El 20 de mayo de 2010 Vjeran Tomic se coló por una ventana en el Museo de Arte Moderno de París y se llevó cinco cuadros, de Picasso, Matisse, Modigliani, Braque y Léger, valorados en decenas de millones de euros. El ladrón, apodado en los medios como 'la araña', fue detenido un año después, pero el paradero de las pinturas sigue siendo un misterio.
El periodista Jake Halpern, que a lo largo del último año y medio mantuvo la correspondencia con Tomic, reconstruye en un artículo para The New Yorker la historia personal del ladrón y también la de su 'robo del siglo', como apodaron los medios su golpe.
Malas inclinaciones e "inteligencia enfermiza"
Hijo de inmigrantes bosnios, Tomic nació en París en 1968, pero un año después fue enviado a vivir con su abuela en Mostar (Bosnia-Herzegovina) debido a una enfermedad de su madre. Recuerda que fue allí donde empezó a mostrar malas inclinaciones, aunque también una "inteligencia enfermiza". A orillas del río Neretva se acostumbró a escalar los puentes de piedra y a los diez años realizó su primer atraco, irrumpiendo en una biblioteca por una ventana y robando dos antiguos libros que luego devolvió su hermano mayor. "Fue intuitivo. Nadie me ha enseñado nada", relata sobre sus primeras aventuras criminales.
Tomic regresó a París a los once años. Apenas hablaba francés y estaba enfadado con sus padres por haberlo enviado a Bosnia. Sin embargo, le fue bien en la escuela y era un buen atleta.
Durante su adolescencia, Vjeran desarrolló un gran interés por el dibujo y a los 16 años se quedó impresionado al ver "al alcance de la mano" obras de Renoir en el Museo de la Orangerie. Cuando volvió a casa les dijo a sus padres que quería ser pintor, que aquella era su pasión y que los demás trabajos "no valían nada" y eran "una pérdida de tiempo". Sin embargo, su padre se lo tomó a mal, y le dijo que la pintura era un pasatiempo y no un trabajo real.
Por aquel entonces Tomic y sus amigos comenzaron a pasar el tiempo en el cementerio del Père-Lachaise, donde pronto encontraron y ocuparon un almacén abandonado. Robaban piezas de cristal de una fábrica local y las vendían en un mercado, al tiempo que practicaban una especie de 'parkour' saltando de un mausoleo al otro. Luego comenzaron a escalar también muros altos en la periferia del cementerio, lo que les permitió irrumpir en edificios de apartamentos adyacentes.
"Algún día haría algo grandioso"
Con el tiempo Tomic empezó a robar apartamentos en barrios más ricos. Sus habilidades para escalar siguieron mejorando, pudiendo a los 16 años trepar la fachada de un edificio de varios pisos con relativa facilidad. Según su relato, una noche tuvo un sueño vívido en el que robó cinco pinturas de un museo, lo que se tomó como un presagio. "Sabía que algún día haría algo grandioso", escribió en una carta al periodista.
Por lo general, Tomic trabajaba solo, escalando paredes, saltando entre techos y forzando cerraduras. Una vez dentro de un apartamento, buscaba primero joyas, porque era lo más valioso y fácil de vender. A menudo regresaba a un apartamento muchas veces sin llevarse nada, solo para buscar los artículos más caros.
Un amigo de Tomic lo describe como "brutal y un poco salvaje". Al mismo tiempo, dijo, tenía una encantadora gama de pasiones: "Le gusta la estética, la música clásica, la naturaleza, los animales, los placeres epicúreos: el vino, el queso". Pero, por encima de todo, a Tomic le encantaban las bellas artes.
Normalmente se abstenía de robar pinturas, sabiendo que serían difíciles de vender, aunque veces no podía resistirse. En 2000 usó una ballesta con cuerdas y mosquetones para colarse en un apartamento mientras sus habitantes dormían y robó dos Renoirs, un Derain, un Utrillo, un Braque, y otras obras valoradas en más de un millón de euros.
El robo como 'acto de imaginación'
En mayo de 2010 Tomic caminaba junto al Sena cuando le llamó la atención un cuadro cubista que vio al otro lado de la ventana de un gran edificio de estilo Art Deco. Era el Museo de Arte Moderno de París. El diseño de las ventanas atrajo su interés, pues resultó ser del mismo tipo que años antes había desmontado, tornillo a tornillo, en un atraco. Así que resolvió que podría colarse fácilmente y días después visitó el museo, donde vio que algunos detectores parecían no funcionar.
El descubrimiento sedujo a Tomic, que describe el robo como un acto de imaginación. "A veces pienso durante un tiempo, y luego, como por arte de magia, pero sin la varita mágica, tengo la fórmula para superar un obstáculo", explicaba en una carta.
Para entonces ya había establecido una relación comercial estable con Jean Michel Corvez, propietario de varios negocios en Francia, incluida una pequeña galería que le ayudaba a vender lo robado, y que le proporcionó una lista de los artistas favoritos de sus clientes. Corvez fue también el primero en ponerle a Tomic el apodo l'Araignée (la araña). Poco después de visitar el museo, Tomic fue a ver a Corvez y éste le ofreció 40.000 dólares por 'Naturaleza muerta con candelabros' de Fernand Léger, una de las pinturas del museo. Después de dudar un poco, Tomic aceptó y pasó los siguientes días planificando el robo.
Tardó seis noches sacar los tornillos y llenar los agujeros con arcilla de modelar marrón que combinaba con el color del marco de la ventana. Fue un proceso minucioso y Tomic no se apuró.
