¿Cómo funcionan las primeras escuelas sustentables de América Latina?
Si se acumularan juntos, los siguientes materiales conformarían un montículo de basura de aproximadamente 25 toneladas: 2.500 neumáticos usados; 10.000 latas de aluminio descartables; 3.000 botellas de vidrio. La cifra, por lo general, es producida tan solo por 5.000 personas al día. Pero en la ciudad de Mar Chiquita, provincia de Buenos Aires (Argentina), la organización ambiental Tagma decidió convertir aquel número de desechos en algo más que bolsas negras apiladas en un descampado.
Fue así que en 2018, mediante técnicas específicas de la permacultura —un sistema de construcción sustentable que utiliza materiales propios de la basura para trabajar—, se erigió por primera vez en el país sudamericano una escuela pública completamente ecológica, dotada con paneles solares para generar su propia energía, hasta incluso su propia huerta.
Pero esta experiencia tendría primero su antecedente en la nación vecina de Uruguay, donde en 2016 Tagma edificó el primer centro escolar sustentable de América Latina y, lejos de frenar su lucha ambiental, hoy se posicionan para continuar su proyecto ecológico en Chile.
"El escepticismo es el primer impedimento con que nos topamos. La gente no cree que se puede construir una escuela pública diferente del ámbito de la sociedad civil. Luego también está la burocracia municipal y de gobierno que desconfían de los proyectos que rompan el molde habitual porque, siendo sinceros, sabemos que esto va en contra del paradigma de la construcción tradicional. Es algo novedoso y eso puede traer dudas", confiesa Matías Rivero, integrante de Tagma y uno de los coordinadores de la construcción de la escuela en Mar Chiquita.
El funcionamiento de la organización ambiental es simple: solicitan dinero a empresas privadas para que los patrocinen y, una vez obtenida la suma necesaria —unos 400.000 dólares aproximadamente— contratan los servicios del arquitecto estadounidense, y máximo exponente en edificaciones sustentables, Michael Reynolds. Además, con el mismo presupuesto, realizan un curso de capacitación para quienes deseen aprender las técnicas de la permacultura y, al terminar, sean ellos mismos los que construyan la escuela. Una vez acabado el proyecto, el edificio se obsequia al estado para que lo administre como un centro educativo.
"En 2016 hicimos la primer escuela en Uruguay en un mes y medio. Tardamos casi lo mismo con la de Argentina, dos años después. El presupuesto que usamos para la construcción es mucho menor de lo que cuesta hacerla de la manera tradicional. Si bien utilizamos materiales como cemento y arena, la cantidad no es significativa comparado con lo que aprovechamos de artículos desechables como neumáticos y botellas de vidrio. Formamos nuestros propios eco-ladrillos que funcionan igual o mejor que los de cualquier casa", enfatiza Rivero.
Funcionamiento
El edificio tiene una extensión de 200 metros cuadrados, con tres aulas para dictar clase y una capacidad de hasta 100 alumnos. El territorio elegido para su construcción respondía al patrón ideal: una zona rural alejada, fértil y sin la obstrucción del sol por parta de edificios aledaños. Detalle fundamental dado que el centro educativo cuenta con 18 paneles solares, además de paredes vidriadas, para aprovechar al máximo la energía natural.
"La escuela genera un calor residual, incluso en los días nublados y de lluvia. Se encuentra aislada con un material particular que mantiene la energía del sol por 24 horas. Tiene una amplitud térmica de entre 17 y 24 grados durante todo el año, lo que permite un ambiente de comodidad sin utilizar centrales eléctricas de calor o frío. En caso de que se necesite disipar la temperatura, se abren los ventanales superiores o inferiores", detalla el ambientalista.
También, la instalación permite la guarda del agua de lluvia en 10 tanques de 2.800 litros cada uno. Luego, a través de un sistema de filtro para purificarla, se aprovecha para su almacenamiento y uso diario. Otra de sus particularidades, son las huertas que se crearon para concientizar a los alumnos sobre el uso y el trabajo de la tierra.
"Contamos con una interior y otra exterior. Tenemos a la huerta como un área pedagógica dentro de la currícula cotidiana de los chicos. Estamos muy contentos porque la verdad que en Mar Chiquita la escuela ha dado muy buenos frutos. Los docentes y directores se encuentran muy compenetrados con el proyecto. También el intendente de la ciudad, que es arquitecto. Nuestro propósito no es solo consolidar un objetivo educativo, sino también social y esto es en referencia al cuidado de nuestro medio ambiente", afirma el integrante de Tagma.
La palabra de sus directivos
Florencia Carponio es la directora de la escuela en Mar Chiquita. Asumió sus funciones en el mes de marzo, luego de ejercer en escuelas urbanas de la ciudad de Mar del Plata, a 80 kilómetros de la institución, y principal distrito masivo más próximo.
"Trabajé 20 años en instituciones de la ciudad, pero desde que conocí la experiencia de la escuela no quiero volver a lo urbano. Desconocía completamente de qué se trataba el proyecto cuando llegué y hoy es una satisfacción todo lo que se aprende en el lugar para el cuidado del medioambiente", cuenta la directora, quien comparte plantilla junto a otros 14 maestros.
Un total de 80 alumnos de niveles iniciales asisten hoy al centro educativo. Carponio afirma que con la cuestión ambiental los niños no sólo aprenden de ciencias naturales, sino que también lo aplican de manera transversal al resto de las materias obligatorias.
"Utilizamos nuestra huerta para un proceso de aprendizaje integral. En asignaturas como lengua y matemática, por ejemplo, salimos con los alumnos afuera y utilizamos las cosechas de verduras como material didáctico. También aprendemos el procesos básico de reciclado. Los plásticos y papeles descartados son destinados a convertirse en eco-ladrillos que donamos a otras organizaciones o los utilizamos para renovar algunos desperfectos del edificio", detalla la encargada de la escuela.
Chile, el próximo país para construir
En diciembre de este año, Tagma comenzará con los preparativos para la construcción de su tercera escuela en la región de Valparaíso, Chile. Pero en esta ocasión, explica su integrante, no contarán con el trabajo del arquitecto Michael Reynolds.
"Vamos a trabajar con otro proceso constructivo. Nuestro alejamiento de Reynolds es por el proyecto en sí. El nuestro tiene un objetivo educativo y él ya tiene desarrollada toda su carrera en otras áreas. Cuando nosotros le propusimos construir una escuela con su modelo dijo que sí, pero sabíamos que la cuestión de lo educativo quedaba en un segundo plano y hay muchas matrices sustentables que nos gustarían probar", explica Matías Rivero.
El próximo 7 de diciembre, por intermedio de una iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), miles de personas de ciudades de todo el mundo pasarán la noche en las calles, a fin de visibilizar la problemática por la crisis habitacional que afecta a muchos países y en especial a Latinoamérica. En cuanto a la posibilidad de que la organización repliquen su modelo para edificar viviendas sustentables para personas sin hogar, Rivero asegura que podrían instrumentarlo pero se deberían enfrentar a un sistema "que no quiere cambiar".
"Confrontas con miles de empresas constructoras que conciben solo un modelo constructivo, también con los métodos tradicionales aceptados como la única manera de hacer casas. Y lo más importante contra un sistema financiero que es beneficioso para los empresarios y no permitirá que nuevos paradigmas amenacen sus bolsillos. Pero nosotros nos enfocamos en las personas. Aquellas a las cuales podemos contarles que hay otra manera de hacer las cosas, maneras más sanas y económicas. Eso es un gran paso para el futuro de la humanidad", finaliza Rivero.
Facundo Lo Duca
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