A fines del pasado junio, todo el mundo se vio impactado tras difundirse la noticia sobre un enorme asteroide, denominado Psyche 16. Los expertos determinaron que ese cuerpo espacial está compuesto de oro y otros metales preciosos, valorados en un total de 700 quintillones de dólares.
Los medios de comunicación apresuradamente calcularon que su explotación podría convertir en multimillonarios a toda la población mundial, puesto que al dividirse esa cifra entre el número de habitantes del planeta, el resultado sería de 93.000 millones de dólares per cápita. No obstante, un reciente artículo de Bloomberg ha echado por tierra esas desmesuradas expectativas, al señalar que con la aparición de tal cantidad de metales preciosos en el mercado, sus precios ya no serían los mismos de la actualidad.
Eso, debido a una regla fundamental de la economía: un aumento en la oferta disminuye el precio. Si el mercado se inunda con oro, ya no será una rareza, por lo que la demanda bajará.
De hecho —explica el autor del artículo—, en el mundo de la economía un trozo de metal no es una riqueza, porque no es un bien material ni un servicio que pueda satisfacer necesidades o deseos. Una fábrica de acero constituye una riqueza porque se usa para producir piezas para la construcción de edificios, automóviles y otras cosas. También lo es una casa, porque se puede vivir en ella o alquilarla. Un asteroide, por su parte, tendría algunas aplicaciones industriales, pero no generaría una nueva revolución industrial. En lugar de ello, este en particular haría que el precio del oro caiga al mínimo.
¿Cómo ocurrió con los diamantes?
La única fórmula que permitiría mantener altos los precios en este caso, sería reducir la competencia. Más concretamente, establecer un monopolio en el nicho.
Algo similar ocurrió en el siglo XIX, cuando se descubrieron grandes reservas de diamantes. En esos tiempos eran extremadamente raras esas piedras preciosas y, por lo tanto, también extremadamente caras. En consecuencia, un aumento brusco de su oferta habría podido hacer bajar su precio hasta convertirlas en una mercancía accesible para todos.
Para evitarlo, una de las principales empresas de explotación y comercio de diamantes, De Beers, consiguió un monopolio tras acumular, a lo largo de años, grandes cantidades de estas piedras y deshacerse así de los competidores. Y cuando el mercado amenazó con llenarse de diamantes tras el hallazgo de sus propios yacimientos, la compañía limitó a propósito su oferta para sostener sus altos precios.
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