Leo Bassi (Nueva York, 1966) es un cómico italiano descendiente de un largo e ilustre linaje de payasos. Durante varias décadas, el teatro y la televisión han sido los ámbitos principales en los que este artista multifacético y cosmopolita ha desarrollado su carrera y su particular estilo intenso, provocador y ferozmente crítico con cualquier forma de opresión que perjudique a las comunidades humanas.
Desde 2012 es, además, el 'sumo pontífice' de la delirante, entrañable y finamente irónica 'Iglesia Patólica'. Cada domingo celebra en el madrileño barrio de Lavapiés una misa que defiende valores supremos: la duda y la inocencia, bajo la mirada tierna de un pato de goma que hace las veces de Dios.
Durante esta entrevista ofrece su perspectiva sobre el poder de la risa como arma de combate frente al miedo y sobre la importancia de mantener una actitud existencial risueña y esperanzada (él la llama "una actitud de payaso") y nos invita a pasear –ya lo verán– por el interior de su cerebro.
RT: ¿Cree que hoy en día hace falta más sentido del humor?
L.B.: Mi respuesta va a ser ambigua. Por una parte, creo que nunca hubo tanto humor como ahora. Me refiero a la sociedad industrial, comercial, neoliberal en la que vivimos.
Se ve que la publicidad utiliza el humor constantemente, por ejemplo. Pones la televisión y continuamente hay gente riendo a carcajadas… El problema es la calidad del humor. Hay mucho, pero es muy pobre lo que hay debajo. La comicidad en realidad es sólo un instrumento que ilustra cosas más profundas. Por ejemplo, tu puedes hacer chistes racistas o machistas y la gente se ríe. O puedes hacer chistes surrealistas, más complejos, y si la gente los entiende, va a reír más profundamente.
Lo que estoy diciendo es que hay una gran abundancia de humor superficial , de acceso fácil, y una carencia de una risa más profunda, que salga del corazón, del alma, de adentro. Hay un tipo de comicidad que es un simple mecanismo: dices algo y sabes que la gente se va a reír. Pero hay otro humor más creativo, que necesita más imaginación. Necesitamos más de éste último.
RT: ¿Cree que el poder utiliza la industria del espectáculo para tener más control sobre el pensamiento de la gente?
L.B.: No creo que el poder político sea tan sofisticado como para recurrir, por ejemplo, a la comicidad para ejercer control. Pero el verdadero poder hoy en día es el económico, y este poder sí que utiliza la comicidad para aumentar su propio poder, para dominar más a la gente. Me refiero a la publicidad, por ejemplo: para vender algún producto, si el anuncio contiene ironía o sarcasmo, la publicidad funciona mejor.
¿Por qué hay espectáculos cómicos en la televisión? ¿Qué papel juegan ahí? Pues están para que la gente se mantenga frente a la tele y luego se traguen minutos de publicidad. La televisión no emite estos espectáculos por amor a la comicidad, sino porque saben que con ellos mantienen a los espectadores atentos y expuestos a espacios publicitarios que se venden, por cierto, a precio de oro. El humor está utilizado así con gran cinismo, sin corazón, y esto es extraordinariamente triste. El problema es que los cómicos se prestan al juego. Se prostituyen muy fácilmente para el poder económico.
Yo he visto monologuistas y cómicos anunciando marcas de cerveza y otros productos durante sus espectáculos en directo o en televisión. Y esto me molesta particularmente porque, según la 'deontología' que me enseñaron mi padre y mi abuelo –porque yo provengo de un largo linaje de varias generaciones de payasos y cómicos– defendía la idea básica de que el cómico debe estar al lado del débil y ser contrario al poderoso. El payaso hace tonterías para mostrarse imperfecto. Entra en escena, se cae, rompe cosas, se resbala sobre una cáscara de plátano… y todo eso es para mostrar que es tan imperfecto como la gente normal de la calle. Un rey o un emperador, en cambio, siempre va a mostrar su mejor cara, nunca hará tonterías.
Mostrarse del lado del pobre, del lado del imperfecto es incongruente con estar promocionando un producto de una gran empresa, que se vale de las leyes del capitalismo para dominar el mercado.
Y para mí, eso es contrario a la ética de los payasos, a la ética de los cómicos. Realmente me molesta mucho ver la comicidad al servicio del poder, y especialmente del poder económico, que es el verdadero poder, porque es el que compra las elecciones, el que decide las leyes… Los políticos, en mi opinión, son como muñecos o títeres de ese poder, y cuando el payaso se pone también como títere del poder económico me resulta muy triste.