Finalmente, el 20 de mayo, antes del amanecer, el ladrón regresó al sitio, sacó la ventana y entró momentáneamente en el museo para asegurarse de que no se activaría la alarma. Luego volvió a entrar y sacó fácilmente el cuadro de Léger de su marco. Sin embargo, al ver otros cuadros quedó tan hipnotizado por su belleza que ya no pudo parar: cogió 'La Pastoral' de Matisse, 'La mujer del abanico' de Modigliani, 'La paloma con guisantes' de Picasso y 'El olivo cerca del estanque' de Braque. Casi robó un sexto óleo —'Mujer con ojos azules' de Modigliani— pero, según asegura en sus cartas, "cuando fui a sacarlo de la pared, me dijo: 'Si me llevas, lo lamentarás por el resto de tu vida'", y el miedo se apoderó de él.
Cuando Corvez se enteró de que Tomic no había robado una pintura, sino cinco, se sintió más desconcertado que satisfecho. "Me tenía miedo", recuerda el ladrón. Sin embargo, el empresario aceptó el Léger, según lo acordado, y también tomó los demás cuadros para guardarlos.
Al final del día, los periódicos de todo el mundo hablaban del robo, el más grande de este tipo en al menos dos décadas. La Policía no tardó en encontrar al primer testigo, un patinador que había visto a un persona sospechosa en la explanada junto al museo unos días antes del robo. Las cinco pinturas desaparecidas estaban entre las más importantes de la colección del museo, lo que llevó a los investigadores a pensar que el ladrón tenía un buen conocimiento de las obras o, al menos, buen ojo.
"Si desea comprar pinturas, no dude en ponerse en contacto conmigo"
Seis meses después, la Policía solo tenía algunas pistas, pero en otoño el nombre de Tomic apareció en una investigación de un caso separado. Poco después, interceptaron una conversación telefónica en la que Tomic mencionaba el robo en el museo.
Comenzaron a seguirlo y en diciembre de 2010 la Policía vio cómo Tomic inspeccionaba las salidas de emergencia del Centro Pompidou de París y, al día siguiente, compraba guantes, pegamento y ventosas. Unos días después, los detectives llamaron a Tomic y escucharon en su contestador automático: "Si desea comprar pinturas u obras de arte, o joyas excepcionales, no dude en ponerse en contacto conmigo. Entre las muchas pinturas, hay cinco que son extremadamente caras". Por algún motivo —quizás para no poner en riesgo las obras asustando al ladrón— Tomic no fue arrestado de inmediato.
Entretanto, 'la araña' comenzaba a sospechar cada vez más de Corvez, que parecía evitar el contacto con él. Un día se encontraron por casualidad en la Gare de Lyon, pero no le pudo contestar con claridad sobre el destino de las pinturas. En una conversación posterior —que Tomic grabó para tener una prueba de la participación de Corvez en el crimen— Corvez le dijo que el Léger ya se había vendido. En realidad, como Tomic finalmente descubrió, Corvez todavía tenía este cuadro: un cliente le había pagado 80.000 euros y se lo había llevado a casa, pero dos días después lo devolvió sin pedirle el dinero, aparentemente por la atención mediática suscitada por el robo.
Corvez encontró también un comprador para el Modigliani: el relojero Yonathan Birn, que también le ayudó a almacenar las otras cuatro pinturas y que incluso viajó a Israel para intentar organizar su venta. No está claro cómo terminaron las negociaciones.
"Ladrón perfecto"
En determinado momento, cuando Tomic estaba muy necesitado de dinero, decidió volver a robar. Eligió un elegante apartamento cerca de la Embajada de Canadá cuyos dueños se habían ido. Después de entrar allí unas 15 veces en busca de los objetos más valiosos, finalmente robó la colección de relojes y un cuadro de Pissarro.
Poco después fue arrestado por la Policía, que había estado siguiendo todos sus movimientos. Durante un interrogatorio, Tomic confesó el atraco del museo, al parecer porque "está muy orgulloso de su trabajo", que califica de "excelente", según le dijo la fiscal al autor del artículo.
Birn y Corvez fueron arrestados poco después. El juicio de los tres arrancó el 30 de enero de 2017 y atrajo mucha atención mediática. Los periodistas apodaron el caso como 'el robo del siglo' y a Tomic como 'el hombre araña'. El público, según la fiscal, se enamoró de él. Stéphane Durand-Souffland, que cubrió la historia para Le Figaro, explicó a The New Yorker que "Tomic es un ladrón perfecto", pues "actuó sin armas, no golpeó a nadie, no robó a un individuo, sino a un museo mal supervisado, engañó a los guardias sin ninguna dificultad y eligió las obras con gusto". Corvez fue condenado a siete años de prisión, Birn a seis y Tomic a ocho.
¿Dónde están las pinturas?
Casi al mismo tiempo que la Policía arrestó a Tomic, los agentes allanaron la galería de Corvez y la tienda de relojes de Birn, pero no encontraron las cinco pinturas. Birn aseguró que las destruyó presa del pánico. Sin embargo, Tomic no le cree. Desesperado por saber más sobre el destino de las pinturas, trató de hablar con Birn, que estaba detenido en las mismas instalaciones, pero este evitaba cualquier contacto.
En su correspondencia con el autor del artículo, Tomic hizo algunas insinuaciones contradictorias sobre el destino de las obras robadas. Así, en una carta, escribió: "No hay mejor lugar para tales obras de arte que donde las llevé".
Sin embargo, en una de las últimas cartas, al ser preguntado de nuevo acerca de si las pinturas habían sido destruidas, dijo que no, esgrimiendo que "Birn ama las pinturas más que nada y las habría protegido en alguna parte". Y concluyó: "Tarde o temprano se verá obligado a entregarlas a la persona a la que pertenecen, es decir, a mí".