Es difícil dar una cifra exacta, pero se calcula que el 2 % de la población mundial no tiene dónde vivir. Hablaríamos de 150 millones de personas, es decir, de la población de todo Rusia y un poco más, para que se hagan una idea de la magnitud del fenómeno. Además, otro 20 % de las personas del mundo habitarían en hogares sin condiciones, reportó el demógrafo Joseph Chamie, con datos de 2017.
Según las cifras más recientes, la capital de España, Madrid, registraría cerca de 3.000 sintecho y, según denuncia la cadena Antena 3, cada 18 días se produce una agresión contra vagabundos en el país. En París habitan otras 3.700 personas sin hogar, y la cifra va en aumento. En Buenos Aires son 7.000, y los datos son mucho más alarmantes en Estados Unidos: 61.000 en Nueva York y de 50.000 a 60.000 en Los Ángeles, en cuyo barrio Skid Row, en proporción, habita el mayor número de personas sin hogar de toda la nación. Para ellas, el sueño americano se hizo añicos.
El odio a los pobres tiene un nombre: aporofobia
Ya en la década de los 90, la filósofa española Adela Cortina acuñó un término para referirse a una realidad tangible pero no concretada lingüísticamente: el rechazo a los pobres. Se trata del vocablo aporofobia, formado por las voces griegas ἄπορος ('áporos', 'pobre') y φόβος ('fóbos', miedo).
Desde entonces, mucho se ha teorizado sobre ello, pero en términos de progreso social, sigue siendo uno de los principales retos de los gobiernos. Y es que, a pesar de que el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos recoja explícitamente el derecho a una vivienda y una vida digna, como se suele decir popularmente: del dicho al hecho, hay mucho trecho…
Trump dijo recientemente y sin tapujos que las personas sin hogar suponen un problema de imagen y prestigio para las principales ciudades de su 'gran EE.UU', culpando, de paso, a los migrantes del problema.
"No podemos dejar que Los Ángeles, San Francisco y muchas otras ciudades se destruyan a si mismas permitiendo lo que está pasando" (…) En muchos casos –los indigentes– vienen de otros países y se han trasladado a Los Ángeles o San Francisco por el prestigio de esas ciudades y de repente se instalan en tiendas de campaña (…) Cientos y cientos de tiendas y personas en la entrada de los edificios de oficinas (…) La gente de San Francisco está harta. La gente de Los Ángeles está harta" (…) Lo estamos viendo y haremos algo al respecto", declaró el mandatario, según recoge The Washington Post,
Haremos algo… ¿pero qué?
En Europa, solamente Finlandia ha conseguido dos cosas que parecían imposibles: reducir a prácticamente a cero la población de indigentes y reinsertarlos en la sociedad. Fue uno de los temas más aplaudidos en el Foro Económico de Davos el año pasado.
Pero a pesar de que los países nórdicos sean un ejemplo de bienestar poblacional, no todos ellos han sabido enfocarse en una solución. En Suecia, una de las últimas medidas ha sido el recrudecimiento de las medidas para este sector de la población, prohibiendo por ley la mendicidad en una de sus regiones.
Otros países optan por medidas arquitectónicas para hacer más difícil que los mendigos se instalen en las calles.
Sea como fuere, es un problema costoso en términos económicos y de tiempo. Volviendo a Estados Unidos, la Coalición para las Personas sin Hogar lleva 35 años trabajando para alcanzar en Nueva York una solución como la finlandesa. Buscan estabilizar a las personas a través del refugio, trasladarlas a una vivienda permanente e implementar programas de asistencia para mantenerlas en sus domicilios. Pero si en casi 4 décadas y enfocados en una sola ciudad, no lo han conseguido… ¿cuánto tiempo basta?