La plaga de Justiniano, la primera pandemia conocida de peste en Europa, diezmó la civilización mediterránea, básicamente romana, entre los años 541 y 750. Así, al menos, es como suelen referirse los libros de historia a lo ocurrido en esa época.
Sin embargo, un grupo de investigadores norteamericanos ha puesto en tela de juicio que los diversos brotes de la enfermedad fueran tan devastadores al no encontrar pruebas de que sus efectos fueran tan graves. Para llegar a esta conclusión, los especialistas estudiaron las menciones a la epidemia en crónicas, inscripciones y papiros de la época, así como monedas que entonces estaban en circulación, registros de las fosas comunes e incluso muestras de polen, según recogen en su artículo publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences.
Los autores del trabajo califican de "maximalistas" las estimaciones que sitúan las pérdidas demográficas causadas por la peste entre un tercio y el 50 % de la población total del Imperio bizantino y reducen ese índice a solo el 0,1 %. Algunas regiones posiblemente tuvieron una mortalidad mayor en ciertos momentos, como Constantinopla (la capital) durante el primer brote, pero los investigadores señalan que no se puede generalizar esa tendencia.
"Si esta plaga fue un momento clave en la historia de la Humanidad, que mató entre un tercio y la mitad de la población del mundo mediterráneo en pocos años, como a menudo se afirma, deberíamos tener pruebas, pero nuestro estudio de los datos no encontró ninguna", resume Lee Mordechai, del Centro Nacional de Síntesis Socioambiental (SESYNC, Universidad de Maryland, EE.UU.), en un comunicado.
El equipo encabezado por Mordechai estudió el alcance de la plaga y no halló "los efectos concretos que podrían atribuirse de forma concluyente a una pandemia". Se trata, en su opinión, de una mera exageración que se extendió a través de los siglos sin fundamento alguno.
Peste sí, catástrofe no
Uno de las coautoras de la Universidad de Princeton (EE.UU.), Merle Eisenberg, añade que el estudio "reescribe la historia desde una perspectiva ambiental", puesto que sus resultados descartan "que la peste fuera la responsable de cambiar el mundo". Según el comunicado, los trabajos previos se enfocaban "en los relatos escritos más evocadores, aplicándolos a otros lugares del mundo mediterráneo e ignorando cientos de textos contemporáneos que no mencionan la peste".
En la investigación participó también el biólogo evolutivo Hendrik Poinar, de la Universidad de McMaster (Canadá), quien señala: "Aunque rastrear los orígenes y el desarrollo de la bacteria de la peste es crucial, la presencia del patógeno en sí no significa una catástrofe".
La aportación de Poinar consistió en la identificación del genoma de la peste bubónica presente en tumbas de la época. La investigación revela que este era diferente que en los posteriores eventos conocidos como la segunda y la tercera pandemia (siglos XIV y XIX, respectivamente).
Tradiciones funerarias inalteradas
Según el estudio, las decenas de millones de muertes que figuran habitualmente en los libros de historia son estimaciones de mortalidad "completamente especulativas".
Las contribuciones arqueológicas revelan una continuidad y no cambios abruptos, ya que "no hay una diferencia obvia" en la proporción entre las fosas comunes y los entierros individuales antes y después de cada brote local. Tampoco se generaron alteraciones en las tradiciones funerarias, sino que los cambios en estas habían comenzado siglos antes.
Además, los autores señalan que el valor adquisitivo del dinero de cobre y oro siempre se desequilibran en los tiempos de epidemias, pero este no fue el caso en ningún momento durante la plaga de Justiniano.
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