Entre 2009 y 2010, un grupo de niños, adolescentes y jóvenes del pueblo indígena kichwa de la comunidad de Turucu, en el cantón Cotacachi, provincia ecuatoriana de Imbabura, se interesaron por aprender el arte musical de sus antepasados que hasta entonces era interpretado por adultos mayores y, por ende, estaba destinado a desaparecer.
Así comenzaron una investigación, que tenía como objetivo inicial "rescatar instrumentos autóctonos", cuenta Jesús Bonilla, un joven kichwa de Turucu y uno de los impulsadores de este proyecto.
"Sentíamos esa necesidad de reaprender cosas que se estaban perdiendo. Empezamos con mis hermanos a aprender, pero después se fueron juntando amigos", añade, al tiempo que relata que a todos los unía "el hecho de vivir en comunidad".
En este proceso de investigación, además de cumplir con su objetivo inicial —pues conocieron la música tocada con instrumentos autóctonos como pallas, pingullos, pífanos y tambores—, encontraron la gran riqueza que tienen las comunidades kichwas: música, danza, cosmovisión y la manera de concebir el mundo. Particularmente, en materia musical, consiguieron que se desprendía de la vida comunitaria con la naturaleza, las personas y el mundo de las deidades, en un ambiente creado bajo las faldas de dos volcanes: el tayta (padre) Imbabura y la mama Cotacachi.
Pero su investigación no se quedó en la tinta. "Encontramos nuestra música y reaprendimos lo que en el mundo occidental se omitió durante la conquista, la colonia, la República", enfatizó Bonilla, al explicar que durante siglos, gracias a la visión que dio la iglesia, se menospreció el hecho de ser indígenas y todas sus tradiciones eran catalogadas como paganas o, simplemente, mal vistas.
"Fue muy importante este suceso a nuestra corta edad, logramos apegarnos a nosotros mismos, a lo que alguna vez nos alejamos, por la globalización, por todo el racismo que hubo, la explotación hacia los grupos minoritarios", enfatizó.
Músicos comunitarios
Entonces, los niños, adolescentes y jóvenes comenzaron a aprender a tocar los instrumentos y se "empoderaron" —dice Bonilla— de la música ancestral para evitar que siguiera siendo catalogada como un arte de adultos mayores y permaneciera como de todos los kichwas.
Este joven cuenta que, sin darse cuenta, se convirtieron en músicos comunitarios, un papel muy importante dentro de las comunidades kichwas, porque son quienes se encargan de tocar en los rituales principales de estos pueblos indígenas, como las fiestas de las siembras y las cosechas, además de matrimonios y eventos fúnebres.
"La necesidad de las comunidades es tener músicos comunitarios, entonces, apenas alguien de nosotros logró aprender a tocar el arpa ya nos buscaban para asistir a rituales", señaló.
Bonilla rescata la importancia de ese suceso. "Si hubiésemos tenido otra visión de esta música, capaz no hubiéramos logrado esto de ser de la comunidad, sino solamente ser personas que roban material para exponerlo en cualquier otro espacio".
Waruntzy
El grupo decidió llamarse Waruntzy, que en kichwa significa "grupo de músicos", con ese nombre se presentaban en los eventos que iban.
Durante sus visitas a otras comunidades kichwas —hay más de 40 en el cantón Cotacachi— para participar de los rituales y enriquecer su investigación, se dieron cuenta que los adolescentes y jóvenes de esos lugares no se estaban involucrando en el rescate del arte de sus antepasados; por ello, nació otra iniciativa: la escuela de música Waruntzy.
"A la corta edad que teníamos empezamos a formar a más músicos y a enseñar lo poco que habíamos aprendido; conseguíamos instrumentos y les enseñábamos", precisa Bonilla. Se enfocaron en trabajar con niños y adolescentes de todas las comunidades kichwas aledañas.
Esta iniciativa permitió "insertar" más músicos comunitarios en sus propias comunidades, explica el joven. "Venían (a la escuela) unos niños de una comunidad lejana, aprendían aquí y cuando regresaban, la comunidad necesitaba que ellos tocaran, entonces comenzaron a participar en las fiestas más grandes, de la cosecha, de los granos tiernos, ya no había solamente adultos mayores tocando, había niños, se empoderaron de eso", relata Bonilla.