RT: ¿Y los medios de comunicación? ¿Están ya plenamente al servicio del poder? ¿Haría falta más pluralidad de puntos de vista?
L.B.: Sí, están al servicio del poder, y esto es extraordinariamente peligroso. Cuando mis familiares trabajaban como payasos allá por 1840, en aquella época, un gran empresario podía tener uno o dos circos, por ejemplo. Y uno iba al circo y compraba la entrada y esos eran los ingresos del empresario.
Hoy, los que venden ocio, los medios de comunicación, son imperios con estructuras de cientos de miles de personas, que son más grandes que ejércitos enteros, con satélites para retransmitir sus contenidos, en simbiosis con las multinacionales… Basta ver el mundo del fútbol: las marcas Adidas y Nike se asocian a los equipos, y éstos se asocian a las televisiones y a la industria del ocio…entonces, se generan flujos de dinero de cientos de millones, de un tamaño casi incomprensible.
Lo que quiero decir con todo esto es que el enorme poder que tienen los medios de comunicación es una cosa muy reciente. Es algo que hace dos o tres generaciones no existía, no había ni siquiera la tecnología suficiente. Antes estaba el director capitalista que tenía un periódico, y la gente decidida si lo compraba o no. Hoy en día una persona normal pasa varias horas frente a una pantalla, de televisión, de ordenador o del móvil, en un mundo en el que este poder de la industria del entretenimiento condensa su poder utilizando sociólogos, psicólogos, publicistas y personas creativas para controlar las narrativas.
Si tu no dispones de estos medios, no puedes combatir contra estos imperios. Durante un tiempo se vio a Internet como un posible 'David' para vencer al 'Goliath' de los imperios mediáticos: uno podía abrir una página web y colgar ahí su información. Yo creo que Internet contribuye efectivamente al pluralismo, pero los grandes poderes están recuperando el control sobre cualquier pequeño conato de independencia o crítica.
El gran desafío de nuestra sociedad, y no se si vamos a estar a la altura, consiste en poder encontrar caminos independientes y libres en un momento en que la tecnología permite concentrar en manos de muy, muy, muy pocos un enorme poder para controlar y manipular las narrativas. Esa es mi gran cruzada. Por eso tengo aquí una foto de Julian Assange, es uno de nuestros santos en la Iglesia Patólica. Su madre, Cristina Assange, por cierto, es payasa de profesión, es actriz y hace títeres y aún tiene una compañía de payasos y títeres y trabajan en las escuelas. Por eso yo me siento muy cercano a la historia de Julian Assange.
RT: En España, últimamente, se pone a menudo en cuestión la calidad de la libertad de expresión. ¿Cómo ha vivido usted ese asunto a lo largo de su carrera y cuál es su punto de vista al respecto?
L.B.: El problema con la censura contra el humor es que es también una censura contra el público que se ríe. Si una revista satírica se censura, pero tiene 50.000 lectores que la compran porque les gusta, ¿debe entenderse que hay 50.000 malas personas cuyo punto de vista es censurable?
A mí me pusieron una bomba en mi camerino, en el 2006. El teatro tenía 300 asientos, y yo tenía entre 200 y 300 espectadores al día. Si hacemos los cálculos, durante una temporada venían a verme miles y miles de personas, que pagaban para escuchar lo que yo decía.
La censura, por lo tanto, no sólo limita la libertad de expresión de un cómico: limita también el derecho de un público de elegir escucharle o no. Por lo tanto, el asunto adquiere una dimensión política. Yo estoy a favor de respetar al público que, como adulto, tiene derecho a ver lo que quiere ver. Por otra parte, el cómico también tiene una responsabilidad. El cómico elige su material y es una lástima malgastar la libertad de expresión provocando por provocar.
Yo he conocido el mundo del espectáculo en los países del socialismo real. Tuve una novia polaca en los años 80. He conocido Polonia, la Rusia de la Unión Soviética…, y había una censura constante. En Polonia, donde trabajé mucho en teatro a finales de los años 70 y durante los 80, había obligación de presentar el texto de la obra previamente a los censores, y durante la función siempre había un comisario político sentado al fondo, tomando notas en un cuaderno, apuntando frases que desentonaban con el discurso establecido.
