"Si no puedes hacerlo, es fantasía": así funciona el curioso método de la 'Escuela Argentina de Inventores'

Fue abierta hace tres décadas y asisten chicos de entre 6 y 16 años. Al menos 25 inventores profesionales de la actualidad pasaron por sus aulas.

Eduardo Fernández se descubrió tempranamente inventor. Como todo niño dotado de curiosidad e ingenio, a los 8 años quería desarmar cosas y crear nuevas. A los 10 vio por primera vez, en una publicidad de la década del 60, al creador del bolígrafo: el argentino Ladislao Biro, quien promocionaba a la fábrica Sylvapen.

"No podía creer que estaba viendo a un inventor vivo. Ese entusiasmo todavía me dura", dice.

A los 20, Eduardo buscó el número de teléfono de Biro en la guía telefónica, le pidió conocerlo y terminó trabajando en su laboratorio de inventos, hasta que el célebre 'padre' de la lapicera que usamos actualmente murió, en 1986, a los 85 años. 

Hoy, con más de 60, Fernández se define como un inventor "full life" (a vida completa), vive de sus propias creaciones y dirige la Escuela Argentina de Inventores (EAI), donde asisten niños de entre 6 y 16 años que comparten las mismas inquietudes que tuvo él hace medio siglo. 

La EAI dicta clases los días sábados en la mañana. No se basa en conocimientos ni se separan los grupos por edad. Acompañados por 'facilitadores' adultos que han pasado por estas mismas aulas, los alumnos piensan problemas y luego desarrollan una posible solución. Al final de los talleres se suman los padres, que asisten a la presentación de cada niño, maqueta en mano, de su 'invento'.

No todos llegan al final con una idea acabada de su creación, pero eso no los desanima. El camino de intentarlo, por sí solo, les gratifica. "Hoy no quise pasar al frente porque no estaba segura de mi invento. Pero lo haré la próxima", le aclara una pequeña a su madre mientras baja las escaleras al salir de la sala, en un establecimiento del barrio porteño de Colegiales.   

Este modelo educativo no tiene ningún tipo de apoyo oficial, pero funciona hace 30 años. Desde su creación han pasado más de 2.000 chicos, y de ellos unos 25 son en la actualidad inventores profesionales. "Crean satélites, son ingenieros o son artistas que inventan", dice Fernández a RT.

"El objetivo principal es motivar y desarrollar el pensamiento inventivo de todo chico normal, que es un potencial innato, pero que se va atenuando con la escolaridad o la familia. Descubrimos que en un entorno específico, los chicos pueden expresar ese potencial de la mejor manera posible", explica el hombre que dirige también el Foro Argentino de Inventores. 

El director de la Escuela llama a este proceso "el ciclo inventivo": primero hay que detectar un problema técnico relevante que afecte a mucha gente y definirlo. El segundo paso es pensar ideas creativas, imaginar soluciones, que es la parte "más divertida". Después viene la etapa de planificación: cómo lo llevo a la práctica, con qué recursos económicos y con qué herramientas lo haré. Luego, la fase de pruebas: cómo verifico que lo que imaginé y planifiqué se puede hacer y funciona. Por último, resta comunicarlo al resto de la clase, que podrá intervenir con preguntas.  

No todos los niños que asisten a la Escuela de inventores mantienen la vocación en el tiempo, pero, según Fernández, este modelo de pensamiento sirve para cualquier orden de la vida. "Aprenden a confiar en su capacidad de resolver un problema, y eso es algo valioso, elijan lo que elijan", sostiene. 

RT: ¿Cuáles son las inquietudes de estos niños? ¿qué los trae aquí? 

E.F: Habitualmente vienen porque le plantean a sus padres que quieren ser inventores. Les va mal en la escuela, se aburren y no encuentran un espacio donde expresar su contenido. Vienen por propia voluntad y luego empiezan a mejorar en el colegio. 

RT: ¿Qué cosas se les da por inventar?

E.F: Habitualmente vienen con la fantasía de querer hacer robots, cosas mecánicas, máquinas del tiempo. Básicamente les decimos que arranquen con cosas concretas. Problemas que encuentren en su casa, en sus vecinos, en la televisión. El lema es que, donde hay un problema, hay una posibilidad de cambio positivo. Ese ejercicio los lleva a formalizar lo que imaginan. Siempre decimos, 'dime cómo'. Si no puedes hacerlo, es fantasía. El decir cómo es el esfuerzo inventivo.  

RT: En la Escuela de Inventores se habla de facilitadores y no docentes. ¿Por qué?

E.F: Es que en el fondo acompañamos, no enseñamos nada, y no damos información a menos que el chico pregunte. Hay un facilitador cada cinco alumnos y mucho tiempo disponible. Se logra un vínculo afectivo y personalizado. 

RT: No hay, durante los talleres, contenidos teóricos relacionados con la física o la matemática. ¿A qué se debe?

E.F: Lo evitamos todo lo posible. Creemos que toda la lógica de la ciencia es contraproducente, porque genera una distracción con las herramientas. Esto es empujado por actitudes, la actitud de buscar, de imaginar, de atreverse. En los libros no está lo nuevo, sino en la imaginación de cada niño. Recurrimos a esa caja de herramientas al final del proceso, no antes. Porque si uno lo pone al principio, es contraproducente. Al final, es operativo. 

RT: ¿Cuál es la reacción de los padres al ver a sus hijos inventando?

E.F: La reacción es de sorpresa y alivio. Lo primero porque descubren un potencial en su hijo y ven cómo mejora en la escuela al encontrar su camino. Y de alivio, porque observan que el chico satisface sus capacidades intelectuales. 

RT: ¿Se puede vivir de los inventos?

E.F: Sí, claro. Un inventor 'full life' no tiene un horario específico sino que inventa todo el tiempo. He ganado premios y vivo de mi capacidad de inventar. Creo de manera individual, pero implemento en equipo. Me asocio con gente con conocimientos especiales, o inversores interesados en el producto o servicio a desarrollar. El circuito es: lo pienso, lo digo, lo hago y lo vendo. 

Emmanuel Gentile

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