El pasado jueves, el secretario general de la ONU, António Guterres, expresó su preocupación por la fuga del material nuclear desde la cúpula de hormigón del atolón Enewetak, en las Islas Marshall, al océano Pacífico. La advertencia de Naciones Unidas reaviva la inquietud generada por el tema hace unos años.
¿Cómo surgió la cúpula y por qué representa un peligro?
La construcción
Lo que el propio Guterres llamó "ataúd" es una cápsula hecha de 358 paneles de hormigón de 45 centímetros de espesor que fue construida por EE.UU. en 1979 para contener los restos de las pruebas nucleares realizadas en dos atolones, Bikini y Enewetak.
La estructura cubre un cráter artificial en que se guardan unos 85.000 metros cúbicos de desechos radioactivos generados entre 1946 y 1958 tras 67 explosiones atómicas. Según estima The Guardian, su potencia sumaria equivaldría a la detonación diaria de 1,6 bombas como la caída sobre Hiroshima durante 12 años seguidos.
A pesar de su enorme tamaño, la 'Tumba' —como suele llamar al lugar la población local— presenta defectos de construcción, por lo que no se cree que pueda mantener el material contaminado de forma indefinida.
Las filtraciones
En 2013, una inspección advirtió del deterioro de la construcción. Así, según informó The New York Times, el agua se acumulaba alrededor de los bordes de la cúpula, donde partes del hormigón ya habían comenzado a agrietarse. Bajo tierra, los desechos radioactivos ya habían empezado a salir del cráter.
Al mismo tiempo, un informe patrocinado por el Departamento de Energía de EE.UU. constató que incluso en el caso de "fallo catastrófico" ello no llevaría necesariamente a ningún "cambio significativo" en los niveles de radiación de la zona.
Según las estimaciones del documento, la estructura retiene tan solo un 0,8 % de los desechos nucleares producidos durante las pruebas. Es decir, esta no habría reducido casi nada el nivel general de la contaminación radioactiva existente en el atolón de Enewetak.
Sin embargo, las autoridades marshalesas no cesan de advertir sobre el peligro que representan las posibles fugas del material conservado bajo la cúpula. La presidenta de la nación, Hilda Heine, alertó sobre este deterioro en noviembre del año pasado durante la cumbre virtual del Foro del Clima Vulnerable (CVF, por sus siglas en inglés) y reiteró su preocupación este mes en una conversación con Guterres.
EE.UU. se lava las manos
Además de compensaciones a la población local, la descontaminación del territorio de las Islas Marshall es una de las peticiones más activas del Gobierno de la república oceánica. No obstante, el país apenas dispone de mecanismos jurídicos para influir en EE.UU. y mucho menos de posibilidades de resolver el problema con sus propios medios.
En los años 1980, el Estado insular suscribió un tratado de libre asociación con Washington. Una de las exigencias estadounidense era la "liquidación completa y final de todas las reclamaciones" pasadas, presentes y futuras vinculadas al programa de las pruebas nucleares. De este modo, desde el punto de vista del derecho internacional, el único responsable del estado de la cúpula es el país insular.
Sin embargo, esta nación de 53.000 personas no puede afrontar la restauración de la construcción, cuyo costo —218 millones de dólares— supera su propio PIB nacional, estimado en alrededor de 200 millones.
"Es claro como el día que el Gobierno local no tendrá la experiencia ni los fondos para solucionar el problema", cita The Guardian a Riyad Mucadam, asesor climático del presidente marshalés.
Ahorrando en el futuro
Probablemente, esa situación podía haber sido prevista hace mucho tiempo. Así, según dijo a RT Ernest Davis, veterano de la limpieza del atolón de Enewetak, "nadie dijo nada sobre volver [a la isla después] y quitarla o hacerla permanente [en referencia a la cúpula]", a pesar de que en la estructura "nunca hubo ninguna base" de hormigón.
De hecho, al renunciar a la creación de una base de hormigón, EE.UU. abandonó la idea de erigir una cápsula capaz de contener los desechos para siempre, opina Michael Gerrard, presidente del Instituto de la Tierra de la Universidad de Colombia.
"El fondo de la cúpula es justo lo que dejó la explosión de las armas nucleares […] Es un suelo permeable. No se hizo ningún esfuerzo para alinearlo. Y, por lo tanto, hay agua del mar dentro de la cúpula", explicó el investigador al diario australiano ABC en 2017.
Herencia nociva
Tres décadas después, los materiales radioactivos —tanto enterrados en la 'Tumba' como dispersados por todo el atolón y el fondo marino— siguen afectando el ecosistema y a la salud de los habitantes del archipiélago del Pacífico.
Así, un informe oficial de la República de Islas Marshall advierte que los sedimentos marinos saturados de desecho nucleares pueden poner en peligro a los habitantes de la repoblada isla de Enewetak en el caso de inundación provocada por una fuerte tormenta.
Además, el texto indica que los cocoteros acumulan el isótopo radioactivo Cesio-137, lo que tendrá "efectos devastadores" para la población local que depende tradicionalmente de esa fuente de alimento.
Como resultado, los habitantes locales se ven obligados a consumir predominantemente comidas enlatadas y procesadas y están sufriendo graves y diversos problemas de salud.
"La radiación nos afecta diariamente. Tenemos muchas enfermedades en nuestra comunidad, desde cánceres hasta sistemas inmunológicos debilitados, y también otras dolencias no contagiosas", cita RT a la marshalesa Brooke Takala Abraham.
"Las consecuencias han sido bastante dramáticas en relación con la salud, por la contaminación de las aguas en algunas áreas", afirmaba António Guterres el pasado jueves.
Veteranos olvidados
Otro colectivo afectado por la contaminación son los antiguos ingenieros de EE.UU. que participaron en la limpieza del atolón.
Pese a que el departamento de Asuntos de los Veteranos aseguraba que este grupo de ingenieros "se enfrentó a bajos niveles de contaminación radiológica y que el riesgo de que padecieran problemas de salud era bajo", lo cierto es que mayor parte de las 8.000 personas que construyeron la cúpula ya han muerto, explica Davis.
Otros sufren consecuencias dolorosas: "La mayoría de nosotros hemos desarrollado algún tipo de enfermedad, como el cáncer […] muchos de nosotros tenemos neuropatías periféricas en los pies sin ser diabéticos".
"Nos dijeron que no estaríamos expuestos a más radiación que [si nos hiciéramos] dos o tres radiografías al año, lo cual era una mentira total", sintetiza el exmilitar.
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