Era una censura diferente de la que había en España durante el franquismo, por ejemplo. Tu podías decir cualquier cosa contra la iglesia, y al comunista no le importaba nada, pero si cuestionabas la producción industrial de la Unión Soviética o mencionabas Afganistán, como yo hice… ¡a mí me soltaron perros para que me atacaran, perros de presa! Y fue el público polaco el que me defendió. En aquella situación, el verdadero arte consistía en burlar a la censura, de manera que el público te entendiese perfectamente y el censor no lo entendiese y no se percatara.
Lo que quiero decir es que un humorista puede vivir en una sociedad en la que existe libertad de expresión, pero si la utiliza para hacer publicidad de productos, por ejemplo, no es muy útil… y hay otras sociedades en las que hay represión y no hay libertad de expresión, pero si los creadores son tan demócratas y son firmes en la lucha por la democracia pueden esforzarse en burlar la censura y hacer un espectáculo sincero.
En el mundo soviético podían llegar a llevarte a un hospital psiquiátrico, bajo la lógica de que a alguien que criticara el sistema social y el comunismo era un loco. Aquello era una represión seria. Y aún así había gente como él, como Oleg Popov [Leo Bassi señala en este momento a un altar tras una vitrina, donde tiene una fotografía del famoso payaso ruso] que criticaba directamente el sistema de una manera que el público captaba perfectamente, y le amaban por eso. En casos como este, el humor era una válvula de seguridad por la que salía y se liberaba parte de la presión de una sociedad reprimida.
RT: El debate sobre los límites del humor es un tema recurrente en nuestros días. ¿Dónde situaría usted esos límites?
L.B.: Mi límite del humor es muy sencillo: no ofender al débil. Al frágil. Por ejemplo, si hay personas que están afectadas por una tragedia, o por la muerte de alguien, evito hacer chistes sobre eso, porque soy consciente de que les puede doler. Pero, por ejemplo, puedo hacer un chiste sobre la tragedia del Titanic, donde hubo 1.400 muertos, porque ha pasado mucho tiempo y ninguno de los parientes de esos muertos están ya afectados directamente.
El humor 'per se' no es ni bueno ni malo. Por ejemplo, el humor negro: ¿Cuáles son los límites del humor negro? Yo he utilizado el humor negro también, pero hay que tener cuidado. Yo lo utilizo cuando estoy con gente que conozco bien, es decir, mí público que me ama, o mi familia… pero no voy a utilizar humor negro en un programa de televisión porque puede haber millones de personas escuchando y el humor negro no es para todo tipo de público.
Eso es parte del problema de lo que ocurre actualmente, en la época de las grandes audiencias, de lo viral, con el humor: se busca en la comicidad el más bajo común denominador para que no moleste a nadie, y el resultado es una comicidad superficial, y que además está al servicio del poder y del comercio, como he dicho antes. Y no ayuda a desarrollar un humor inteligente o innovador. Este es el problema de la época de las redes y de lo viral, el temor a que todo puede ser visto por todos.
RT: ¿No significa todo esto, visto de otra forma, que el humor y el espectáculo pueden ser armas poderosas cuando se utilizan bien?
L.B.: ¡Evidentemente! Y su verdadero poder es la capacidad del humor de quitar el miedo, el miedo a la vida, a las cosas… Es el miedo lo que utiliza el poder para dominar a la gente. Es el miedo lo que el fascismo utiliza para dominar a las poblaciones.
Y también hay miedo dentro del mundo de la publicidad. Tu ves un anuncio de detergente en el que hay una mujer, y se acerca su hijo, que se ha manchado la camiseta jugando al fútbol. Luego la lava con este producto y queda totalmente blanca. Parece inocuo, pero es terrible: esta narrativa toca el miedo de la madre a mostrarse fuera de la convención social porque su hijo estuviera más sucio, con apariencia de estar peor cuidado, que los demás niños. Y es un miedo que existe en los padres y en las madres. El miedo de no estar a la altura de las obligaciones sociales, de las obligaciones familiares. De lo que la sociedad espera de ti. Así es como funciona la publicidad: tiende a crear un determinado miedo para que compres el producto que mejor te protege ante eso.
Entonces, me invento un ejemplo: si se crea un chiste o una parodia sobre un niño con la camiseta totalmente manchada y en esta historia de humor el niño llega a ser el héroe de su escuela porque todos los demás niños quieren estar tan sucios como él, esta historia relativiza y alivia el miedo a no parecer limpio… y al reducir ese miedo, estás atacando el fundamento de un sistema económico en el que la gente paga dinero para librarse precisamente del miedo.
