Será la segunda Navidad que pasarán sin casa, un año tres meses después que un sismo de magnitud 7,1 cambiara sus vidas para siempre. Pero al menos hoy, la tristeza se hace a un lado: es día de risas, tacos, piñatas y baile.
Después de horas de asamblea en la que informaron de los avances que lograron a base de reuniones y exigencias al Gobierno, una bocina empieza a emitir una canción de Los Ángeles Azules, señal inequívoca de que ha empezado la 'Posada', nombre con que se conoce la celebración popular que evoca el recorrido de María y José en búsqueda de un lugar para alojarse a la espera del nacimiento de Jesús, según la religión cristiana.
En plena calle, a unos metros de cuatro torres que quedaron inhabitables tras el sismo del 19 de septiembre de 2017, los damnificados empiezan a congregarse. La escabrosa imagen detrás no es motivo para desanimar a nadie en este día y, por eso, los vecinos de Pestalozzi 27 no escatiman en llevar dos canastas grandes de tacos, ollas de ponche con frutas y refrescos para todos.
A un lado de la potente bocina donde el DJ alegra la tarde, cerca de cien personas hacen fila en los tacos de canasta, mientras una señora de cabello corto, con abrigo blanco con rayas grises, se toma muy en serio su papel. "¡Tacos, tacos! ¿Quién quiere más tacos? ¡Mole, papa, chicharrón!", grita, dando la espalda a una piñata mexicana que cuelga de un poste.
"19 de septiembre no se olvida"
Los asistentes ponen pausa a la música y una señora hace una pregunta que pega en el orgullo: "¿Ya se cansaron?". Los asistentes, para demostrar que de cansancio ni tantito, comienzan a gritar las consignas que han coreado desde hace un año y tres meses: "19 de septiembre no se olvida, es de lucha compartida"; "¿Dónde está el dinero que el mundo nos donó? Con eso nos alcanza para la reconstrucción".
En esta calle de la colonia Piedad Narvarte, una zona de clase media que fue de las más afectadas por el sismo en la capital, se encuentran damnificados de muchos lugares, que se identifican por los nombres de los edificios o de las veredas donde vivían hasta el día en que el sismo cimbró sus cimientos y los dejó heridos: Multifamiliar de Tlalpan, Girasoles, Insurgentes Norte, Vertiz, Rancho del Arco, Atlixco, Del Mar.
El último censo del Gobierno de Ciudad de México estima que hay 1.779 inmuebles con alto riesgo de colapso; 2.978 con alto riesgo; 5.283 con riesgo medio para rehabilitación; y 7.392 con daños menores. La nueva jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, calcula que tan solo en la alcaldía Iztapalapa hay 12.000 viviendas que necesitan reconstruirse.
Pero esos datos pasan, por un momento, inadvertidos. Tras un descanso en el que se insiste amablemente a las personas que coman más porque hay muchos tacos todavía y "no se pueden quedar", suena una famosa canción de Wilfrido Vargas: "Oye, abre tus ojos, mira hacia arriba, disfruta las cosas buenas que tiene la vida", pero los asistentes tímidos todavía no se animan a bailar.
Irene Felipe es una. Recorrió 30 kilómetros con su familia, desde la colonia Del Mar en la alcaldía Tláhuac, porque querían divertirse un rato y olvidar. Viendo a las personas que conviven unidas desde aquella trágica tarde de septiembre, ella dice que está contenta de estar ahí porque comparten el dolor, aunque la posada es la mejor ocasión para que "el dolor no sea tan duro".
"Romperemos la piñata"
Ni los tacos, ni las cumbias emocionan tanto a los niños presentes en la posada como este momento. Los adultos cargan cuatro piñatas grandes, una tradición española que llegó a México hace casi 500 años, y comienzan a colgar la primera sobre una cuerda que está sujetada en un árbol.
Amaran una venda a los ojos de los primeros niños que se animan a pegarle con un palo de madero, mientras algún adulto canta: "Ese niño es muy lento, se parece a su papá". Todos ríen, menos el niño, que llora y corre a los brazos de una señora buscando consuelo.
Mientras tanto, Francia intenta darle unos palazos a la piñata para recibir el ansiado tesoro y los adultos la impulsan pegar más y más fuerte. "¡Con coraje!", le gritan. Entre todos, corean: "De norte a sur, de este a oeste, romperemos la piñata, cueste lo que cueste".
Un ratito de alegría
Cuando se rompe otra piñata, todos corren a recoger del suelo la fruta y los caramelos que arroja. "Son muchas tristezas, si quiera un ratito de alegría", dice Brígida, una señora mayor de lentes, cabello corto, que presume orgullosa su ganancia en la piñata: cacahuates. Mientras tanto, Martín Alejandro, un niño de 12 años con una madurez que parece de 20, dice: "Vengo más que nada por acompañar a mi abuelita y a mi mamá que ya están grandes".
Aunque la mayoría de las personas que están aquí son damnificados o familiares de damnificados, un hombre en situación de calle aguarda sentado en una de las sillas en espera de comer algo. Martín Alejandro regresa con las ganancias de la piñata, ve al sujeto y, sin dudar, le ofrece dulces y cacahuates. Él los toma al instante.
Las piñatas duran poco porque les pegan con ganas. Las letras de despecho quedan atrás y ahora se escucha un "te quiero, mi amor" que anima a tres parejas, que aprovechan la pista de baile instalada en plena calle acordonada.
Pedir posada
Hoy no están María y José, ni están cerca de Belén, pero llega el turno de pedir posada y los vecinos de Pestalozzi 27 son quienes reciben a los peregrinos que vienen cantando villancicos, con velas en las manos. Mientras los peregrinos esperan autorización para poder entrar a la tienda de campaña que se instaló a un lado del edificio abandonado, uno de ellos canta: "No quiero oro ni quiero plata, yo lo que quiero es volver a mi casa".
Son cerca de las siete de la tarde, el cielo esta negro y llega el momento de despedirse de Olivia Domínguez, una de las organizadores de la posada. Una mujer se acerca a ella, le agradece por todo y le dice: "Creció el respeto, creció todo".
Acostumbrados a verse en reuniones desde hace un año y tres meses para compartir el dolor, la rabia y la desesperación, los colectivos de damnificados aprovecharon la navidad para reír, bailar, comer y tomar ponche de frutas. Aunque no tengan claro qué harán ni dónde vivirán, en estas fechas aprovechan para celebrar sus vidas y olvidar, por unas horas, aquel pulso telúrico que el 19 de septiembre de 2017 los convirtió a ellos en peregrinos en busca de un hogar.
José Beltrán
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