La pesadilla de los inmigrantes que llegaron a EE.UU. huyendo de la pobreza en sus países
La ciudad de Miami (Florida, EE.UU.) es sinónimo de lujo y ocio, pero también es una de las metrópolis estadounidenses con mayor desigualdad social, y la comunidad inmigrante es una de las más afectadas.
Es el caso de María Julia Alfonso, una inmigrante colombiana que llegó a EE.UU. hace 17 años en busca de un futuro mejor. María trabaja 12 horas diarias limpiando casas en los barrios más exclusivos de Miami.
María pensó que un empleo para familias pudientes le proporcionaría un salario digno, pero estaba equivocada. "Era tanta mi necesidad, yo tenía que ayudar a mi familia y me vine con esa idea de que yo iba a ganar algo para poder ayudarlos y nunca fue así", relató.
La 'tormenta perfecta'
Pronto, su 'sueño americano' se convirtió en una pesadilla. Pasó a formar parte de la creciente lista de individuos que, pese a su esfuerzo diario, no consiguen salir de la pobreza debido a los bajos salarios y el alto coste de vida en esa ciudad de Florida.
"Una persona tiene que ganar el sueldo mínimo, que aquí en Florida es de 8,46 dólares. Pero los estudios dicen que en Miami para poder vivir en un apartamento de una habitación hay que ganar 26 dólares la hora", asegura la organizadora social Claudia Navaro.
Miami tiene el segundo índice de desigualdad del país, solo superado por Nueva York. Se puede decir que en la esa ciudad del sur de EE.UU. se da la 'tormenta perfecta' para la disparidad económica. Hasta aquí llegan grandes fortunas de todo el mundo además de millones de turistas que demandan servicios.
Las comunidades más desfavorecidas
Esto se traduce en empleos de baja remuneración que se combinan con los altos precios de la vivienda. Según datos de 2017 de la Universidad Internacional de Florida, solo el 43 % de la población miamense puede considerarse como clase media.
"La realidad es que la población negra y latina nunca han sido incluidas en el 'sueño americano'. Claro, hemos eliminado las leyes más racistas que paliaron la exclusión social, pero no llevamos a cabo los cambios radicales que necesitamos para tener una inclusión económica; sin esos cambios no tendremos un espacio de justicia", afirma el activista Dedrick Asante.