Lo mismo ocurre con los sistemas políticos basados en el miedo. Los fascistas prohibían las películas de Charles Chaplin porque ridiculizaban esa manera de ejercer el poder, y ni a Hitler ni a Mussolini le interesaba que miles de personas se rieran de eso, porque se reduciría el miedo.
A la Iglesia tampoco le gusta el humor porque la base de su poder está también en el miedo, fundamentalmente en el miedo a la muerte...
En resumen, el poder tiene miedo del humor, porque temen que su arma más poderosa pierda fuerza. El humor es el antídoto del miedo, y por eso todos los sistemas políticos, religiosos y económicos que utilizan el miedo para dominar a los demás lo detestan.
RT: Estamos haciendo esta entrevista en el 'Paticano', sede de la Iglesia Patólica, cuyo Sumo Pontífice es usted mismo. Y está claro que estamos en el interior de una fina parodia. Pero, ¿qué opina en serio de las religiones?
L.B.: Creo que todas las religiones organizadas han sido superadas por la tecnología, por la ciencia, y por el arte. Muchas de las cosas que antes eran un misterio ya no lo son, y han dejado de dar miedo. Antes se pensaba que los dioses furiosos eran los que lanzaban los rayos. Ahora sabemos que son descargas eléctricas perfectamente explicables... Es un poco lo que le ocurre a un niño cuando se entera que Papa Noel son sus padres. La sociedad es ahora como un niño de ocho años que ha descubierto que en realidad son sus padres los que ponen los regalos. Y esa es la situación en la que las religiones se encuentran hoy en día.
Por otra parte, necesitamos una espiritualidad y a esto responde este pequeño lugar, el 'Paticano'. Aquí se profesa una espiritualidad basada en la duda. Creo que es maravilloso dudar de las cosas. Es maravilloso que el niño dude si son sus padres o no los que ponen los regalos. En mi opinión, lo mejor es tener una actitud de 'espectador esperanzado' ante la existencia. Todo esto es maravilloso. Incluso la tragedia. Incluso aunque ahora entrara aquí un fascista y me matara: eso no cambiaría en nada lo fundamental: la increíble aventura de la vida. Que yo exista o no exista no cambia eso. Yo mantengo esta contemplación existencial con una actitud de payaso, de reírse de las cosas que pasan, pero con la misma esperanza ingenua que tienen los niños en Navidad, esperando a ver si Papa Noel nos trae los regalos.
Volviendo a la pregunta, yo reconozco que hay una necesidad de vivir cosas juntos, de hacer ceremonias, de una liturgia, pero a la vez estoy convencido de que las religiones oficiales que han durado siglos ya están superadas y no pueden dar a la gente lo que la gente espera de ellas.
RT: ¿Cuándo y cómo nació le Iglesia Patólica?
L.B.: Nació hace 6 años. Hicimos la inauguración oficial el 28 de Diciembre del 2012, en el día de los Santos Inocentes. ¿Qué mejor día que ese? Ese es nuestro día Santo.
Esta idea nació como respuesta a la bomba que me pusieron en 2006. Aquel era un espectáculo llamado 'La Revelación' en el que yo salía al escenario interpretando al Papa y pidiendo perdón en nombre del cristianismo por lo que el franquismo había hecho en su nombre. Y la extrema derecha atentó contra mí, intentando matarme. ¿Cómo podía reaccionar yo ante aquello, ante un ataque de los fascistas, que yo consideraba un oscurantismo? Yo quería reaccionar con elegancia, con humor, con belleza, pero tenía que estar a la altura del daño que me habían hecho.
Así que me inventé una religión. ¿Quién podía ser el Dios? Pues alguien que no tuviera las cosas que a mí ni me gustan de Dios. Que no fuera todopoderoso, que no fuera agresivo, que no fuera patriarcal...y tras mucho pensar y meditar, lo hallé: El Pato de Goma. Y además la palabra "pato" da mucho juego: "Iglesia Patólica", "Paticano"... y así, los que van en contra de nuestra religión, los infieles, son los "antipáticos".
Luego esto creció y ya ha superado su estatus inicial de ser una venganza contra aquel ataque, ahora tiene su propia vida y se ha convertido en un lugar super-positivo, en una celebración de la inocencia, de las cosas pequeñas, regida por un Dios que es simpático, risueño y consciente de ser pequeño. Este lugar se ha convertido por eso en una representación bastante exacta de lo que yo tenía en mi cabeza, y cuando estoy aquí siento un placer especial, como si estuviera caminando por el interior de mi propio cerebro.
David Romero
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