es la única solución, ni la más importante". Desde su perspectiva, "el reciclaje valida los residuos".
Así, además del aspecto ecologista del Club de Reparadores, el colectivo promueve "una cultura del cuidado y afianzar los empleos ligados a la reparación", pero también protege el bolsillo de los miembros porque ya no gastan plata haciendo compras innecesarias. Sobre sus metas sociales, Melina profundiza: "Muchas veces nos preguntamos qué es lo que estamos reparando en los encuentros. Si nos ponemos estrictos con las métricas, el impacto que pueda tener es mínimo frente a la cantidad de residuos que se genera a nivel global, pero sentimos que la fibra que estamos trabajando es otra. Tiene que ver con encontrarse, con colaborar".
En los eventos acuden personas de todas las edades, mientras los más chicos se suman con sus familias, "la gente adulta siente que quiere aportar algo de vuelta", destaca. Asimismo, agrega: "Nos hace ejercitar un músculo ciudadano que es bastante esencial. Lo que más trabaja el club, lo que intenta reparar, son los valores".
Uno de estos encuentros se realizó en Tecnópolis, un predio estatal destinado a fines culturales con el objetivo de enseñarles a los estudiantes locales conceptos de ciencia, tecnología y ciencias naturales, entre otras materias. Una pareja de abuelos, que ya había participado en varios eventos desde que le arreglaron su amado horno, llevó una guitarra eléctrica averiada y alcanzó el "pico de emotividad" del club. El instrumento era de su hijo, que había fallecido, pero su nieto quería aprender a tocarla, como hacía su papá.
"La abrimos, aparecieron cuadernos y partituras del hijo. No paramos de llorar", recuerda. A la jornada asistió un luthier —experto en reparación de instrumentos musicales—, quien cumplió la tarea a la perfección. "Ahora el nieto toca la guitarra que era de su padre", relata Scioli, subrayando el valor sentimental de los objetos materiales.
"Se tiene que producir diferente"
El primer contrapunto que se le podría encontrar a esta propuesta es que, en caso de volverse una regla general, la producción disminuiría y, en consecuencia, los puestos de trabajo también. En otras palabras, si un fabricante de zapatos vende menos artículos porque los consumidores reparan los productos usados en vez de comprar pares nuevos, lógicamente necesitará menos empleados para armar el calzado, porque fabricará una cantidad menor.
Para Melina, la clave está en usar el capital humano en otro tipo de servicios, menos nocivos con la naturaleza, y lanza un contraejemplo: "¿Qué pasa si no sos dueño de tu heladera, si fuese un servicio que puede brindártelo una empresa durante una determinada cantidad de años? Cuando termina de funcionar, la devolvés y esa compañía estaría mucho más consciente de los materiales que usa, porque la va a tener que recuperar. Entonces, posiblemente invierta en mejor servicio técnico y mantenimiento".
Y se deja llevar por la conversación: "Se tiene que producir diferente, lo que verdaderamente necesitamos producir. Deben transformarse los modelos de negocios. ¿Qué sucede si se tratan de convertir los productos en servicios? Eso es un paso gigantesco para desmaterializar la economía. Seguís necesitando personas, pero mejor invertidas". Partiendo desde este punto de vista, considerando los avances tecnológicos y la tecnificación de la mano de obra que atentan contra el pleno empleo, resalta que "la reparación es trabajo artesanal que solo humanos pensantes pueden hacer". A su vez, plantea: "¿Qué cosas no se pueden reemplazar con robots? Los trabajos creativos".
Melina señala que décadas atrás, muchas grandes empresas sobresalían por su servicio técnico y la capacidad de cambiar los repuestos en sus productos, como el caso de Noblex, una gran marca local dedicada a los electrodomésticos. Una de las miembros del club es familiar del fundador de aquella empresa, por eso su historia está presente en el equipo: "De repente el teléfono dejó de sonar, nadie más pedía repuestos. Influye el componente del ciudadano, que compra porque es más barato, más descartable", relata.
Para finalizar el reportaje, la joven sostiene que deben proponerse "cambios de diseño y que las cosas sean pensadas para que se puedan reparar, o al menos que se puedan abrir". En efecto, "hoy por hoy viene todo sellado, muchas veces sin tornillos accesibles". Y plantea: "Reparar es casi imposible. Si se fabricara para que sea desarmable, o con componentes fáciles de reciclar, cosa que ahora no pasa, la industria tendría un nuevo abanico de servicios que podría ofrecer". Al respecto, colocándose en el papel de empresaria, imagina: "Osea, te lo recibo otra vez, porque me interesan todas las cosas que puse ahí adentro, o te lo reparo y te vendo esta nueva función que puedo poner".
Melina está convencida de que un mundo amigable con el medio ambiente es económicamente posible, pero resalta que se debe "pensar todo de vuelta, considerando que los recursos son finitos". Además, advierte: "No nos podemos comer el futuro de las generaciones que vienen por delante".
- Dónde encontrarlos
El equipo publica la ubicación y fecha de los eventos en sus redes sociales y su página web. En la actualidad, el proyecto se está expandiendo fuera de Argentina, a tal punto que ya hay un centro en Uruguay y se está planeando armar un encuentro en Chile para el próximo año. El objetivo es que en cada uno de los distintos puntos de la región donde se abra un Club de Reparadores haya organizaciones comunitarias propias, es decir, que no dependan de una base única localizada en Buenos Aires.
Asimismo, la propuesta de cuidar el planeta con un espíritu innovador llamó la atención de distintos Gobiernos, que apoyan eventos y hasta financian campañas del club para sumarse a la meta de combatir el consumo descartable. En el ámbito argentino, el grupo armó un programa junto al Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires para desarrollar su idea en las escuelas. En la capital también trabajó con la Agencia de Protección Ambiental, que aportó fondos para la organización de diversas actividades, al igual que el mundo empresario.
"Cuando hay plata, hay plata para todos, cuando no hay plata, no hay plata para nadie", aclara Melina sobre la financiación de las iniciativas. Y concluye: "Obvio que el proyecto es anticapitalista, pero no nos enfocamos en eso. Le buscamos la resistencia a un modelo económico que se está llevando puesto nuestros recursos naturales, tratamos de hacer un contrapeso".
Leandro Lutzky
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