Humazapas
Mientras se consolidaba Waruntzy, varios de ellos, ya no tan niños y adolescentes, decidieron tomar carreras profesionales relacionadas con el arte que estaban rescatando. Bonilla estudió producción musical y sonido en la Universidad San Francisco de Quito, su hermano Luis se interesó por el cine y otra de las chicas involucradas, Tamya Andrango, danza.
Después de forjar músicos comunitarios y luego de que varios de ellos comenzaran su preparación profesional en la universidad, surgió la idea de llevar el arte kichwa en que se involucraron a otra nivel, mostrarlo más allá de las comunidades indígenas. Ahí nace Humazapas, el nombre que lleva la agrupación ahora, que en su lengua ancestral significa "cabezones".
"Entonces, la música que se tocaba antes en el velorio, ahora se toca en un concierto, encima de un escenario", señala Bonilla, indicando que lo importante para ellos es que buscan compartir "lo que siempre se puso en un contexto racista, lo que el mundo blanco-mestizo en algún punto hizo de menos".
Menciona, además, que se trata de "liberar la música, en cierto punto, del contexto tradicional y ponerla en un contexto más global".
Su puesta en escena no es solo musical, también incluye danza, teatro y atractivos visuales. En una muestra completa pueden estar hasta 40 artistas en el escenario.
Una característica del grupo es que usan máscara y pelucas. Ese disfraz hace alusión a la "Danza de los abagos", una antigua tradición que se han empeñado en recuperar. Particularmente, la careta, que es blanca, tiene una cruz en la frente y pintadas las mejillas, representa la imposición de una nueva religión, que llegó con la conquista. La peluca es de cabuya, antes la realizaban con el pelo que obtenían del rabo del ganado.
De acuerdo a Bonilla, todo esto es parte de un calendario agrícola, pero también representa la filosofía Kichwa, "que es la lucha constante entre el bien y el mal".
Mientras, las mujeres van ataviadas con su traje tradicional kichwa, que incluye anaco (falda), camisa bordada con motivos florales, faja y alpargatas.
El grupo, además, ha producido un festival, que han denominado 'Turu Uku', que en español significa rincón lodoso. Es un espacio de convivencia entre los músicos kichwas y las nuevas propuestas del mundo.
En el evento hay música tradicional de los pueblos y nacionalidades indígenas, como el sanjuanito, fandangos, san juan, churays, yumbos, yaraví, kapishkas, albazos, entre otros; pero, también hay hip hop, rap, rock, ska, funk, reggae y más.
Una herramienta de resistencia
Bonilla señala que la música y otras expresiones artísticas kiwchas también son "una herramienta de resistencia" ante ciertos escenarios políticos del país.
Señaló que eso viene desde sus ancestros, por lo que se consideran "hijos de la resistencia". "Nuestros abuelitos, los abuelitos de nuestros abuelitos, desde hace más de 500 años, desde la conquista, han resistido. Han resistido el idioma, la vestimenta, la música, el hecho de ser comunidades kichwas, tener un territorio y cultivar lo que consumen".
Esa necesidad de resistir la reafirmaron en el reciente paro nacional de octubre pasado, cuando miles de ciudadanos, liderados por el movimiento indígena, se movilizaron en todo Ecuador contra las medidas de austeridad del Gobierno de Lenín Moreno.
"Se vio claramente que los grupos minoritarios aún tienen esta vulnerabilidad ante los procesos como más gigantes", señala el joven y explica que sintieron que aún hay "una lucha de clases que capaz nunca termina", donde "el hecho de ser indígena, de pertenecer a los pueblos y nacionalidades, el hecho de hablar otro idioma te hace menos ante la sociedad actual, ante el sistema".
El reto
Bonilla señala que el objetivo, ahora, de la agrupación, además de hacer presentaciones artísticas, es llevar a un contexto académico el arte que representan.
"Es importante que nuestra música sea objeto de estudio por nosotros mismos, por kichwas, para poder compartir con el mundo, porque nuestra música no tiene un estudio académico de altura", menciona.
El reto, además, es clasificar todo el material que tienen hasta ahora, y el que generarán a futuro, para armar una biblioteca o fonoteca donde los interesados puedan consultar sobre el arte kichwa y "todo el contexto sociocultural que está alrededor de eso".
De momento, celebran lo que han logrado, en especial en las comunidades kichwas de Cotacachi. "Muchos sí nos dicen que es un gran trabajo y ven por primera vez su música en grandes escenarios", recalca Bonilla.
Edgar Romero G.
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