Un estudio realizado sobre 290 personas con antecedentes familiares de alzhéimer, permitió determinar que esa enfermedad comienza a tener algunas manifestaciones unos 30 años antes de la aparición de sus síntomas. Para ello, los investigadores rastrearon los cambios clínicos y biológicos registrados entre 1995 y 2013.
Al final de ese período, comprobaron que 81 de las personas analizadas habían desarrollado problemas cognitivos o demencia y sus registros mostraban diferencias respecto de los del resto de los participantes, como cambios en los puntajes de las pruebas cognitivas entre 11 y 15 años antes del inicio del deterioro.
En el estudio publicado en Frontiers in Aging Neuroscience, los investigadores observaron los niveles de fluido cerebroespinal y allí encontraron aumentos en la proteína Tau, vinculada con el alzhéimer. Luego, a través de modelos hechos con computadora estimaron que ese incremento había comenzado, en promedio, 34,4 años antes de la aparición de los síntomas.
"Nuestro estudio sugiere que es posible utilizar imágenes del cerebro y análisis del fluido espinal para evaluar el riesgo de la enfermedad de Alzheimer al menos diez años antes de que ocurran los síntomas más comunes, como el deterioro cognitivo leve", explicó Laurent Younes, de la Universidad Johns Hopkins de Maryland (EE.UU.), uno de los miembros del equipo de investigación.
Cambios anatómicos en el cerebro
Las resonancias magnéticas, analizadas mediante algoritmos matemáticos, detectaron cambios en la anatomía del cerebro que coincidían con los patrones de un deterioro cognitivo. En ese sentido, el equipo halló ligeras disminuciones en el tamaño del lóbulo temporal medial, vinculado con la memoria, entre tres y nueve años antes de que se hicieran evidentes los problemas cognitivos.
Estos resultados, al ser relacionados con estudios previos del mismo equipo, mostraron que hay una conexión entre la contracción del tejido dentro del lóbulo con el deterior cognitivo leve.
Un trabajo a futuro
Pese a estos análisis, los investigadores saben que la población evaluada es escasa para llegar a conclusiones definitivas, por lo que aseguran que se trata de un punto de partida para tener más herramientas en la búsqueda de tratamientos.
"El objetivo es encontrar la combinación correcta de marcadores que indiquen un mayor riesgo de deterioro cognitivo y usar esa herramienta para guiar las intervenciones eventuales para ayudar a evitarlo", aseguró Michael Miller, de la Universidad Johns Hopkins.