Un ataque bioterrorista con el virus de la viruela podría exponer vulnerabilidades en los sistemas globales con efectos potencialmente catastróficos y afectar al mundo durante 10 años, afirma un estudio publicado en la revista Global Biosecurity.
Un equipo de investigadores de la Universidad de Nueva Gales del Sur (Australia) con varios especialistas internacionales realizó un estudio y creó un modelo de simulación de un ataque con viruela en la región del Pacífico, con el objetivo de examinar la preparación local, regional y global para luchar contra la enfermedad.
"A través de un modelado matemático de la transmisión de la viruela, simulamos un ataque bioterrorista a gran escala en el peor de los casos", explicó la investigadora principal del estudio, Raina MacIntyre
Según la simulación, el primer caso de viruela hemorrágica ocurriría en un hospital privado en Fiyi, pero no se diagnosticaría correctamente porque los médicos no están familiarizados con la enfermedad (la viruela se considera erradicada desde 1980). El hipotético brote se extendería a 200 personas, de las cuales el 40 % fallecería.
El virus se propagaría, los sistemas de salud locales se verían abrumados, y los informes de los medios de comunicación generarían pánico masivo. Recién para el día 13 la viruela sería correctamente diagnosticada. Sería entonces cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declararía la emergencia de salud pública de importancia internacional, mientras que la Interpol lo identificaría como un ataque de bioterrorismo y estimaría que el primer caso de contagio tuvo lugar en un aeropuerto.
Para entonces, el número de afectados alcanzaría las 2.000 personas, incluyendo a médicos. La simulación continúa, y de acuerdo a la misma, al llegar 32.000 vacunas a Fiyi se produciría un brote a mayor escala en otro país con más población.
En el peor caso del estudio, solo el 50 % de los afectados por viruela estaría aislado y solo la mitad de las personas que tuvieron contacto con los enfermos sería identificada y vacunada. La epidemia rápidamente se propagaría por todo el mundo.
En la fase final de la epidemia, que para entonces se habría convertido en una pandemia, la fuerza laboral quedaría diezmada, lo que afectaría a infraestructuras como el transporte, las comunicaciones, la energía y el suministro de alimentos. La gente perdería la confianza en los gobiernos, en tanto que la desinformación y la mala comunicación exacerbarían la situación.
"En esas condiciones, el modelo muestra que se necesitarían más de 1.000 millones de dosis de vacunas y 10 años para detener la epidemia", sostienen los científicos en su estudio.
"Los resultados del ejercicio son aleccionadores", comentó Michael Osterholm, experto en bioseguridad y director del Centro para la Investigación de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Minnesota. "Los resultados y lecciones aprendidas deben ser considerados por todos los países del mundo", añadió.